MIQUEL GIMÉNEZ,
El máximo afán de los que gobiernan el mundo es que seamos unos ignorantes. No existe nada mejor que una masa ágrafa para aquellos que pretenden manejar los destinos de la humanidad a su antojo. A nadie debe extrañar que el sistema educativo haya ido degradándose desde hace décadas. Cuando en España se decidió suprimir el latín algunos pusimos el grito en el cielo porque veíamos venir la hecatombe. El pretexto era tan pueril como acientífico: es una lengua muerta, mejor que estudien inglés. A día de hoy, no hay estudiante que tenga el nivel mínimo para, por ejemplo, mantener una negociación económica. Si quieres dominar esa lengua debes hacerlo estudiando en centros especializados. Nos quedamos a medias luces con el inglés y perdimos el latín, base de todas las lenguas romances e imprescindible para estudiar el alemán, que también tiene declinaciones. Pero, sobre todo, tiramos a la basura una parte importantísima de nuestra herencia histórica y cultural. Ahora se quejan muchos estudiantes de derecho que se encuentran con que todo está repleto de «latinajos» como algunos dicen. Ah, queridos, nuestras leyes se fundamentan básicamente en ese Derecho Romano que debe estudiarse preceptivamente para muchos y deliciosamente para los menos, pues en él hallamos no poca sabiduría.
Ignorantes a machamartillo, adocenados por la cultura basura de consumo, esa de usar y tirar y que tan solo sirve para… nada. Decía Cervantes que la ignorancia es un rocín que hace tropezar a cada paso a quien lo monta y pone en ridículo a quien lo conduce. Esto último nos tememos que es cada vez menos frecuente porque, como en el tango Cambalache, los ignorantes nos han igualao. Nunca ha existido mayor idiocia ni jamás se ha visto a tanto analfabeto orgulloso de serlo. Hemos desterrado la memoria como precioso y útil auxiliar del conocimiento lo que conlleva muchas otras cosas, entre ellas que no sea preciso recordar nada, basta con «entenderlo». ¿Y en qué consiste eso? Pues en admitir como bueno lo que se nos diga por parte de los profesores, los políticos, los comunicadores, los plutócratas. Sin memoria, que es tanto como decir sin educación, Orwell se quedará corto en sus terribles profecías acerca de lo que es un sistema dictatorial. Leer es poco menos que un hábito de seres extraños que no están dentro de esa horterada que llaman mainstream, porque esa es otra, hay que emplear cualquier palabreja en inglés antes que en nuestra bellísima lengua española.
Me produce escalofríos pensar lo que quedará de tantos siglos de pensamiento después de este lijado educacional que tan sólo sabe crear individuos mutilados intelectualmente, seres de vidrio que se quiebran a la primera de cambio, que vivirán en un ámbito en el que el principio de autoridad estará minado desde esas mismas aulas en las que la figura del maestro se considera como un elemento perturbador y fascista. Es la era de la ignorancia. De la dictadura, por consiguiente.