martes, noviembre 26, 2024
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Una guerra en paz

OMAR ESTACIO Z.,

De no ser por la sumatoria de caídos y mutilados en el combate, por sus desplazados, perseguidos y prisioneros en caliente o en frío, por los bombardeos contra hospitales, escuelas, templos y civiles desarmados, incluidos niños, mujeres y ancianos, el cronista consideraría la guerra como la mejor herramienta para dirimir los reclamos entre naciones vecinas y no vecinas.

¡Vaya majadería! -me responderá más de uno- ¡La guerra no es guerra si no se perpetran semejantes atrocidades!

Tengo para mí, sin embargo, que si se impone alguna Convención Internacional -pero que se acate, porque con los pactos internacionales existentes, la Humanidad se ha venido limpiando sus partes pudendas a lo largo de la Historia- que regule las armas en tal clase de conflictos, nos ahorraríamos infortunios.

Una guerra, por ejemplo, cuyos proyectiles se limiten a los insultos que se intercambien las partes beligerantes. La palabra sigue siendo un arma arrojadiza, efectiva, demoledora, con las ventajas de ser inodora y, por sí sola, sin derramamientos de sangre.

  • Ustedes, negritos hijos de la gran p… “Pérfida Albión” -en los tiroteos verbales se permitirían las invectivas racistas y hasta las invocaciones de los antecedentes de las respectivas progenitoras- devuélvanme el territorio del cual nos despojó el sistema colonial decimonónico…
  • Más decimonónico será usted, señor Comandante en Jefe de las fuerzas invasoras, que la tarde del dron magnicida salió en estampida, peor que esos roedorcillos que no mencionamos por sus nombres y apellidos, porque nos lo prohíbe la “Convención Internacional Protectora de las Ratas y demás Fauna Rastrera”.

¿Quiénes resultarían ganadores y quiénes perdedores en tiroteos verbales como esos? Una guerra así sería la paz. Cabría mejor hablar de ganadores-perdedores y de perdedores-ganadores. Y valga el aparente oxímoron.

Nada más tóxico que un generalote victorioso. Es sabido que tales especímenes cuando regresan de un campo de batalla cargados de laureles, medallas, de ascensos de grado -no siempre merecidos-, se tienen a sí mismos como salvadores de la Patria, y de allí a la muerte súbita de cualquier atisbo de democracia hay un solo paso. Las siguientes reflexiones son de Voltaire: “No me gustan los héroes, hacen demasiado ruido. Además, mientras más luminosos, menos soportables”. Por consiguiente los potenciales beligerantes, si es que quieren preservar una pizca de elecciones creíbles, de libertad, cultura, civilidad, harían mejor en evitar la producción de esos sedicentes próceres.

En cuanto a quienes se tengan por derrotados no se necesita ser muy zahorí. Gobierno que capitula en cualquier guerra, cae ipso facto por su propio peso. ¿Salir de una narcotiranía, corrupta, inepta, cipaya, malentretenida, depredadora del medio ambiente, transgresora de los derechos humanos, presidida por una pandilla de holgazanes aferrados patológicamente al Poder, a cambio de sacrificar un territorio de 160 kilómetros cuadrados?

La relación costo-beneficio no deja de ser tentadora, por mucho petróleo que haya de por medio. Aunque, en lo personal, este cronista rechace de plano perder, ni siquiera, un milímetro en un partido de pico-pico.

Fuente: Diario Las Américas

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