El debate en Argentina con la dolarización suele limitarse al problema que trajo la propuesta al terreno político: la agobiante e invivible inflación que se experimenta en el país. Al desaparecer los precios, ya en el corto plazo, es imposible cualquier tipo de planificación. Por eso, los asalariados y personas de ingresos fijos se encuentran con serios problemas de llegar a fin de mes.
Sin embargo, existen otros aspectos que mejorarían en Argentina, además de la necesaria eliminación del drama inflacionario. Aunque, lo que propone Javier Milei sea en realidad ir hacia un esquema de libre competencia de divisas, la eliminación del curso forzoso de la moneda emitida por el Banco Central de la República Argentina terminaría con otros dramas nacionales, que no se relacionan directamente con la problemática monetaria.
El primero que se puede destacar es la corrección de los incentivos a futuro que tendrán los próximos gobernantes. Al eliminar la posibilidad de emisión como un recurso disponible, un eventual futuro populismo tendrá en cuenta que, para llegar o mantener el poder, deberá tener algún criterio de responsabilidad fiscal y restricción presupuestaria. Hasta Rafael Correa en Ecuador supo que si insistía con el retorno al Sucre, perdería de la noche a la mañana su poder político. Aunque sea contrafáctico, que el socio de Chávez no haya destruido el país en su paso por la presidencia (y que se haya tenido que ir de forma democrática), mucho tiene que ver con la imposibilidad de haber impreso papel moneda en su mandato.
La ley de convertibilidad en Argentina demostró que apagar la impresora da resultados en materia inflacionaria, pero también que el billete convertible puede ser derogado con una legislación del Congreso, para luego volver al populismo monetario. Si se sabe que se puede ir hacia atrás con un grupo de políticos votando una ley, los grupos de interés buscarán siempre ese camino.
Otro de los dramas actuales, que junto a la inflación son de los que más preocupan a los argentinos, es el tema de los alquileres. Aunque el demagógico proyecto impulsado por Juntos por el Cambio, que el kirchnerismo apoyó y ahora se niega a derogar, trata diversas cuestiones (todas mal), lo cierto es que se realizó por la imposibilidad de prever los valores a futuro. Con una moneda que se devalúa permanentemente, era lógico que los propietarios busquen tener algún tipo de previsión a futuro. Una vez más, la maquinita de imprimir billetes estuvo detrás de este otro problema que le quita el sueño a miles de familias argentinas todos los días. De tener la posibilidad de contratar en una moneda que mantenga el valor -aunque sea en los dos años que pueda durar un contrato- desaparecerá una de las distorsiones que terminó en esta ley nefasta, de resultado previsible. Si Argentina dolariza, mejorará el problema de la falta de propiedades en el mercado de alquiler.
Otro punto a considerar es el siempre tema recurrente del cepo y lo que se denomina “fuga de capitales”. Al devaluar el peso, imprimiendo sin frenos para financiar el gasto público, el populismo argentino cae siempre en los controles cambiarios, para evitar que las personas puedan cambiar su moneda devaluada por una que mantenga mejor el poder adquisitivo. Claro que se trata de una medida de corto alcance, ya que los argentinos acuden al mercado negro en búsqueda de divisas o ahorran en lo que puedan, para sacarse de encima los pesos que pierden su valor, de la misma manera que se derrite un hielo en el desierto. Esto no hace otra cosa que incrementar la velocidad de circulación, aumentando aún más la problemática inflacionaria.
Pero como los dólares se vuelven escasos artificialmente, se multiplican los controles y las personas lo sacan del sistema y lo llevan al “colchón”, ante el temor de un eventual saqueo como el del “corralón” del 2002. Como se impide la “salida” de los dólares, lo que consigue el gobierno es que tampoco entren divisas. ¿Quién en su sano juicio puede venir a invertir a la Argentina, si no estará en condiciones de poder llevarse sus ganancias en algún momento? Hasta Fidel Castro, cuando construyeron los hoteles europeos en la isla, reconoció ante la prensa que si los empresarios no se llevaban su ganancia en moneda dura, no irían a invertir jamás en Cuba.
Sin banco central se terminan los cepos y la escasez artificial de divisas. Al no impedir la salida se fomentará la entrada de dólares, lo que, además de terminar con lo que se conoce como “la fuga de capitales”, generará un incremento en las tasas de capitalización que mejorará el nivel de empleo y los salarios.