Escritor Invitado,
Cuando se analiza el estado de las relaciones internacionales y la geopolítica en general, es inevitable plantearse horizontes basados en la experiencia histórica y el presente. La realidad global a la que hoy asiste el mundo es muy distinta a la que vivió las décadas anteriores y, más aún, el siglo XX. Para situarnos en este nuevo proceso, es importante entender cómo se están configurando las fuerzas en el nuevo orden global.
Tradicionalmente, han sido los Estados Unidos y Europa quienes abanderaron la estrategia y ejecución para la defensa de lo que se entendió como ‘orden liberal’. Un orden que partía de una idea de generación de riqueza, incentivos y de una ampliación de una clase media sólida para la construcción de un estado de bienestar frente a los radicalismos. La democracia juega un papel trascendental en todo este proceso. Es el sistema que pone a la persona en el centro del debate, tanto desde la representación como desde la participación. Y le acerca a sus dinámicas donde el Estado es subsidiario, en el que todos los individuos son iguales ante la ley, y en cuya lógica estructural priman los Derechos Humanos y la libertad de las personas frente a las premisas antagonistas.
Este orden global está retroceso. La política de ‘retraimiento’ asumida por Estados Unidos desde la presidencia de Obama ha marcado de forma determinante un nuevo ciclo en las relaciones de poder existentes hasta entonces. Esta política significó un aislamiento del país americano de las dinámicas globales y afectado su campo de influencia y acción en todo el mundo. A ello hay que sumar el deplorable papel desempeñado en las sucesivas crisis en Oriente Medio y Próximo: Siria, Irán y Afganistán significaron el fracaso de la política exterior de Estados Unidos.
Pero no solamente los hechos endógenos fueron un motivo para asimilar el papel de Estados Unidos en el panorama global. El asalto al Capitolio en 2021 significó un punto de inflexión en la imagen internacional de la mejor democracia del mundo, y la todavía mayor potencia económica y militar. Fue la evidencia de que sufría del mal que aqueja a gran parte de las democracias del mundo. El cúmulo de insatisfacciones, la incapacidad de articular una estrategia global sobre la base de los principios creadores, la globalización y sus resultados inesperados y la falta de competitividad en términos generales son algunos de los síntomas que padece el orden liberal, Occidente y sus democracias.
Falta de liderazgo
A ello hay que sumar la ausencia de una estrategia común con Europa respecto al avance del frente contrapuesto que no concibe los estímulos en la configuración de las sociedades occidentales tal y como hoy las conocemos. China tiene en abundancia lo que Estados Unidos y Europa carecen, una estrategia formal, conjunta y definida a largo plazo.
Para poder ejercer liderazgo es importante saber quién se es y a dónde se quiere ir. Y tanto los Estados Unidos como las potencias occidentales que pertenecen a este bloque de poder, incluidas las europeas, atraviesan una profunda crisis cultural y social que conlleva inevitablemente a una división a la hora de hacer política.
El bloque formado por aquellos que cuestionan abiertamente el orden liberal sabe lo que quiere y asume el liderazgo de China. El ‘bloque occidental’ carece de cohesión y de liderazgo. Su incoherencia asusta a potenciales aliados, que tratan de refugiarse en una complicada equidistancia. Distancia y aislamiento del que padecen los países de la región iberoamericana o el área indo-pacífica en el contexto de las dinámicas globales.
El proceso de reconfiguración de las fuerzas a nivel internacional está en marcha y parece ser que no se detendrá ni sufrirá cambios abruptos los próximos años, sino que seguirá el camino iniciado hace décadas atrás, en un contexto en el que la crisis cultural de Occidente se agudiza cada vez más y donde la polarización política surte efectos, sobre todo, en las democracias que atraviesan esta misma crisis existencial.