Si algo nos ha enseñado el resultado de las elecciones de medio mandato en los Estados Unidos es que hay una cantidad descomunal de votantes capaces de masticar cristales y pedir una segunda ración (alegoría de votar a un demencial, racializado, transgenérico, feministoide, wokísimo, belicoso y desnortado Partido Demócrata) con tal que de Donald Trump no se apunte el tanto de haber cabalgado una ola republicana de recuperación nacional en las midterm. Esta es la realidad.
El ex presidente, awake but not woke, moviliza el voto republicanio por lo menos tanto como el voto furioso e irreflexivo antiTrump. Incluso entre quienes reconocen que los demócratas del justicialismo racial se han vuelto locos y que Joe Biden no reúne las condiciones de lucidez exigibles para ocupar el despacho oval de la Casa Blanca.
Estas, sin duda, son malas noticias para la recién anunciada decisión de Donald Trump de presentarse a la nominación como candidato republicano a la Presidencia. A la espera de las encuestas sobre el apoyo que Trump pueda tener entre los deplorables votantes republicanos, es lógico pensar que no se acercará al 70 por ciento que mantenía antes de las elecciones de medio mandato. La edad también juega en su contra (sólo tiene cuatro años menos que Biden), igual que le perjudica su horizonte judicial conectado con el lamentable asalto violento al Capitolio de enero de 2021 que, inside job demócrata o no, protagonizaron algunos residuales mamarrachos del movimiento MAGA.
Por todo lo anterior, pero también por el cansancio de una parte de su electorado al que se le puede hacer cuesta arriba votar por tercera vez a un mismo candidato, puede que Donald Trump no sea la persona que dentro de dos años necesitará el Partido Republicano para sacar al wokismo de la Casa Blanca. Eso, por no hablar de las sombras que las revelaciones constantes sobre cierta estafa en la vacunación pueden arrojar sobre los que, como Trump, la impulsaron; además de las insoportables tensiones que padecería el grande y viejo partido si vuelve a perder contra un adversario tan débil y frustrante como el ticket Biden-Harris.
Dicho lo cual, es justo y hasta necesario romper una lanza por un líder como Trump que tiene toda la legitimidad del mundo para volver a presentarse y, ojalá, ganar de nuevo la Presidencia.
Trump, cuyo legado como líder es más que estimable y a quien nunca podremos agradecer lo suficiente todos sus heterodoxos esfuerzos diplomáticos por preservar la paz en el mundo, mantuvo durante todo su mandato una lucha feroz (y onerosa) por la libertad frente a la esclavitud que supone el imperio de la corrección política, por la seguridad de las fronteras que dan sentido a la identidad de su nación amenazada por el globalismo y por su denuncia constante del multilateralismo contra el que desarrolló un notable bilateralismo.
Su legado, además, está inconcluso. Nada nos hubiera gustado más que ver de lo que era capaz para recuperar la cordura en los Estados Unidos durante los dos primeros años —el bienio decisivo— de su segundo mandato.
También mantiene un sustancial apoyo popular y ha demostrado que es un animal mediático capaz de conseguir que el 90 por ciento de la Prensa que le odia y le teme, incluidas las BIgTech, le regalen la campaña de publicidad que, por otras vías, tendría un coste de varios miles de millones de dólares. Trump puede ganar la candidatura republicana y después la Presidencia de los Estados Unidos. Pero, para ello, tiene que abandonar su ego herido y ponerse a trabajar de inmediato en la recuperación de la unidad de acción del Partido Republicano.
En concreto, y como primera medida: Trump tiene que llamar al gobernador de Florida, Ron DeSantis, sin duda la gran esperanza del futuro de la derecha estaounidense y encontrarse a medio camino. Para mañana es tarde.