ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
Este artículo originariamente iba a apuntar su artillería contra el PP; pero me alegro —relativamente— de abrir mi llamada de atención, porque no quisiera dar la impresión de bandería ni de prejuicio ni de querencia en un artículo que viene tan serio. Lo pensé, como decía, viendo que Juanma Moreno Bonilla pone en riesgo el histórico vuelco político que echó al PSOE de la Junta. Lo arrisca por no tomar medidas de cambio real y, sobre todo, por permitirse frivolidades tales como subirse el sueldo o crearse la oficina de expresidentes. Son medidas que irritan al electorado.
Con lo importante que es para la vida cotidiana de millones de andaluces estar fuera del poder socialista, no se puede frivolizar tanto. Hay que dar la batalla ideológica —menos coba a Blas Infante, vaya— y atreverse a revertir tópicos e inercias; y, además, tener un comportamiento ejemplar. No vaya a ser que, por un desliz, termine el PSOE aprovechándose de un resbalón en las elecciones.
Lo pensé con Moreno Bonilla, me reafirmé con las manos tendidas de Feijoo a Sánchez, que blanquean toda su operativa, pero el jaleo de Vox en Baleares me ha hecho ampliar mi voz de alarma. Confieso que me pierdo en los entresijos de grupos e intereses, y aunque lo he intentado, no termino de aclararme con lo sucedido. También tengo un trabajo que atender, una familia que cuidar y unos libros que leer y otros incluso que escribir, así que no puedo ponerme a investigar conflictos de política menor. Pero lo cierto, en todo caso, es que ante uno de los retos más graves que tiene España, con un asalto sistemático a las instituciones, con una economía que está sometida a un socavamiento de su capacidad productiva, con una educación que amenaza ruina y con las costuras de la unidad nacional muy tensas no tiene perdón que tantos estén pendientes del qué hay de lo mío o de sus pequeñas batallitas de egos o de exprimir el presupuesto un poco más o de afianzar su rincón de poder.
Me faltan datos para juzgar y yo, además, no soy juez de nadie, pero la impresión es que hay demasiada gente distrayéndose y distrayéndonos. No me quejo, fíjense, de que haya mucha gente distraída, porque si el personal se distrajese solo y en lo suyo, al menos no estaría confundiendo la cosa pública y la vida política en unos momentos que exigen concentración. Todavía si alguno hiciese su guerra de guerrillas, bien, porque tampoco todos se tienen que alistar a un cuerpo de regulares bajo una disciplina férrea. Pero con las ideas claras, evitando el fuego amigo y haciéndose cargo de lo que está pasando en España y de lo que están pasando y vamos a pasar los españoles…
La impresión de que el PP prioriza su rivalidad con Vox a la oposición al Gobierno cunde y, sea del todo verdad o no, deberían esforzarse para dar la contraria, sea del todo verdad o no. Y en Vox, que tiene las ideas mucho más claras, no ayudan los movimientos semisubterráneos. Lo de Baleares ha venido a enturbiar un congreso que tenía la intención prioritaria de arrojar claridad, y lo había conseguido. En otras instituciones, también hay divisiones, distracciones, perezas e indolencias.
Nada de eso deberíamos permitírnoslo en uno de los peores momentos de la nación; aunque, también puede leerse al revés: si no nos lo permitiésemos, no sería uno de los peores momentos de la nación. Que demos cuartelillo a Sánchez y Puigdemont por estar en otras cosas es una auténtica lástima.