Fue tanto como ver a Pablo Escobar Gaviria tomando la palabra en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Defendiendo las bondades de la cocaína. De sembrar la coca, cosecharla, procesarla, venderla y hasta de consumirla. Porque no hace “tanto” daño. Sólo causa muertes cuando está adulterada con otras sustancias con las que la revuelven personas inescrupulosas para obtener mayores ganancias. En su criterio así es.
Pablo Escobar, el gran narcotraficante colombiano que quiso ser político, pero no lo logró por mucho tiempo. Pero ahora bajo la piel de Gustavo Petro, un exguerrillero del M19, socialista, ante el pleno de la ONU, y con un añadido que es la llave maestra para meterse a esta organización en la bolsa y tenerla de su lado: el ecologismo.
Traducción: está bien producir, vender y consumir cocaína, porque deja ganancias, pero sobre todo, porque va bien con el principal objetivo de la ONU, la Agenda 2030, y en especial con el “cuidado” del medio ambiente.
Ya no hay que emprender entonces guerra alguna, contra las tiranías socialistas, ni contra los narcos. “Sólo en paz podremos salvar la vida en esta, nuestra tierra común. No hay paz total sin justicia social, económica y ambiental”, declaró Petro. La cocaína se debe poder traficar en santa paz, por el bien de todos. La coca como factor para la justicia social. Es por ahí.
Sólo a un maestro del marxismo posmoderno como Gustavo Petro, de mente aguda, mucho más peligroso que el propio Escobar Gaviria, se le pudo ocurrir la estrategia de justificar la liberalización de la coca en todo el mundo por razones ecologistas.
¿Cómo así? Petro —quien se vende como un opositor al “poder”, como viejo socialista que es— dijo que había que descarbonizar la energía y despetrolizar la economía.
Una forma de hacer esto, es, mediante la cocaína. Que no contamina, ni hace gran daño, pero genera ganancias extraordinarias. ¿Por qué? Porque la guerra antidrogas, es decir, el prohibicionismo, simplemente fracasó. Y porque también las medidas contra el calentamiento global están cojeando. Fallaron. Se necesitan medidas más drásticas. Y aquí está ante ustedes el concepto salvador: “El narcosocialismo ecologista”.
Por supuesto, Petro no lo enunció con tales palabras. En Petro confluyen las agendas de los nuevos sujetos revolucionarios de las izquierdas actuales: supremacismo ecologista, supremacismo indigenista, supremacismo negro, supremacismo LGBT, y supremacismo feminista. Todo esto dentro de la plataforma del marxismo posmoderno.
Pero lo que vende es eso: la legalización total del narcotráfico, la liberación de la producción, venta y consumo de cocaína (y acaso todas las drogas), y con tales ganancias poder fondear programas sociales, para esclavizar a la gente al Estado, para hacerlos dependientes del cheque del gobierno y así perpetuar su estancia en el poder, el sueño antidemocrático de todo tirano socialista en Hispanoamérica.
Petro militó en la guerrilla del M-19 en épocas en las que esta agrupación tomó por asalto el Palacio de Justicia de Bogotá, el 6 de noviembre de 1985, dejando 101 muertos. Es decir, es un tipo dispuesto a morir para imponer sus ideas. Hoy que está en la “vida civil”, pero en el poder, puede darle rienda suelta a todos sus sueños y los de su vieja guerrilla, y los de las otras guerrillas también, en especial las FARC, que se han dedicado a controlar la cocaína desde hace décadas.
Puede hacer eso y hacerlo abiertamente, desde la tribuna inmejorable para él que es la ONU, y usando argumentos realistas incluso, como el fracaso del prohibicionismo, y la urgencia de atender el calentamiento global.
En su lógica, es prioritario no usar energías de origen fósil, no renovables, y que contribuyen a la sexta extinción de especies del planeta, y a una infinidad de desastres ambientales, para dar paso a energías limpias, para “salvar al planeta”. Sólo le falta su foto con Greta Thunberg en el Amazonas.
No pueden los burócratas de la ONU y sus líderes ocultos estar más felices con el discurso de Petro. Los miembros del Partido Demócrata de Estados Unidos, y en especial Joe Biden, así como la revolución woke, pueden aplaudir de pie su “narcosocialismo ecologista”. No tardarán en celebrarlo y replicarlo en sus tierras otros mandatarios como Gabriel Boric, Nicolás Maduro, Luis Arce, Pedro Castillo, López Obrador y acaso hasta Pedro Sánchez, en España.
Petro, el defensor de las selvas del Amazonas, que se ven arrasadas cuando quieren Estados malignos destruir sembradíos para producir drogas. La selva, uno de los “grandes pilares climáticos”, dijo el colombiano cercano a los Clinton, a Chávez y a Maduro.
Colateralmente, el mundo no globalista, conservador, de derechas, debe de inmediato plantearse poder construir una organización alterna a la ONU, ya que ésta no actúa de forma democrática, y no posee verdaderos instrumentos de consulta a los ciudadanos. Impone una agenda que no abona a la defensa de la vida desde la concepción, ni a la familia natural, e impulsa la ideología de género, el supremacismo feminista, el supremacismo del falso arcoíris y el transhumanismo, es decir, deja de lado al ser humano como prioridad, poniendo por encima de éste el supremacismo ecoanimalista. Y no tardará la ONU en integrar la liberación de las drogas, archivando el prohibicionismo, pretextando como prioridad la ecología.
La ONU deja mucho qué desear como institución en defensa de la democracia liberal y cercana al sentir de la gente; no toma en consideración factores básicos geopolíticos según la región. En América y en Occidente en general no se respeta la libertad religiosa y el perfil cristiano hasta en un 80 %. La ONU tampoco es “humanista”, sino “ecologista”. No pone al humano al centro de sus prioridades, sino al “planeta”.
Con la narrativa apocalíptica del “calentamiento global”, supuestamente causado sólo por el hombre, la ONU aterroriza a todas las naciones afiliadas e impone estrategias y medidas que son de observación obligatoria. Su agenda verdadera es el Nuevo Orden Mundial, empezando por consolidar lo que ya ha empezado hace mucho, que es un “Estado Mundial”, manejado desde su sede en Nueva York.
Se necesita una reingeniería de la ONU y de sus objetivos ni tan ocultos, porque la democracia liberal y las soberanías nacionales están en juego, y porque su Asamblea —inclinada hacia la izquierda internacional, hacia el progreglobalismo— es capaz de aplaudir el discurso de Petro, ese lobo del marxismo posmoderno, al promover su “narcosocialismo ecologista”.
Petro puso sobre la mesa tres metas que nadie objetó: activar una economía hemisférica en declive liberando la cocaína, convertirnos a las energías limpias para salvar las selvas del ecocidio que representa el prohibicionismo, y despetrolizar y descarbonizar al mundo para salvar al planeta.
Muy inteligente: vender el comercio de la cocaína como bandera verde. La ONU se le ha entregado. Dios salve a Colombia de este sujeto, y Dios nos salve de una ONU decadente y supremacista progresista.