Una verdad proscrita: pagamos carísima la energía por placer, porque nos da la gana, porque nos divierte. Ni Putin, ni Ucrania, ni el alma de la madre que parió al zar Alejandro III de Rusia. La situación de vulnerabilidad energética de España es consecuencia de las políticas verdes y su encarecimiento ficticio y su pérdida de soberanía, todo ello a su vez fruto de un proceso global de hipnosis climática que, por primera vez, está empezando a fallar. Quizá porque por más que se estén destinando infinitos recursos al éxito de la sesión, el hipnotizador nunca puede disponer por completo de la voluntad del hipnotizado, no puede quebrar sus valores, ni vulnerar sus capacidades básicas, ni romper las leyes de la naturaleza; la necesidad de comer es una de ellas. Cuando la gente empieza a pasar hambre, la hipnosis climática se va al infierno y el despertar se parece bastante a una explosión de ira contra los impostores y sus cómplices.
Según la definición de N. P. Spanos, la sugestión hipnótica “invita a los sujetos a construir imaginariamente situaciones en términos de ‘cómo si’ fueran reales” y “realizar conductas congruentes con la definición de las situaciones imaginarias como reales”. La sugestión debe realizarse mediante oraciones en presente, específicas, sencillas, y estimulantes. Echa un vistazo a cualquier documento oficial sobre el lío climático y encontrarás siempre la misma sentencia: “El cambio climático ya es una realidad”.
Hoy, gracias al progresismo de derechas e izquierdas que ha apostado por la dependencia, Putin tiene a Europa cogida por los huevos
Tal vez ya no te sorprenda encontrar en la mayoría de los periódicos que este mes o este verano son “los más calurosos de la Historia”, y quizá hasta hayas interiorizado ya el dato sugestivo sin considerar que la historia, para estos asustaviejas profesionales —amén de ladrones que están haciendo caja con la energía verde— comienza en 1880, que es hasta donde llegan sus mediciones de temperatura. Se ve que antes de 1880 no había clima, no había cambio climático, no había hombres sobre la tierra, y los osos no se ahogaban en el Ártico, sino que saltaban sonrientes de islote helado en islote helado como Super Mario Bros en mi Nintendo ochentera.
La brecha entre la política y la calle ya es zanja abismal por la zona climática del discurso. Por ese acantilado caben subvenciones corruptas, enriquecimientos ilícitos, un huevo de molinillos parados, y la vergüenza de un buen puñado de diputados. Como si las élites de gobernantes fueran poseedoras de una revelación secreta de la Madre Naturaleza, como visitadores de una logia climática, los políticos que no creen en nada exhiben una fe ciega en la imperiosa, urgente, y extrema necesidad de salvar el planeta; y por supuesto, de hacerlo con tu dinero.
No hay en esto grandes diferencias entre izquierda y derecha. Sus postulados son innegociables y la mayoría se emiten en presente y de forma imperativa, como los aullidos estertorosos de Greta Thunberg, empleando el método manipulador de la sugestión. Las consecuencias de sus iniciativas climáticas, a menudo repletas de incoherencias científicas, son aterradoras para nuestra economía. Al menos en España hay hoy un partido, Vox, que se ha plantado ante esta conspiración del clima reclamando algo que, hasta la irrupción de la locura ambiental, era de sentido común: la soberanía energética. Eso de soberanía energética es un concepto que suena muy facha hasta que te das cuenta de que hoy, gracias al progresismo de derechas e izquierdas que ha apostado por la dependencia, Putin tiene a Europa cogida por los huevos y, por desgracia, no son los de Sus Señorías, sino los tuyos y los míos.
Seguimos siendo súper verdes, no sé si por el ramalazo ecologista, o porque es el color en la cara cada vez que llegan las facturas de energía
Por supuesto, dejar de producir eso que llaman “energía sucia” para comprársela después a otro país bastante más guarro, desde el punto de vista energético, es la cima de la hipocresía occidental. Por supuesto, adherirse con entusiasmo a todo pacto global verde, pagándolo con este precio disparatado de la energía, cuando España no representa ni el 0,8% de las emisiones, mientras que pasan del asunto China, Estados Unidos o la India, que representan el 50% de la contaminación, es de idiotas. Por supuesto, ver la economía del país caer por el sumidero y que el Gobierno y la mayoría de los partidos sigan sin querer explotar los recursos que hoy tenemos en nuestro propio país para bajar el precio de la energía y para recuperar nuestra soberanía energética, al menos en este crucial momento de la historia, es una grosería y una irresponsabilidad.
Alemania, gran pionera de la estafa piramidal verde, ya ha reculado y está reabriendo centrales de carbón y nucleares. Por lo visto, nosotros, en cambio, seguimos siendo súper verdes, no sé si por el ramalazo ecologista, o porque es el color que se nos queda en la cara cada vez que llegan las facturas de energía, que es como atragantarse con el corcho de la botella de champán en mitad de la fiesta de hipnotizados.