ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
Escribí que Feijoo debería de ofrecer su apoyo parlamentario a Pedro Sánchez a cambio de una legislatura de regeneración nacional. Sánchez, por no bajarse del Falcon, sería capaz hasta de regenerar. Luego me quejé de que Feijoo no me leía, porque seguía con su cantinela de la lista más votada. El que parece que me lee es Abascal, que es el primero que ha movido ficha, ofreciendo su apoyo parlamentario sin contraprestaciones a Feijoo para facilitarle la construcción de una alternativa con otras formaciones menores que se niegan ni a rozarse con el tercer partido de España.
Yo prefería que me escuchase Feijoo, en principio, porque hay más posibilidades aritméticas de que salga la suma PP-PSOE; pero está claro que hay oídos más atentos que otros y más preocupados por la posibilidad tremebunda de un segundo Frankenstein en España.
Y después, también, por mi corazoncito. Mientras los votos sacrificados fueran los de Feijoo, me parecía una idea espléndida. Eran los de otros y, además, las coincidencias programáticas entre ambos son apabullantes (véanse los votos coincidentes en Europa). Ahora que se ofrecen al ara los de Vox, tengo un regustillo amargo en la garganta.
Sé que no es lo más generoso por mi parte, pero déjenme explicar la amargura, que yo aquí no he venido a callarme nada. El PP al que ahora se le ofrece mi humilde voto, entre otros tres millones, se ha pasado la campaña diciendo de todo menos bonito a los votantes de Vox. Mi tesis es que esa postura fue la que hizo un daño definitivo a la suma de la derecha. Errores menores hubo en los dos partidos, como inevitablemente los hay siempre, pero el que dio alas a la estrategia de Sánchez fue ése.
Luego, como andaluz de la Baja Andalucía, tengo muy comprobados los efectos que implica dar al PP los votos de Vox sin una exigencia clara de contraprestaciones políticas y de control de la gestión en puestos de primera línea (y, por tanto, de cuota mediática, de normalización administrativa y de contacto diario con los ciudadanos). A la vuelta de un apoyo gratuito, el PP tiene muchas papeletas de llevarse casi todas las papeletas, paladín sobrevenido del voto útil y de la gestión aseada. Pasó en Andalucía. Pasó en Madrid.
Por otro lado, a pesar de mi afición al ajedrez político, tampoco le veo al ofrecimiento de Santiago Abascal una clara rentabilidad táctica. Si Feijoo no consigue sumar a pesar del cheque en blanco de Vox, el gesto generoso se diluirá en la memoria de los líderes del PP y de los votantes de ambos partidos. Y si lo consiguiese, un poco también. Desplaza el foco, no en Vox que se sacrifica, sino en el PNV, que se revaloriza y hasta, si ellos quisieran, se les blanquea de haber propiciado y sostenido al sanchismo. Por último, permite ofensas gratuitas, como la de Coalición Canaria, que se abre a apoyar a Feijoo, si Vox no entra en un futuro Gobierno, contribuyendo a la demonización y al abuso de la generosidad de Abascal. La pérdida de Iván Espinosa de los Monteros no ayuda nada, pues el equilibrio entre prestar los votos a un probable gobierno de Feijoo y, a la vez, no apearse del todo de la oposición, requería un portavoz parlamentario muy experimentado.
Encima, si, por desgracia para España, la jugada de los votos ofrecidos en blanco no sale bien, Vox se sigue dejando pelos en la gatera. ¿Cuáles? La idea de que es un partido auxiliar del PP y, sobre todo, la reafirmación en los dirigentes del PP de su obsesión de que los votos a Vox en realidad son traviesos, díscolos, gamberros votos suyos, pero que, con un poco de palo y otro poco —menos— de zanahoria, ya volverán.
El regusto amargo y el análisis dolorido, sin embargo, son parte del sacrificio. Si no, ¿qué sacrificio sería? Vox ofrece sus votos sin sacar contraprestación política ni sentimental ni ideológica. Lo hace por el bien de España. Porque todas las otras opciones son peores y porque no quiere convertirse en la excusa de los partidos nacionalistas (CC y PNV) para abandonar a la nación a su suerte. Yo no sabía que el mal menor era esto.