lunes, diciembre 23, 2024
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Traductores o traidores

A los italianos les gusta mucho el juego de palabras, que hace próximas, y aun intercambiables, las de traductores y traidores. Es decir, el hecho de la traducción de un idioma a otro se presta a muchos enjuagues y distorsiones. Esto es así porque, no hay una lengua originaria de la que se deriven las demás. Cada una de ellas supone un todo cultural, que da sentido a las palabras y expresiones. Por eso mismo, algunas traducciones corrientes se pueden prestar a malentendidos y engaños. Así, se explica que la función tradicional de los traductores, trujamanes o truchimanes, al servicio de reyes y nobles, estaba llena de sospechas. En términos actuales, esos lenguas o intérpretes del pasado bien podrían pasar por espías dobles.

Veamos un caso llamativo, que sigue influyendo en la ideología y la literatura en castellano. En 1940, Ernest Hemingway, prototipo de la llamada generación perdida, lanzó al mundo su celebérrima novela For whom the bell tolls. Era una apología del lado republicano de la guerra civil española, y le valió el premio Nobel, años después. El título era parte de un verso famoso del poeta inglés John Donne, unos años más joven que Shakespeare. Never ask for whom the bell tolls? It tolls for you. Es decir, No preguntes por quién dobla la campana, dobla por ti. Nótese que se trata de una sola campana, la que dobla. Tanto en inglés como en castellano, la acción de doblar de una campana, con una secuencia lenta, solemne, sirve como aviso o recordatorio de una persona que ha fallecido. Las campanas pueden tocar, repicar, sonar, voltear, tañer, etc., pero doblar lo hacen en solitario.

La trágica confusión sigue martilleando las conciencias de los españoles, ahora, con esa insensatez de la memoria histórica

Pues bien, la desgracia de las traducciones fue que el título de Hemingway quedó, para siempre, como Por quién doblan las campanas. Fue una pena que se orillara el sentido auténtico de los famosos versos con los que el jovencísimo José Zorrilla despidiera, solemnemente, el cadáver de Mariano José de Larra en 1837. Así comienzan: Ese vago clamor que rasga el viento es la voz funeral de una campana, vago remedo del postrer lamento del sucio polvo en que dormirá mañana. Se acabó la tradición romántica. A partir de la mala traducción de la novela de Hemingway, son las campanas, en plural, las que doblan y se entristecen. Hemos perdido un punto de realidad y de solemnidad.

La guerra civil española se prestó mucho a la confusión, tan notable fue la propaganda. Los dos bandos inflaron, de manera interesada, el número de muertos. Quizá, no superaron los trescientos mil, dicho sea, con todos los respetos. Pero, la falsa estadística redonda de “un millón de muertos”se repitió en los discursos, mediada, ya, la contienda. La expresión estereotipada fue, también, el título de una novela muy difundida, la de José María Gironella. La desmesura en el cálculo resulta consonante con la nueva idea de que eran las campanas, en plural, las que doblaban al unísono por el holocausto colectivo. La trágica confusión sigue martilleando las conciencias de los españoles, ahora, con esa insensatez de la memoria histórica, convertida en ley.

Volviendo al principio, el ubicuo idioma inglés se presta a sutiles neologismos, muy convenientes para expresar la confrontación política actual. Tómese la voz tradicional de warfare, literalmente, máquina de guerra o conflicto bélico continuado. De ella se deriva el neologismo lawfare. Comprende la serie de triquiñuelas jurídicas o institucionales, de las que se valen ciertos grupos políticos como un arma dialéctica para atacar a sus adversarios o defender a sus conmilitones. Se ha empleado, por ejemplo, en el territorio de la Iberosfera, para exonerar a ciertos políticos populistas o progresistas de las posibles culpas por corrupción política. En España, algo, así, ha servido para justificar los indultos a los golpistas catalanes o a los políticos andaluces socialistas, culpables de prevaricación. Estamos ante una forma de la picaresca, elevada a las más altas instancias.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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