Hughes,
Que la moción de censura con Tamames es un gran acierto lo demuestra la reacción del PP, cuyo sistema de propaganda anda estos días más tenso que los mofletes de Madonna.
Esto está revelando la naturaleza de su argumentario y, aun más importante, la forma que adquiere ese sistema de propaganda que es, en sí mismo, un subsistema, como se decía en el cole de la penibética. ¡Estamos viendo echar humo al subsistema penipepero!
Contra la moción activan tres grandes líneas argumentales que se repiten como versos de Shakira por los medios.
Es raro que a los liberales les moleste que se use el parlamento para discutir. Si Vox no tiene los medios y la calle es golpismo y radicalidad, ¿qué le queda? Las instituciones, sobre todo eso que llaman la casa de la palabra. Pero abrir el Parlamento para hablar, que sería lo propio del liberalismo, la clase discutidora, les parece peor que echarle el cierre durante meses o largarse al bar como hizo Rajoy.
Si extraño es ver clamar contra la discusión parlamentaria a supuestos liberales, aun es más contra natura ver a creyentes en la Santa Transición mofarse de Tamames, que al fin y al cabo forma parte de esa historia mítica. Pero el mundo PP, amorrado al mito de la que entre todos y nieto zangolotino de Fraga, se ríe de quien era antifranquista con Franco en vida.
El otro gran argumento es la oportunidad: el «balón de oxígeno» (qué balón tan raro). «Ahora, justo ahora que es noticia Tito Berni va Vox y…», se lamentan. Y esto es lo más asombroso de todo, porque lo mejor de la moción debería ser, precisamente, permitir que se hable de aquello que la motivó: el entendimiento conspirativo entre el PSOE y el nacionalismo golpista. La línea en sombra del federalismo. ¿Tiene el PP algún problema en que se hable de eso, del golpismo real que avanza silencioso como una mancha de aceite? ¿Le parece mal al PP que eso motive un debate con luz y taquígrafos (eso es el Parlamento)?
Pero es que esta moción ha coincidido con el endurecimiento de la propaganda del PP, el nuevo PP, el enésimo PP. Se instaló hace tiempo la idea de que es una derecha tonta y sin picardía comunicativa, pero de tonta no tiene nada porque la propaganda pepera tiene una cualidad asombrosa que no mueve a hacer sino a lo contrario: a no hacer, a la inactividad, a la inacción… Es una propaganda que no galvaniza ni crispa, sólo desactiva. Es la pereza, es el cuesta arriba, es el de algo hay que morirse, es la cerve y el sopor solar, es el cansancio inexplicable que te entra cuando has dormido mucho, es la desidia del calor y la gandulería del frío, es lo hipotenso y la entropía invencible a la que llevan las frases hechas, como esas de las que se reía Ojete Calor: el blanco combina con todo, el mejor deporte es la natación, la dieta mediterránea es la más sana… El PP es eso, y no es fácil ser eso.
En la gran propaganda sistémica, el PP es el subsistema más fino porque desactiva a la derecha con frecuencias silenciosas, infrasónicas, y ese subsistema se divide en dos cordilleras actualmente.
Por un lado, la rama pseudopopulista, de Losantos-Ayuso, o el furor matritense. Esto drena la ira y las ganas de rocanrol que quedan, que tampoco son muchas y recoge el vibrato orgulloso del madrileñismo, el regionalismo que el PP pujoliza a su manera.
Y luego está la moderación, el moderantismo en su versión semperiana actual. Es una moderación de señores dinámicos que enseñan los tobillos, ¡el astrágalo liberalio!; con un importante punto aspiracional: entrar en El País, en las fiestas culturales y en tertulias de la SER. Es una moderación que ve pelis y series y escribe libros como los de González Pons. Es una derecha evolucionada que en lugar de hacer la dichosa guerra cultural ha decidido ir metiéndose, por fin, en la culturilla imperante como sacrificada y meritoria cuñita jotdownera.
Este moderantismo tiene, además del estilo suaviter y aspiracional, un punto chuleta que conecta con Casado, el Casado cainita contra Abascal. Es lo que va de una moción a otra: la chulería puntual del «irse al centro» de Casado cuando dio el golpe de timón se ha normalizado en los aires de perdonavidas consensual de Semper, no olvidemos, pareja artística de Madina.
Pero ni Semper ni el ayusolosantismo (las dos cordilleras del subsistema) son, siendo importantes y diciendo lo mismo, nada como lo que hay entre ambas, ese gran inmovilismo sin nombre de los medios, ese entramado de sopor de tertulias y columnas que, no sabemos cómo, ni de qué forma, acaba regalando a la derechona su batería argumental para no hacer nada y para que nada valga la pena. Esto no se valora lo suficiente: esta máquina de inmovilismo es muy refinada, es genial de modo inadvertido.
Y la moción Tamames la ha puesto a trabajar, ha puesto a producir a ese Silicon Valley de la modorra. Desde este humilde rincón trataremos de ir codificando su morse enloquecedor.
Fuente: La Gaceta de la Iberosfera