Hace unos meses en Italia, terminé conversando con un ciudadano estadounidense que se encontraba vacacionando en la zona de la Toscana. Conversando sobre el panorama electoral de su país, este hombre (que no pensaba votar a Donald Trump bajo ningún punto de vista) me dejó una advertencia. “Si renuncia Joe Biden y Kamala Harris termina siendo la candidata demócrata, no existe ninguna posibilidad sobre la faz de la tierra de que pierda Trump. Ninguna. Cero. Sería una victoria muy cómoda. Ni siquiera yo iría a votar por ella”.
Más allá de su rechazo al ahora presidente electo, aquel hombre sonaba muy seguro de sus palabras. Sin embargo, y aunque ya estoy curtido en materia de opinólogos electorales profesionales, en algún punto creí la cantinela de la elección reñida y el resultado incierto. Lo mismo me sucedió en el último balotaje argentino, cuando no hacía falta más que salir a la calle y preguntar para saber con total certeza que la elección ya estaba definida en favor de Javier Milei.
Sin embargo, y siempre apuntando hacia la izquierda, antes de cada elección aparece un ejército mediático que brinda un apoyo poco relevante y un aparato comunicacional que asegura que se avecina un resultado que luego no se plasma en la realidad.
Hoy en día hay infinidad de artistas progresistas, medios tradicionales, encuestadores y todo un aparato de comunicación que, además de corroborar su error de cálculo apenas se abren las urnas y se cuentan los votos, terminan atentando contra sí mismos.
Es que, por ejemplo, los actores y cantantes que se visten de “influencers” ante la opinión pública, demuestran que no tienen influencia alguna más allá del éxito de sus temas musicales o películas. Las encuestadoras, que hace rato vienen en decadencia, siguen confirmando cada vez más que, en lugar de relevar la opinión de la ciudadanía, venden un producto cada vez más devaluado a sus mejores clientes.
Finalmente, como se vio en Argentina en la cobertura de este martes, más personas eligen los medios alternativos para informarse. Anoche, una de cada dos personas optó por un streaming independiente a las tradicionales transmisiones televisivas de las grandes cadenas. Aunque los que informan y opinan estén comiendo hamburguesas y pollo frito. No es casual que muchas personalidades elijan estas vías de información difundidas en las redes sociales a las presencias en las grandes cadenas. La comunicación está en un momento de ebullición y lo mejor que pueden hacer los canales de televisión es mirar ellos lo que está pasando. Sin embargo, parecen estar desorientados cuando los “mirados” no son ellos.
¿Cómo serán los próximos comicios? Habrá que verlo. Por lo pronto, los artistas progresistas deberán recuperar algo de humildad y reconocer que no llevan a sus seguidores de las narices. Las encuestadoras tendrán que decidir si prefieren sobrevivir en base a la credibilidad o si desaparecen por el cortoplacismo impuesto por la labor mercenaria. Con respecto a los medios, habrá que ver si comprenden que la competencia ya no son los otros canales, sino las redes sociales y su revolucionaria horizontalidad democrática.