Hughes,
La publicación de los datos del Ministerio del Interior sobre delincuencia en el último trimestre permiten hablar ya de un nuevo miembro en la familia, otro invitado a la mesa: la inseguridad.
No es un estado de ánimo creado por los vídeos de Twitter. Esos vídeos de gentes sin camiseta pegándose machetazos que alguien graba desde el balcón. Es algo real, tan real que ni los datos oficiales del Ministerio de Marlaska pueden camuflar: un incremento en más del 7% en todos los delitos.
La delincuencia sube como los precios, así que no solo los salarios reales han bajado vertiginosamente. También la «seguridad real».
Las dos cosas tienen un importante matiz social, de clase o nivel de renta. La cosa va por barrios y no le afecta a todo el mundo igual. Aunque todo llegará, porque lo más asombroso es el aumento de los secuestros. Han subido un 166%, como si se estuviera consolidando una nueva modalidad criminal. ¿Qué tipos de secuestros son? ¿Secuestros exprés? ¿Secuestros de niños a lo Juana Rivas? ¿Los autosecuestros tipo Bartolín? Los secuestros tranquilizan un poco porque parece que es algo que le sucede a los ricos, pero en Hispanoamérica se desarrolló un tipo de secuestro aleatorio que reparte mucho el premio.
Por supuesto, en la campaña no se habló de estas cosas. Es repetirse (es repetirse mucho), pero los medios, ayudados por el calendario, iniciaron un carrusel woke: calor climático, gais y asesinatos de mujeres, del que no se salió. Para el periodismo predominante, la seguridad es un tema feo, un tema degradante, como una pasión menor y egoísta. Algo poco intelectual por demasiado simple y que además sirve y protege a la propiedad. Todas las utopías y «avances» son imaginables, pero ¿a qué se parece una utopía de seguridad? Quizás al franquismo.
Junto a los secuestros, también han subido mucho los homicidios y las agresiones sexuales con penetración, que extrañamente interesan poco al feminismo en boga. Los datos, en este punto, los da el Ministerio del Interior, pero podrían considerarse una responsabilidad de Igualdad, un ministerio que tiembla o debería cada vez que estornuda el de Marlaska.
Porque tienen un ministerio ad hoc, cientos de millones, la educación y los medios de comunicación y sin embargo las cosas no mejoran. ¿Es más fácil luchar contra el Clima que contra el Patriarcado? Este mes de julio, por ejemplo, ya son nueve las víctimas por violencia machista, y el ministerio ha respondido con la urgencia burocrática típica de todos los ministerios: convocando al Comité de Crisis sobre Violencia de Género. ¿Para qué? ¿Con qué frutos o medidas? Yo, como hombre en edad de merecer (aunque merecer poco), no he recibido ningún input ministerial al respecto que me libere de mi patriarcado interior.
Vistos así, de manera general, los hombres son como esos psicópatas del cine americano que no quieren matar, pero que no pueden evitarlo. Sufren por ello. Aunque no quieran, una voz sale de su interior: mata, mata, que en este caso sería: mata a tu mujer por ser mujer…
Algo sí hizo el Comité, y fue utilizar la palabra «extremo», hablar de «violencia de género extrema». Nada es auténticamente malo y serio si no se le puede añadir. Todo lo malo es susceptible de serlo más siendo extremo.
Pero al menos hay estadísticas y vamos sabiendo cosas. Julio suele ser un mes muy malo para esto. No es la primera vez que la violencia contra la mujer se dispara en este mes y, sin embargo, no se recurre a la explicación en la que todos pensamos: el calor, lo cual es bastante decepcionante. El cambio climático está presente en todo, lo explica todo, la industria, el consumo, las migraciones, pero no se relaciona calor (calor de julio) y crimen de género. Es como si hablar del cambio climático aligerara la responsabilidad del patriarcado, como si fuera a quitarle protagonismo. Tampoco sabemos cómo lucharía el feminismo contra el aumento de las temperaturas. Imaginamos formas rituales de manifestaciones o danzas o coreografías.
Pero hay estudios al respecto. En el extranjero se ha estudiado la relación entre la llamada violencia de género y el cambio climático, sobre todo en sociedades africanas. Un estudio publicado por el Banco Mundial detallaba que las mujeres y las niñas tienen catorce veces más probabilidades de sufrir daños directos en un desastre climático, y si sobreviven tampoco les va mejor. En las sequías, por ejemplo, el fuerte estrés social por la falta de lluvias intensifica las «prácticas patriarcales» como la preferencia por los hijos varones. Normalmente, los desastres naturales obligan a las mujeres a trabajar en la reconstrucción, con ello desatienden las tareas domésticas, lo que aumenta las tensiones conyugales y la violencia. El análisis de varios contextos de desastres climáticos como sequias e inundaciones ofrece una explicación: el clima genera desastres, los desastres generan pobreza y la pobreza genera frustración que los hombres solo saben descargar de una manera: pegando a sus mujeres.
Aquí la tenemos, nítida, clarísima, la relación directa entre el Clima y maltratar a la mujer.
Pero en España no la vemos. No leemos, por ejemplo, que el calor de julio ha disparado la frustración masculina, porque hacer esto sería culpar al cambio climático y ni el Clima ni la nacionalidad del hombre pueden tener cabida en explicación alguna.
Sin embargo, por sorprendente que sea, sí se añaden otros factores. Ayer, los medios de Atresmedia distribuyeron un informe que hablaba sobre el aumento en el «negacionismo» machista entre los jóvenes (cuya rebeldía nos gustaba hasta ahora), y el exdelegado de Gobierno para la Violencia de Género relacionó ya sin velos ese «negacionismo» con la violencia actual. En su opinión, el llamado discurso negacionista no sólo justifica la violencia, también genera algo más sutil: reduce la recriminación social al asesino. El dato empírico que soporta esta mezcolanza de psicología, sociología e ideología es el descenso en el suicidio de asesinos «machistas», que se interpreta como una relajación de la condena social. El que mata a la mujer y a los hijos ya no se suicida tanto porque el entorno le condena menos.
Este tipo de razonamientos van en la línea de considerar a estos crímenes «terrorismo machista». Sofistican el monstruo. Ya no sería solo una estructura ancestral de desigualdad (una especie de deidad latente que existe y no existe). También van estableciendo formas de relacionar la violencia con el discurso político disidente, estigmatizándolo cada vez más seriamente.
En una entrevista, el señor Miguel Lorente, que así se llama, dijo algo así: «Ahora mismo hay hombres tramando matar a su mujer», lo que más que a un grupo terrorista recuerda al clima de las series y películas americanas en las que el FBI persigue a psicópatas solitarios que, en ese mismo instante, ya han decidido la rubia a la que despedazar.
Sólo que aquí los psicópatas somos todos. Los asesinos en serie son El Hombre, y no se trata del FBI sino de un Ministerio repleto de feministas que cuenta con una delegación de Gobierno, como si fuera, en sí misma, una región de la realidad.
Esto tiene bastante sentido. El presupuesto tiene que dar para pagar las rentas clásicas e imaginativas de la clientela del PSOE y Sumar, las compensaciones cíclicas a Cataluña y el País Vasco y la parte de las feministas, que necesitan 573 millones de euros anuales para su Ministerio de Igualdad. Que en la igualdad está: que las maten exactamente igual que las mataban. Aunque ahora también las violen más.