JUAN MANUEL CAO,
A los 81 años, pero lleno de juventud, ha muerto, de un derrame repentino y traicionero, Juan Suárez Rivas, “El Topo”, como le llamaban sus amigos de toda una vida.
Cuando apenas tenía 17 años se aumentó la edad para inscribirse voluntariamente en la Brigada 2506 y, junto a sus dos hermanos mayores, batirse valiente y desventajosamente en las arenas de Playa Girón, donde fue hecho prisionero. Desde entonces y hasta su último día no dejó de combatir a favor de la democracia. Trabajó con La Fundación Nacional Cubano-Americana, y gracias a sus conocimientos en el mundo de los seguros, los miles de cubanos que a través del Plan Éxodo entraron a los Estados Unidos, pudieron cumplir el requisito de tener un seguro médico asequible, aparte del contrato de trabajo previo. Todavía, en aquellos años, los cubanos se sentían orgullosos de no constituir una carga pública para el país que los acogía.
Luego realizó, junto a Carlos Alberto Montaner, la más formidable gestión internacional que jamás había hecho el exilio en pos de la democracia y la libertad de Cuba. Ellos abrieron las cancillerías y las oficinas presidenciales de medio mundo para nuestra causa. Fueron admitidos en las principales Internacionales de partidos políticos, y en sus fundaciones: la Friedrich Naumann, de la Internacional Liberal; la Konrad Adenauer, de la Internacional Demócrata Cristiana; e incluso la socialdemócrata. Les faltó la internacional conservadora debido a que Jorge Mas Canosa, que había tenido un éxito igual de rotundo en Washington, no creyó oportuno que la Fundación se integrara a la Plataforma Democrática, ni al pacto de Madrid.
De todos modos, Montaner y Suárez Rivas hicieron un minucioso y paciente trabajo en La Unión Europea, hasta lograr, gracias al apoyo del presidente del gobierno español, José María Aznar, que se aprobara la Posición Común Europea, exigiendo, por primera vez, reformas reales en Cuba.
El “Topo”, era un hombre de carácter fuerte, defendía su criterio y sus posiciones con energía y nunca lo vi darse por vencido. Eso también hay que agradecérselo, sobre todo en estos tiempos de blandenguería, donde nos invitan a rendirnos en cada esquina. Pero era también una persona amable y generosa, dispuesta a ayudar a los demás sin que se lo pidiesen. Cuando empecé de reportero en Telemundo, allá por 1992, no tenía trajes, ni dinero para comprarlos, él lo notó y me regaló los primeros sacos que usé en televisión. En los 32 años que han transcurrido desde entonces fueron innumerables sus muestras de altruismo, no sólo hacia sus amigos, sino hacia desconocidos a los que creyó necesario defender, aún a costa de chocar con fuerzas poderosas. Tal fue el caso de Oswaldo Payá, por quien profesó un gran respeto y a quien defendió a capa y espada de los injustos ataques de los que era objeto, allá y aquí.
Tampoco rehuyó la aventura: involucrado en alguna que otra peripecia para ayudar a desertar a un diplomático, o a escapar a unos disidentes.
Suárez-Rivas amaba la vida, incluso la buena vida, algo que hoy nos quieren hacer creer que es malo. No era ingenuo, sino perspicaz, agudo y voluntarioso. Virtudes, que bien administradas, resultan necesarias para sobrevivir en este tanque de tiburones en el que nos ha tocado chapotear.
Adoró a sus seis hijos, lo que no impidió inculcarles disciplina y responsabilidad. No hubo una conversación en la que no los mencionara con orgullo.
Últimamente se le veía muy activo en la política nacional, junto a sus compañeros veteranos de la Brigada, evidentemente preocupado con el rumbo que están tomando las cosas en Estados Unidos y también en España, la tierra de sus ancestros, donde coincidimos tantas veces, en aquellas provechosas gestiones que organizaba la Unión Liberal Cubana. En cierta ocasión, al terminar un evento en Madrid, y enterado de que yo no conocía Galicia, a pesar de mi evidente apellido gallego, se ofreció para manejar hasta allá. Visitamos (junto a Roland Behar), guiados por los cruceiros del camino: Santiago de Compostela, La Coruña y a los familiares que aún le quedaban en O Casal de Entrimo: un bucólico paraje en la provincia de Orense.
El sábado pasado, en la avenida 13 de la Pequeña Habana, a unos pasos del monumento a los caídos en la gesta de Bahía de Cochinos, de la que él y sus hermanos formaron parte, se inauguró la Plaza Galicia en Miami, donde han levantado, además, el más alto Cruceiro del mundo, que tiene otra cosa única: una Virgen de La Caridad esculpida en el capitel. Pensé que a Juan le habría encantado asistir a esa inauguración en la que convergen tres de sus pasiones: Cuba, España y la democracia americana. Y pensé que el mejor antídoto contra la muerte es la memoria, hacer lo posible para impedir el olvido, y por supuesto, ser agradecido. Descanse en Paz, Juan Suárez Rivas.