Miquel Giménez
Los modernos de la nada se empeñan es descafeinar todo lo que sea tradición cristiana. En paralelo, potencian cualquier otra religión dando pábulo a sus celebraciones. Mientras no esté la cruz, todo les vale. Lo llaman progresismo y multiculturalidad. En Barcelona, Colau ha decidido que este año no se instala el tradicional Belén en la plaza de San Jaime. Para los bodrios con que nos había obsequiado los últimos años casi se agradece tal medida.
Quien se sienta a la cabecera de nuestra mesa es el Cristo de Luz, el Hijo de Dios hecho hombre, el que vino a predicar el amor fraterno entre los hombres
Durante esa República tan iluminadora, según Sánchez, decidieron suprimir la festividad de los Reyes Magos. Pero ante la protesta no tuvieron más remedio que crear «El día del niño» para que los chiquillos disfrutasen de un caballito de cartón o una muñeca de trapo. Es lo que supone la tradición en el cuerpo social: se arraiga y cobra fuerza porque su misma razón de ser se encarna en el alma colectiva, en eso que llamamos el sentir del pueblo. De ahí que, aunque los sucesores de aquellos orates se empeñen en felicitar «las fiestas», «el solsticio de invierno» o –esto ya es de fuera de concurso–«Yule», la gente se felicite las Pascuas, la Navidad, la ocasión de establecer un alto el fuego en las guerras, de reunir a la familia alrededor de una misma mesa, de recordar que hace dos milenios un niño nació a la intemperie en un establo, un niño que había de revolucionar al hombre con un mensaje tan revolucionario que todavía no se ha cumplido ni por asomo, un mensaje que le costó la vida, la tortura, el escarnio y la burla de sus contemporáneos, de los que mandaban, de los pudientes.
El Dios que dijo a su Padre que nos perdonase, porque no sabíamos lo que hacíamos
Es ese niño, Jesús de Nazaret, el Cristo que nos contempla inocente en su cunita hecha de paja y que acabará por mirarnos colgado de una cruz, ensangrentado y lacerado, con la misma dulzura, el protagonista de estos días. No son las compras en los grandes almacenes, o las viandas que sirvamos, o los aguinaldos, o los viajes que hagamos. Quien se sienta a la cabecera de nuestra mesa es el Cristo de Luz, el Hijo de Dios hecho hombre, el que vino a predicar el amor fraterno entre los hombres, el que nos dijo que todos éramos Hijos de Dios y, por lo tanto, iguales ante sus ojos. Es el Dios de la clemencia, de la bondad, el de la justicia, el que arrojó a los mercaderes del templo, el que dijo con justa ira que aquel que estuviera libre de pecado arrojase la primera piedra. El Dios que caminaba junto a pobres, enfermos, tullidos, desahuciados, el que escogió a sus apóstoles no entre los ricos y los poderosos, si no entre humildes pescadores, el Dios que perdonó a la prostituta María de Magdala, redimiéndola, el que le aseguró a San Dimas, el buen ladrón, que con su sincero arrepentimiento estaría aquel mismo día junto a Él en el paraíso. Es el Dios de los desesperados, de los pobres, de los necesitados, de los que padecen hambre y sed de justicia. El Dios que dijo a su Padre que nos perdonase, porque no sabíamos lo que hacíamos.
Celebramos la Natividad de Cristo. Feliz Pascua a todos.