Kissinger, quien fue uno de los principales responsables de la política exterior de Estados Unidos entre las décadas de 1960 y 1970, se refería a que el conflicto en curso había expuesto la verdadera capacidad de Rusia para amenazar a Europa con un ataque convencional.
Sin embargo, el político, historiador y premio Nobel de la Paz (1973) hizo hincapié en la necesidad de «algo de diálogo, tal vez a nivel no oficial, tal vez de manera exploratoria», tomando en cuenta que, en un contexto nuclear, el diálogo es preferible a tomar una decisión en el campo de batalla.
Y es que hace poco el presidente ruso, Vladimir Putin, pronunció una amenaza que puso al mundo entero en vilo. “Si la integridad territorial de nuestro país se ve amenazada, sin duda utilizaremos todos los medios disponibles para proteger a Rusia y a nuestro pueblo”, dejando en claro que no estaba alardeando al decir que estaría dispuesto a recurrir a la fuerza nuclear.
Ante las graves amenazas de Putin, el presidente Joe Biden ha dicho que no le teme a su homólogo ruso.
Es lógico que, en su capacidad de líder del mundo occidental, todos esperan que Washington advierta a Moscú de manera contundente de las desastrosas consecuencias de usar armas nucleares, para salirse con la suya.
No hay duda de que la retórica de la Guerra Fría está de vuelta después de más de 30 años de relativa paz entre las dos superpotencias.
Por eso es tan importante que Biden sea percibido, tanto en las capitales occidentales como en el frente enemigo, como alguien listo para actuar en el terreno que sea.
Si bien ya Biden lanzó su advertencia en público y en privado ¿hasta dónde está dispuesto a llegar para detener a Putin?
La Casa Blanca ha evitado explicar qué medidas tomaría si el líder ruso lanzara un ataque nuclear. Esto se conoce como ambigüedad estratégica pues mantiene a Putin adivinando sobre la magnitud de los riesgos que podrían enfrentar tanto él como su país.
Sin embargo, el desafío está en que Putin pierda la perspectiva y no sea capaz de tomar decisiones prudentes y a juzgar por sus recientes acusaciones contra Occidente, está cada día más enojado por los errores de su guerra en Ucrania.
¿Entonces cuál es el mejor camino para seguir?
“La tradición estadounidense, que se remonta al menos a la era bolchevique de 1917, ha sido aislar diplomáticamente a las naciones que considera antagónicas y exigirles que cumplan con condiciones previas antes de enfrascarse en un diálogo”, sostuvo Geoffrey Wiseman en su libro Comprometiendo al enemigo: una norma esencial para una diplomacia estadounidense sostenible.
Según Wiseman, los neoconservadores bajo la presidencia de George W. Bush mantuvieron está línea, pero también hubo quienes buscaron acercamientos con el enemigo utilizando los instrumentos diplomáticos al alcance, como el diálogo. Este enfoque ha sido adoptado por presidentes liberales como Jimmy Carter, pero igualmente por conservadores tradicionales como Richard Nixon.
Entonces ¿Puede la recomendación de Kissinger, de abrir canales de comunicación extraoficiales con el Kremlin, dar resultado?
Ya hubo intentos llevados a cabo por el presidente francés Enmanuel Macron y más recientemente por el líder turco Recep Tayyip Erdoan, pero puede que haya otros de los cuales no tenemos todavía conocimiento.
En todo caso, es preferible que Biden mantenga a Putin adivinando, siempre que la advertencia sobre las consecuencias catastróficas tenga el efecto deseado y evite el uso de armas de destrucción masiva, que no se usan desde que Estados Unidos lanzó las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki para forzar la rendición de Japón al final de la Segunda Guerra Mundial.
Para Kissinger “el desafío ruso depende de nosotros en la medida en que podamos diseñar un diálogo que mantenga cierta fuerza militar y exhiba la situación, pero que permita a los líderes rusos desarrollar un concepto de coexistencia o adherirse eventualmente a él. Hacer que el derrocamiento de un líder sea la condición previa lo hace más difícil”.