sábado, noviembre 16, 2024
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Tiempos de indigerible impostura

ITXU DÍAZ,

Si abres el horno y dejas que corra aire fresco, se baja el suflé. La única manera de lograr que permanezca inflado es mantener constante el flujo de calor en una atmósfera protectora. Agosto ha sido mes de suflés, de extenuantes suflés informativos, encapsulados en compartimentos estancos que impiden el paso a la verdad, que ya no existe, que ya no importa, que ya no cuenta. Repasas uno a uno los rostros de los cocineros de estos platos estivales de consumo rápido y comprendes que hace varias generaciones que su casta no lee a Santo Tomás: «Esto es lo que lo verdadero añade al ser: la conformidad o adecuación de la cosa y del entendimiento, de la que se sigue el conocimiento de la cosa»; así,»la entidad de la cosa precede a la razón de la verdad, y el conocimiento es un cierto efecto de la verdad».

Preocupa el proceso de gilipollización de las mentes. La principal característica de la mente agilipollada es la intolerancia, que tarde o temprano desemboca en la violencia. Es decir, cuanto menos pensamiento propio, cuanto menor es la condición reflexiva del sujeto, más agresivo se muestra contra toda discrepancia y con más lunática convicción se abraza a su propia visión de los hechos, que a menudo ni es propia, ni es visión. Zombies ciegos, lobotomizados por el pensamiento único, dan su propia vida por defender la mentira.

Los ingredientes del suflé son dos: la primera impresión y el sectarismo.

Nace cuando se juzga en los tres primeros segundos de un hecho, tan pronto como alguien te ofrece una opinión acorde con ese primer fogonazo emocional, una opinión que encaje en las reducidas dimensiones de pensamiento de la secta. Donde todo el mundo ve un acontecimiento dramático, la secta ve una oportunidad. El chef pone entonces en marcha la maquinaria industrial, a saber, la picadora de carne, y no se detiene ante nadie y ante nada, y esto incluye, por supuesto, la aparición de nuevos matices y evidencias que pudieran contradecir su línea argumental. Entre otras razones, porque su línea argumental cabe en un aullido, en una rima estúpida, o en una pancarta de colorines.

Ante la aparición de nuevas evidencias, ante la proliferación de nuevas opiniones, el chef, lejos de admitir el lento desinflado del suflé, redobla su apuesta, y expande la picadora de carne a todo aquel que se atreva, ya no a discrepar, si no a guardar silencio.

Toda esta absurda zaragata de adoradores del príncipe de la mentira, no sería más que una anécdota si no estuviera detrás el poder asesino del Estado, en cuyas cloacas se mueven los hilos de la sociedad civil, con el propósito de que el suflé alcance un tamaño lo bastante grande como para que sea imposible desinflarlo, ni siquiera con la prueba irrefutable de la evidencia.

Se juzga la primera impresión, no el hecho. Se analiza bajo la premisa del sentimiento, no de la razón. Se repudia así, una vez más, al santo sabio de Roccasecca: «La verdad está en el entendimiento que conoce y divide, no en el sentido ni en el entendimiento que conoce lo que es». Se desactiva todo posible debate, no ya desacreditando la discrepancia, si no destruyendo personalmente a quien ose concederse si quiera el beneficio de la duda. Se agrupa a las masas y se promueven cánticos y consignas lo bastante estúpidos como para que no quede ni un solo gilipollas sin acudir a la fiesta de la gran farsa. Y, como siempre hay al menos una víctima, se la utiliza como a la más desdichada del prostíbulo, sin la menor intención de acudir más tarde a su velatorio, cuando la verdad, que siempre se empeña en emerger, destroce el esbelto y ejemplar cuento con moraleja de los cinceladores de utopías.

Lo leo, lo escucho, lo veo en estos días finales de verano de grandes playas, inmensas montañas, y cielos abiertos, evocadores de libertades proscritas. Lo contemplo, en fin, con el hastío y el aturdimiento de quien no quiere participar en el suicidio colectivo de la sinrazón y la injusticia, pugnan dentro la tristeza y la indiferencia, y cierro despacio las contras del ventanal que da hacia estos tiempos de suflés y lapidaciones, tan ajenos y exasperantes que ya no pueden ser míos.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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