Ignacio Ávalos,
A la altura de los postres, durante el almuerzo con unos amigos, quienes alcanzan la categoría de panas, nuestra conversación aterrizó en las olimpíadas realizadas hace poco en Francia. Desde el principio salió a relucir el Barón Pierre de Coubertain, quien a comienzos del siglo pasado organizo los primeros juegos. Se trataba de un fino y noble parisino, admirado y a la vez muy cuestionado por ser racista, machista, xenófobo y no me acuerdo de que otra cosa más, a quien se le recuerda, apenas, en pequeña placa colocada en una callecita de la capital del país galo. Es considerado el padre fundador del deporte moderno, definido como una actividad física que se desenvuelve en el marco de una competencia reglamentada que establecen la igualdad y el “juego limpio” entre los participantes, señalando además que “lo importante no es ganar, sino competir”.
Y a propósito de ello, caímos en la actual polémica en torno al “fair play”, medula de la religión deportiva, actualmente en crisis debido en buena medida, al uso en canchas, piscinas, gimnasios y pistas, de un conjunto de nuevas tecnologías (ingeniería genética, robótica, neurociencias, big data …), a las que se suman diversas formas de dopaje. Tan cuestionado se encuentra este precepto, que se ha comenzado a anunciar que no falta mucho para que su fundamento, no sea la pureza del cuerpo, como se pretendió, sino la igualdad de oportunidades en el acceso a las opciones tecnológicas.
Las neuronas se rebelaron en mi contra
Por allí iban mis ideas para completar las líneas del artículo de esta semana (quería, además, resaltar la aprobación por parte del COI, de los e-Sports), hasta que sentí que ese no era un tema apropiado, dadas las circunstancias que rodean a nuestra sociedad, desde el día en que se llevaron a cabo las elecciones presidenciales.
El cerebro me regañó, y con razón. Obediente, engaveté el tema deportivo y pasé a referirme al conflicto suscitado por la demora en conocer los verdaderos resultados de los comicios, empañados por serias dudas que, sin embargo, no fueron óbice para que el CNE proclamara, con cierto apuro, a Nicolás Maduro como candidato ganador. En su anunció pasó por alto el hecho de que, gracias a las bondades del voto electrónico, las actas salidas de las máquinas, que son información pública, estaban, en casi 80% en manos de los testigos que se dieron cita en las mesas, colocando a su presidente en el aprieto de tener que probar que los números arrojados por el mejor sistema electoral del planeta, esta vez no reflejaban la decisión soberana del ciudadano, puesto que en casi 70% de los sufragios se prefirió a Edmundo González, mientras que en poco más del 36% se inclinaba por Nicolás Maduro.
Debo referirme, también, a la protesta que tal decisión ha generado en la mayoría de la población, así como en distintos organismos internacionales (ONU, OEA, UE, CIDH…) y en una enorme cantidad de países, incluyendo, aunque en otro tono, a las naciones emparentadas ideológicamente con nuestro “gobierno izquierdista” (insisto en las comillas), siendo Chile el primero de ellos, seguidos por Colombia, México y Brasil, cuyo presidente, por cierto, hace unos días sorprendió calificando al gobierno venezolano como “muy desagradable” y con “un sesgo autoritario”. Y, he de referirme, por último, a la manera como el CNE, brincándose cuanta norma se le atravesara en el camino, esquivó el reclamo sobre los resultados y lo envió, por orden del propio Maduro, a la Sala Electoral del TSJ, a fin de que armara el rompecabezas y se mostrara la aritmética que prueba su reelección, lo que significaría, como dije, que esta vez las infalibles máquinas erraron el tiro al sumar los votos contenidos en las cajas.
Cambio en el atlas político
A simple vista el país es otro desde el punto de vista político. La actual oposición enmendó sus errores y torpezas de años anteriores y sobran las señales de que el chavismo – madurismo ha pasado a ser una minoría, cuyas discrepancias internas, tratan de maquillarse.
No parece difícil de entender, supongo, que los venezolanos se cansaron de vivir en el país de la desmesura política, en el que se proclama solemnemente hacer historia en cada cosa que se realiza y en el que la realidad no se parece en nada a lo que se difunde, desde el púlpito mediático, en cadena nacional.
Ciertamente, sus logros quedaron muy lejos de las ilusiones que sembró. Su narrativa política no tiene casi nada que ver con nuestra actual sociedad y no calza con lo que siente y observa cualquier ciudadano, no en vano más de 8 millones de compatriotas han preferido trasladar su vida a otros países y no son pocos los que hoy en día, ante la incertidumbre que ha provocado el desmadre electoral, están evaluando la opción de echarse el morral a la espalda y marcharse adonde sea.
Por otro lado, el relato gubernamental sigue referido a una polarización que ya no existe y se inventa pretextos y acciones que apuntan a combatir la ultraderecha, la injerencia extranjera, el fascismo, la guerra híbrida, la traición a la patria y hasta un pacto con “la iglesia satánica de Estados Unidos”. Por si fuera poco, la Asamblea Nacional se sacó de la manga tres nuevas leyes que reducen considerablemente el ámbito de la sociedad civil. En fin, el oficialismo está tratando de tapar el sol con un dedo, esto es, negándose a aceptar que la situación que sufren desde hace casi una eternidad, fue la que llevo a los venezolanos a escoger un cambio de ruta en la dirección del país.
En síntesis, desde el poder se ha seguido divulgando una versión de la realidad que no se corresponde con la verdad de los hechos, ni con las causas que los motivan. En efecto, el dato duro e irrebatible es que emergió una nueva mayoría política, heterogénea, pero mayoría al fin, que se opone claramente a quienes han gestionado el país desde hace unos cuantos (demasiados) años. Una mayoría que no parece dispuesta a dejar de defender sus derechos, tal como se puso de manifiesto, a pesar de las trabas diseminadas por todos lados para impedirlo, en el mitin realizado en Caracas el sábado pasado, y que, por cierto, culminó con la “expropiación” (ignoro si es esta la palabra indicada), del camión que sirvió de tarima a María Corina Machado.
El otro dato, igual de duro e irrebatible es, obviamente, la rotunda condena de la comunidad internacional.
Que se muestren las actas, pues
Tal vez el sentimiento que arrope a una gran parte de los venezolanos sea el de encontrarse en medio de decenas de interrogantes, respecto a las consecuencias que se desprenderán de estos comicios, vista la reacción que produjo la derrota de Nicolás Maduro.
Se han asomado distintas propuestas para zanjar el impasse, incluyendo la repetición de los comicios, opción que rechazan ambos candidatos, por motivaciones opuestas, desde luego. Pero la decisión no puede ser otra que contar, en primer lugar, las actas de votación, de acuerdo con lo establece la ley, opinión que es compartida firmemente por quienes tratan de zanjar nuestro impasse político.
Hay que reiterar una y mil veces, la apremiante necesidad de que se abra un proceso de diálogo y de negociación entre gobierno y la oposición, incorporando la presencia de actores internacionales, en función de alcanzar una transición pacífica. Se trata de firmar un pacto de convivencia, basado en la justicia transicional.
Desde siempre la tarea de la política ha tenido que ver con la redacción del libreto de una sociedad posible, elaborado desde el consenso, respetando la pluralidad social. En las actuales condiciones del país, esto trae consigo como requerimiento, la creación progresiva de la legitimidad política e institucional que permita generar un paquete de acuerdos que asuman la profunda crisis nacional y muestren un futuro que no suscite el temor, sino que nos abra la esperanza.