viernes, noviembre 22, 2024
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Una tragedia cubana

CAMILO LORET DE MOLA,

Miguel Díaz-Canel recuerda por momentos a Rip van Winkle el personaje del cuento de Washington Irving que por “retozar” con duendes se quedó dormido 20 años y al despertar llegó a su aldea dando vivas al rey Jorge tercero de Inglaterra, sin saber que los Estados Unidos ya no eran súbditos británicos.

Diaz Canel parece haberse despertado del sueño del absurdo y está dando vivas a Rusia como si estuviera en los años 70. ¿Falta de sentido común o ausencia de opciones?, lo cierto es que para los cubanos con más de 50 años esta Dejavu más que esperanzarlos los preocupa.

Imagino a los rusos recitando constantemente aquellas líneas de Cesar Vallejo: “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, para que el dictador comprenda que no hay posibilidad de encontrar un nuevo padrino en Moscú. Si está tratando de reeditar la presencia soviética en Cuba debe leer “El 18 brumario de Luis Bonaparte”, en el que Carlos Marx insiste en la sentencia hegeliana de que “la historia siempre se repite dos veces, la primera en tragedia, la segunda en farsa”. Ya los cubanos vivimos la tragedia rusa a que nos obligó Fidel Castro, así que, a este dictadorzuelo de pacotilla, como lo fuera en su día Luis Bonaparte, solo le toca protagonizar la comedia de la desgracia isleña.

En este ejercicio de comparación literaria me atrevo a sugerirle a un entrañable amigo que al pueblo cubano le tocaría protagonizar a John Marcher y May Bartram los personajes del cuento de Henry James “La bestia en la jungla” quienes condicionan su vida para esperar una tragedia que sospechan les asecha en una de las esquinas por vivir. Se limitan, se preparan para cuando llegue el salto de la bestia, para que no los tome por sorpresa.

El amigo me contradice, para él, la historia del escritor norteamericano no se ajusta a la realidad cubana, mas bien a los de la isla les correspondan unas páginas de “Sin novedad en el frente” que muestran a soldados forrajeando comida en los campos desolados por los cañonazos, o quizás una más cruel, de “Los miserables”: el posadero Thenardier robando de los bolsillos de los cadáveres en Waterloo para sobrevivir.

“Es que la bestia no era imaginaria y los atacó hace mucho, ahora les sigue mordiendo en el suelo, como si disfrutara triturar sus huesos”, me dice el amigo.

Me resisto al pesimismo comparativo de mi amigo, hay una solución posible: que el dictador de un paso al lado, que se dé por vencido, porque no puede, porque no tiene. “Muy tarde”, sentencia mi amigo, “ya no hay salvación, aunque Diaz Canel se vaya ya completó la faena de lanzarnos al abismo, somos como los cadáveres de la biblioteca que se inventó Borges, descomponiéndonos en una caída infinita por el hueco central del enorme edificio, lleno del libros y sabidurías que no nos sirven de nada, ni siquiera para acusar al que nos empujó a la gravedad del desastre”.

Me pongo patriotero, defiendo que hay cubanos vivos y buenos, dispuestos a poner rodilla en tierra para echarse al lomo la misión de reeditar un país. Mi amigo se burla, tararea la sinfonía del nuevo mundo de Dvorak mientras asume la gestualidad de un teatro barato, sobreactuando cada gesto e invocándome como si él fuera la libertad y yo el pueblo que le sigue en la famosa pintura de Delacroix.

Me niego a que tenga razón, me divorcio del fatalismo de moda, tiene que existir una solución, un nuevo mundo para los cubanos, quizás sin música clásica y grandilocuencia, pero una resurrección de cualquier forma.

Fuente: Diario Las Américas

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