Sergio Massa fue a hacer lo que tenía planeado y lo hizo al pie de la letra. En el fútbol, cuando el equipo puede hacer todo lo que el director técnico planteó en la pizarra, generalmente se gana. Ayer, aunque no consiguió sacar de quicio a Javier Milei, el candidato kirchnerista pudo desarrollar al pie de la letra su estrategia. Hizo un mejor uso de la cámara y utilizó más eficientemente el tiempo que su rival en varias ocasiones. También lo puso contra las cuerdas con un incómodo cuestionario, que el libertario respondió sin arrinconar al rival.
Lógicamente, el candidato a presidente de La Libertad Avanza le tiró algunos dardos envenenados al kirchnerista, una táctica con la que le achacó el prontuario de sus compañeros de coalición o el desastroso desempeño como ministro de Economía de Alberto Fernández. Sin embargo, a contramano de lo que esperábamos todos, no fue esa la estrategia principal de su debate, sino una cuestión casi accesoria. Le dedicó más tiempo y atención a plantear sus propuestas, cosa que su rival no hizo en ningún momento.
Este lunes, hay una idea generalizada que la estrategia de Massa fue mala y que la de Milei fue buena. Esto se desprendió de los comentarios que comenzaron a circular luego del debate. Sin embargo, tenemos que ser honestos. En tiempo real, los partidarios más politizados de Milei no lo vimos así mientras transcurría la transmisión del debate.
Todo lo contrario. Los mensajes que cambiábamos en nuestros celulares entre las 9 y las 11 de la noche eran de velorio. Cuestionamos duramente a Milei, a sus asesores, a la estrategia y nos agarrábamos la cabeza frente a la pantalla. Queríamos que la actitud hostil sea de nuestro lado y el que tenga que dar las explicaciones sea el kirchnerista. Esto incluso lo manifestaron varios analistas políticos en la televisión, que coincidieron que Milei “le dejó pasar” el debate al peor ministro de Economía, que casi ni tuvo que dar explicaciones por su desastrosa gestión.
Milei hizo un debate limpio, propositivo, pero que podía haber estado bien para la televisión y la política sueca. Acá, queríamos sangre y nosotros estábamos convencidos que el boxeador con más potencial de golpe era el nuestro. Al menos, el final más positivo de Milei y el cántico de “la casta tiene miedo” de sus partidarios, hicieron que no apaguemos la televisión pensando que todo fue un desastre total irreversible.
Entonces, ¿qué es lo que pasó después del debate donde Massa hizo lo que tenía pensado y esta mañana, donde ya no se considera que el candidato kirchnerista ganó por goleada? Simple: la actitud pendenciera y chicanera (que muchos queríamos de Milei y que afortunadamente no desarrolló) cayó muy mal en los votantes menos politizados. Justamente, en los sectores a los que los candidatos deben apelar para ganar la elección. El debate de Massa fue música para los oídos de sus partidarios K, pero un desastre en el electorado indeciso, o que consideraba el faltazo o el voto en blanco.
¿Qué vieron esos argentinos? Que en un lado había un tipo medianamente normal, que respondía con humildes armas y argumentos y en el otro había un político profesional al acecho. Justamente, el mal ministro de Economía de la gestión actual. Se cayó la estrategia del miedo y, con el correr de las horas, comenzó a percibirse una reinterpretación de lo ocurrido en el debate. Esta mañana ya no es minoritaria la opinión que considera que lo perdió Massa solo, por su actitud hostil y agresiva.
¿Cuánto impactará en las urnas todo esto? Imposible decir. Lo cierto es que ninguno de los dos se lució demasiado o dio un traspié descomunal como para considerar que el debate fue un antes y un después. Lo que sí, en materia de objetivos, puede que Massa y su equipo de asesores hayan cometido un grave error. Aunque desplegaron la estrategia que buscaban, la misma terminó generando más rechazo que aprobación en el sector al que ambos candidatos deben apelar.
Comienza la última semana y el domingo Argentina elige. Falta menos.