jueves, septiembre 19, 2024
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Venezuela y la precisión de las palabras

ASDRÚBAL AGUIAR,

Dentro de la liquidez de suyo informe que nos impone el llamado «quiebre epocal» – el paso del tiempo de los lugares y del valor del tiempo hacia otro virtual y deslocalizado, negado al tiempo y cultivador de la instantaneidad – una de las armas más efectivas usadas y que usan los huérfanos del socialismo real para acabar con las raíces culturales de Occidente y sus predicados de libertad, es la perturbación de los significantes y la maleabilidad de los significados de las palabras del lenguaje común, facilitada por la deriva digital y sus narrativas.

Al mirarse en el espejo luego trasladan a los otros sus caracterizaciones y desviaciones personales y políticas – el fascista llama fascista a su “enemigo” – logrando así, más que congelar confundir al mercado de opinión, volviéndole escéptico frente a todo, conteniendo el trasvase natural de aguas que se debe dar al ritmo en que varíen las opciones partidarias y la polémica acerca de los ideales. Usando una misma palabra como símbolo movilizador de voluntades, antes bien, mientras a unos les representa una cosa algo distinto la es para los otros.

En el manejo de las realidades y sus crisis, en modo de poder usufructuarlas con ventaja y hasta alevosía, también las describen los cultores del «régimen de la mentira» con palabras de uso común pero de forma inadecuada o parcelada, en modo de que se oculte la total representación de lo real o se haga hiperbólico sólo uno de sus ángulos. Y voy al grano.

Después del 28J se repite hasta la saciedad la ocurrencia de un fraude electoral en Venezuela. Que ni lo fue ni ha existido, a pesar de que esa sea la percepción más fácil y corriente para la explicación. Pero decir fraude genera un contexto que oculta lo veraz, falsea la verdad. Hubo, sí, un proceso teñido de prácticas de fraude continuado por parte de los rectores electorales, pero que, al término, los testigos electorales de las fuerzas democráticas y el pueblo venezolano lograron doblegar. Y realizaron una elección auténtica, veraz, y demostrable. De consiguiente – he aquí lo esencial – el Poder Electoral opta por ocultar, traspapelar, hacer desaparecer las pruebas auténticas de la derrota sufrida por Nicolás Maduro Moros. En suma, no fue que el CNE contó mal los votos con engaño y triquiñuelas, sino que golpeo y volteó la mesa y declaró – con una cifra escrita sobre una “servilleta” – que el dictador había ganado. Y que no admitía discusión alguna.

Pues bien, si se repite que hubo fraude o un inadecuado manejo del proceso, recurrentes violaciones de las normas legales, en la hipótesis cabe predicar que el “incompetente” o malvado Poder Electoral no estuvo a la altura de las circunstancias al administrar el proceso. Y que con ello afectó no a uno sino a todos los candidatos. De tal forma, como lo aspira la Tríada progresista, se sugiere repetir el proceso.

Mas si se entiende, usando del lenguaje con propiedad, que lo sucedido fue un asalto a mano armada del mismo Poder Electoral para escamotear las pruebas del resultado adverso al dictador, lo pertinente es que se verifique la autenticidad de las certificaciones existentes. Eso es lo que han hecho los técnicos electorales de la OEA, el Centro Carter y la ONU, que confirman la victoria de Edmundo González Urrutia.

Hablar de actas en plural y como se hace – como si fuesen unas y otras, eventualmente diferentes, por proceder las unas del Poder Electoral y las otras de las fuerzas democráticas que acompañaron a González Urrutia y que lidera María Corina Machado – facilita colegir, con otro error palmario, que lo razonable para ponerle punto final al entuerto es buscar a un árbitro independiente que las compare y resuelva. Tal perspectiva se usa de mala fe, para confundir y trastornar con las palabras una posible resolución que respete a la soberanía popular manifestada.

Primero que todo, el acta electoral es una sola. La es como la es una partida de nacimiento o el acta de la independencia de Venezuela de 1811. Y así como esta se perdió en 1812, debiendo el gobierno de Cipriano Castro tomar como auténtica la copia certificada enviada a Londres y a manos de Andrés Bello a inicios del siglo XX, si imaginamos que han sido destruidos los equipos y las actas electorales en manos del CNE y de allí la negativa de entregar este las actas y mostrarlas ante el mundo, valen a plenitud, entonces, las copias “auténticas” e invulnerables entregadas por los testigos electorales. Éstos, por si no bastase, son funcionarios públicos electorales, no meros representantes de un partido político.

Si estuviésemos ante un juicio y en un país con Estado de Derecho – tal como podría ocurrir en un caso ante la Corte Interamericana – cuando la víctima o el elector presenta sus probanzas, de negarse el Estado a entregar una prueba mejor que destruya la anterior y la oculta, la razón legal le asiste al primero. Así de simple.

En fin, el 28J no hubo fraude sino un secuestro del material electoral, con la buena suerte de que los testigos conservaron sus pruebas “certificadas”, con ayuda militar. Siendo así, González Urrutia y la líder que lo apuntala, Machado, dejaron de ser la oposición – es otra precisión terminológica que han de entender los medios y gobiernos extranjeros – y expresan como significantes al gobierno electo de Venezuela, que es el significado, y a más de 8.000.000 de venezolanos.

Maduro Moros y sus cortesanos, que ocupan de facto el poder, sólo le han dado un golpe a un gobierno electo y democrático; ese que le venció y desnudó tras un proceso fraudulento en su recorrido y que al derrotarlo con las armas del voto autenticado en cada mesa electoral y en ese día histórico de las elecciones, se han dado los venezolanos un liderazgo político e institucional diferente. Que los muertos entierren a sus muertos.

Fuente: Diario Las Américas

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