martes, noviembre 19, 2024
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Vale más un cuadro que mil árboles

El otro día releyendo un artículo mío sobre el asunto de los cuadros y la sopa de tomate, además de reafirmarme en que los que me publican (y los que me leen) tienen kilos y kilos de misericordia conmigo, caí en la cuenta de que que mis despistes son cada vez mayores. Olvidé una reflexión, quizá la más necesaria, sobre el tema.

Mi tesis era que la sopa de tomate es un incordio y una cutrez absurda, y que el verdadero peligro son las élites que se esconden detrás de la sopa, que son las que llevan tiempo abonando el terreno. La sopa solo es la punta del iceberg, lo que hay debajo es lo gordo de verdad: «pacificar» ciudades, confinamientos, empobrecimiento de la población y en definitiva más control. 

El árbol se puede plantar cuantas veces se quiera, pero los dones que Dios ha regalado a sus criaturas ni se plantan ni se compran

Pero olvidé mencionar la contradicción que supone malmeter una obra de arte para intentar salvar el planeta. Pensaba que no había relación alguna pero la encontré, y ahora me parece algo demoníaco. Pretenden proteger la Creación, cosa que está muy bien —eso ya lo hacen millones de personas cuando traen un hijo al mundo—, atacando la mayor obra de la Creación. 

El hombre es el culmen de la Creación, la obra preferida de Dios, creado a su imagen y semejanza. Y además de crearlo libre, porque el que no es libre no puede amar de verdad, lo ha creado artista. El hombre es el único ser que puede componer una canción para su esposa, el único que puede tomar un pincel para dibujar su pueblo natal, el único que puede sentarse en la cima de una montaña para pensar su existencia y el único que puede sentarse sobre una roca para contemplar la belleza de las olas al romper contra ella. 

Sospecho que detrás de toda esta parafernalia no está cuidar el planeta, sino simplemente odiar al hombre

Y todas esas posibilidades nos están hablando de Dios. Y por eso un cuadro vale más que un árbol (incluso más que mil). Porque el árbol se puede plantar cuantas veces se quiera, pero los dones que Dios ha regalado a sus criaturas ni se plantan ni se compran. Son una muestra sublime de la grandeza de la Creación y de su Creador. Y estos imbéciles, queriendo salvar un mundo que no se muere, están atentando contra lo más bello de la Creación, la acción creadora de su criatura más preciada: el hombre. 

Sospecho que detrás de toda esta parafernalia no está cuidar el planeta, sino simplemente odiar al hombre. Lo mismo le pasa al demonio.

Fuente: La Gaceta de la Iberosfera

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