Arturo McFields Yescas,
Las elecciones en Estados Unidos terminaron ayer. La imagen del expresidente Donald Trump venciendo las balas y burlando la muerte le dieron la virtual victoria. La lluvia de juicios en su contra (justos e injustos) lo convierten en un héroe, en un perseguido, en un gladiador invencible.
El puño alzado del presidente Trump, su rostro con sangre y su llamado a no rendirse y luchar ofrecen un mensaje icónico e imborrable. La llamada regla 55-38-7 señala que 55% de nuestra comunicación es corporal, 38 verbal y 7% está compuesta por palabras. Eso explica porque algunas imágenes y expresiones perduran en la memoria.
Desapareció el político y surgió la leyenda. Durante las últimas 24 horas el mundo entero habla de Trump. Pastores evangélicos ya han anunciado el cumplimento de profecías. El levantamiento de un hombre que primero vencería la muerte y luego triunfaría en las urnas.
El debate y la debacle del presidente Biden. Una mala noche, una conferencia de prensa cuestionable, congresistas no muy contentos y un ejército de donantes de Hollywood en fuga, han dado una virtual derrota al presidente número 46.
No se trata ya de buscar un remplazo para el presidente Biden, se trata de buscar un milagro. El atentado contra Donald Trump ha cambiado el panorama electoral. Nada es igual y nada será igual. El Partido Demócrata lo sabe. Será difícil revertir la narrativa del héroe americano.
La historia de Estados Unidos ha visto al menos el asesinato de 4 presidentes y 10 mandatarios que han sobrevivido a diversos atentados. Trump ocupa ahora un lugar en esa historia de muerte y resurrección. De dolor y de gloria. Algo muy profundo en el imaginario colectivo de la cultura americana.
Los expresidentes cerraron filas en condena por el atentado contra Trump. Los presidentes Bush, Clinton, Obama y Biden dieron un ejemplo extraordinario de grandeza. Todos condenaron el intento de asesinato y llamaron a la calma y moderación. Esa es América.
Bajar la retórica confrontativa y sanar. El atentado contra el presidente número 45 de Estados Unidos demuestra que es una nación convulsa que necesita bajar el tono de confrontación, sanar heridas y reforzar su vapuleada democracia.
Los eventos de este sábado trastocaron la dinámica del proceso electoral. No solo han catapultado al presidente Trump a la Casa Blanca, también le han impregnado un tono de violencia, dolor y preocupación a todos los eventos sucesivos.
Estados Unidos está llamado a liderar el mundo libre con gallardía, honor y grandeza. Ese liderazgo no lo tiene ninguna otra nación. Ojalá y logren salir fortalecidos tras la tragedia. Ese es nuestro deseo. Dios bendiga a América.