La infraestructura sigue deteriorándose. Los acueductos y tuberías no tienen mantenimiento ni reparaciones duraderas. Las aguas albañales se desbordan por muchas calles y se han convertido en lagunas permanentes, mezclándose con el agua potable. El transporte está cada día peor. Los accidentes se multiplican porque no hay luces o por el mal estado en que se encuentran las carreteras. No hay piezas de repuesto ni neumáticos. Escasea el combustible. Hay peleas constantes en las paradas porque todos quieren irse en el autobús que llegó. Han tenido que poner policías en las paradas más céntricas para controlar las peleas y las protestas. El transporte aéreo nacional y el ferrocarril están en crisis también. Cuba no tiene aviones comerciales. Numerosos pueblos, alejados de las carreteras y líneas centrales, están prácticamente incomunicados.
Los servicios de salud son caóticos. Los estudiantes de medicina son los que atienden las emergencias en muchos hospitales. Los consultorios del médico de familia están abandonados. Escasean las medicinas. Los hospitales, con las excepciones conocidas, están en muy mal estado. Los pacientes que ingresan tienen que llevar sábana, almohada, toalla, un cubo para almacenar agua, un jabón, cepillo, pasta dental y hasta un bombillo si no quieren estar en penumbras u oscuridad. Los baños son antihigiénicos y usualmente están rotos.
El otro “rubro” de antiguo orgullo castrista, la educación, no está tan mal como otros reglones sociales, pero también enfrenta problemas. Las matrículas han disminuido. No hay incentivo para estudiar una carrera de cinco o más años con el propósito de recibir más tarde un salario que no resuelve ni las necesidades básicas. Muchos profesionales siguen cambiando de trabajo y se van a un paladar, a un hotel o a una playa donde puedan recibir propinas en dólares de los turistas. Las carreras militares están desiertas. Las edificaciones de las escuelas “al campo” están en ruinas. En los comedores escolares los almuerzos son realmente meriendas.
Pero el problema que apunta al corazón del régimen, ahora, es la crisis política. Durante décadas, Fidel Castro enfrentaba los períodos de crisis económica o sociales con éxodos masivos y ayudas abundantes. Primero, de la Unión Soviética y, después, de Venezuela. Ya no existen ni Fidel Castro ni la posibilidad de ayudas masivas. Castro se esmeraba para que “la Revolución”, que era la deidad del régimen, se mantuviera viva y en constante adoración. Su “exaltación” al ideario marxista-leninista, por una parte, y al ideario martiano, por el otro, eran los “combustibles” con que mantenía la coherencia política. La ideología marxista-leninista falleció y ni se menciona ya en Cuba. El ideario martiano se mantiene, pero más como conciencia nacional que como baluarte del régimen. La realidad es que en Cuba, hoy, no hay una ideología oficial. Lo que prima es la improvisación.
De hecho, el desencanto político se mantiene en silencio, pero cientos de miembros del Partido, el aparato político fundamental del régimen, devuelven sus carnets todos los meses. Otros numerosos miembros no quieren enfrentar ese reto y optan por una salida menos confrontacional y dejan de asistir a las reuniones y a las actividades partidarias. Su hijo menor y el que más aporta membresía al Partido, la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), vive el mismo problema, pero de forma diferente: nadie quiere ingresar en ella. Otras entidades importantes en el trabajo político como los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), están casi marginadas por poca participación y, peor aún, por no confiabilidad. El régimen sabe que muchos de sus miembros ingresaron en ellas buscando tener “integración política” con la cual conseguir un empleo, nada más.
Ante esta situación “compleja”, como usualmente le llaman a las crisis, una vez más han recurrido a la represión de los más peligrosos para mantener la estabilidad del régimen. El mes pasado se efectuaron en Cuba 162 arrestos arbitrarios, un promedio de más de cinco diarios. En las fechas especiales, la policía política monta guardia permanente frente a las viviendas de los opositores y disidentes para evitar que puedan realizar protestas o actos públicos previniendo, de esa manera, que surja un “foco” desestabilizador.
El régimen sabe, muy bien, que existen las “condiciones objetivas” (usando su mismo lenguaje) para que suceda una explosión social que, muy fácilmente, puede comenzar en una cola, en una parada de autobuses, en un parque o hasta en el Malecón. Por eso, el ministro del Interior, Julio César Gandarilla, es el ministro más activo hoy.
Pero la clave del problema castrista, su “encrucijada”, es que la represión política no resuelve los problemas económicos y sociales que tienen los cubanos. Además, el régimen ni siquiera tiene la posibilidad que tuvo Raúl Castro de una “apertura” como Estados Unidos. Esa vía no existe hoy.
Su “tiempo” político para darle solución a tantos problemas es corto. No hay otro camino que no sea hacer cambios reales, inicialmente en el área económica, por lo menos. Cuba no produce porque la ideología comunista eliminó la empresa privada y el incentivo de la ganancia. Las licencias de cuentapropistas demostraron que no son la solución. Todos ellos saben que eso es una maniobra para solucionar, temporalmente, ciertos servicios que no existían y un aumento en la producción agrícola. Y en cuanto el régimen vio que esos cuentapropistas agropecuarios comenzaron a ganar mucho dinero, los rezagos ideológicos se interpusieron para evitar el resurgimiento de la clase burguesa que ya habían eliminado en los años 60’s. La ideología comunista está muerta, pero quedan esos rezagos.
Si los nuevos “dirigentes” del régimen no se deciden a deshacerse totalmente de los preceptos marxistas y comienzan a abrir paso a la economía de mercado libre, la crisis actual derivará, a corto plazo, en una situación de caos como ya hemos visto en otros países. Y, sin dudas, será más difícil de controlar porque los exaltados no serán los opositores al régimen que ellos saben dónde viven, sino tumultos conformados por los que más están padeciendo y que están cansados de esperar por soluciones. La encrucijada es real y está al “doblar de la esquina”. Si Díaz-Canel y compañía no quieren embarrarse las manos de sangre, este es el momento de tomar otro camino. Y, por mucho que les “duela” reconocer que “la Revolución”, como eufemísticamente le han llamado a la dictadura comunista, ha fracasado y está muerta, tienen que hacerlo. No les queda otro camino.
Fuente: Diario las Américas