Marcelo Duclos,
Los que participamos de las extensas jornadas legislativas, sabemos que la singularidad de ese ecosistema genera un contexto particular, probablemente difícil de transmitir para el que está afuera. Aunque nunca fui legislador, sí fui asesor de prensa de una diputada, por lo que conozco muy bien lo que son las jornadas maratónicas, dormir en un despacho, estar atento al horario de un discurso entre decenas de oradores, no tener la más mínima idea sobre el horario del cierre de una sesión o llegar a pasar incluso más de 12 horas en el Congreso. Me tocó vivir al costado del recinto de la Cámara baja discusiones como la estatización de los fondos de pensión, las privatizaciones del kirchnerismo y los históricos debates del conflicto con el campo de la 125.
Los que en algún momento de la vida estuvimos cerca de este ámbito, sabemos que es inevitable la humanización del rival. Esto, que sucede con los legisladores, también ocurre en los ámbitos de los asesores. A veces uno puede llegar a tener más afinidad con los de enfrente que con los de la tropa propia. Por eso, más allá de las diferencias, siempre es bueno el diálogo. Los partidarios de los distintos sectores políticos no deberían sentirse afectados por la buena relación de los diputados y senadores, con los que al fin y al cabo son sus colegas.
Este breve comentario autorreferencial es para aclararle a los partidarios de los distintos espacios que no es un mal síntoma si las cámaras encuentran algún momento distendido y hasta de complicidad entre dos parlamentarios de bloques políticos diferentes o antagónicos.
Sin embargo, lo sucedido entre la vicepresidente de la Nación y titular del Senado, Victoria Villarruel, y el senador kirchnerista José Mayans, es lógico que nos resulte chocante por distintas razones.
Más allá del fervor que caracteriza a los partidarios del gobierno de Javier Milei, hay que comprender que Villarruel tiene el deber de tender puentes con la oposición, sobre todo, mientras se esté en minoría como hasta ahora. La titular del Senado tiene como mayor responsabilidad hacer todo lo humanamente posible para conseguir la aprobación de la mayor cantidad de leyes presentadas por el Ejecutivo que se pueda.
Sin embargo, el impresentable de Mayans hoy le faltó el respeto al presidente de la Nación y, lamentablemente, la vicepresidente decidió acompañar la “broma”, por llamarlo de alguna manera. Todo en el marco de una calculadísima intervención del infame senador, que se jacta de su buena relación con la titular de la Cámara.
Ahora, ¿qué es lo que hace particularmente impresentable a este legislador?
Durante la cuarentena albertista, este senador justificó todas las violaciones a las libertades básicas de las personas y dijo: “En pandemia no hay derechos”, mientras desaparecían personas, un padre alzaba a su hija moribunda para cruzar la “frontera” de una provincia y los familiares no podían ni velar a sus muertos. Si Argentina fuese un país medianamente normal, este ignorante debería haber sido eyectado inmediatamente mediante un juicio político. Sigue ahí, lo que habla muy mal de nosotros y del Congreso.
Puede que, a pesar de todas las barbaridades que se dijeron en la política argentina, esta ocupe el primer puesto. Las garantías constitucionales están hechas principalmente para las adversidades. Aquella manifestación, que cuestionamos duramente desde estas columnas, fue una aberración sin precedentes en los últimos años y que no debería volver a repetirse.
Claro que la vicepresidente y titular del Senado puede, debe y hará cualquier cosa. Sin embargo, una actitud como la de esta jornada ha resultado ofensiva para muchos de los partidarios de la libertad y las instituciones, que con el voto primero la hicieron diputada y luego vicepresidente de la Nación, para acompañar a Javier Milei.