Escritor Invitado,
En septiembre de 2023, un conocido empresario australiano pronunció las siguientes palabras: «Necesitamos recordarle a la gente que trabaja para un empleador, no al revés«. Estas declaraciones se hicieron eco por parte de los voceros y representantes de ambos polos políticos. La izquierda, como de costumbre, no dudó en tachar al empresario de cacique y la derecha no tardó en salir en su defensa. Más allá de estas riñas en politiqués avanzado que no me interesan, mi planteamiento de hoy es el de desmenuzar un mito errado en su origen: el capitalismo trata de defender a las empresas a costa de sus empleados.
Como primera premisa errónea, el capitalismo de libre mercado no tiene como objetivo la defensa del empresario, simplemente porque el capitalismo no tiene ningún objetivo sobre una persona, colectivo o clase. Despojemos al capitalismo de algunas connotaciones desacertadas y arcaicas que arrastra desde del ocaso marxista. Como decía André Comte-Sponville en Le capitalisme est-il moral?, el capitalismo no es más que una tecnología social e impersonal que nos permite asignar recursos de manera eficiente. Frugalidad, ahorro y reinversión, son los ingredientes de esta anomalía histórica que nada tiene que ver con bigotes puntiagudos y fuerzas en la sombra.
El capitalismo no quiere ni puede defender a los empresarios
Dicho esto, la defensa a ultranza de las empresas en general o una empresa en particular es un error y supone un desconocimiento claro de las reglas del juego del capitalismo mismo. Defender a una empresa en detrimento de un trabajador implica antes de todo intervención e imponer el arbitrio de alguien que, con mejores o peores intenciones, pretende perturbar el orden espontáneo y libre que emerge de las interacciones sociales. Cabe entonces, hacernos la siguiente pregunta, ¿debemos defender a los empresarios? Y en ese caso, ¿cómo deberíamos hacerlo?
Sabemos, ya, que el capitalismo no cuenta con las herramientas coercitivas de carácter político, que nos permitirían intervenir y defender a un empresario. Entonces, quien sea que pretenda poner en uso alguna herramienta coercitiva contra la libre negociación entre empresario y el trabajador, no estará cumpliendo las reglas del juego del capitalismo. Sin regulaciones que defiendan al empresario o al trabajador, en el capitalismo existen empresas que quiebran porque no alcanzan a pagar salarios suficientemente altos, en la misma medida que existen trabajadores que no encuentran trabajo porque piden un salario demasiado alto.
Con estas reglas del juego, el mercado es un sistema dinámico donde los empresarios descubren nuevos medios para alcanzar nuevos fines. Siendo el arbitraje una condición inherente a dicho sistema, las relaciones de escasez entre factores de producción tienden al cambio del mismo modo que su precio. Si las curvas de oferta y de demanda varían y el factor trabajo escasea, su precio subirá y las exigencias de los trabajadores aumentarán hasta encontrar un estado de equilibrio donde todas las partes salgan beneficiadas.
Un camino, no una meta
Aquellas empresas que no puedan permitirse tales condiciones deberán dejar su lugar a aquellas que sí lo hagan. Las reglas son: no intervenir y respetar la propiedad privada. Solo son permitidas las relaciones horizontales, donde la vida a veces no es fácil y las empresas quiebran y los trabajadores pierden su trabajo, pero donde no se ejerce violencia y donde el tamaño de las empresas no es sinónimo de poder, sino más bien de responsabilidad y libertad.
Ya poniéndonos más poéticos, me gusta hacer el paralelismo del capitalismo como un camino y no como un destino. El libre mercado capitalista no tiene un objetivo preciso, ni el éxito de una empresa, ni el derrumbe de un colectivo. A mí me gusta verlo como una ruta cambiante, sinuosa y a veces peligrosa, que muta continuamente basándose en las necesidades de los individuos y al ímpetu empresarial. Así que si algún empresario ondea la bandera equivocada y se queja de la excesiva remuneración de unos trabajadores o de las privilegiadas condiciones de otros, recuérdale que él no es el destino y que es con los trabajadores que se hace el camino.
Los trabajadores
Los trabajadores son una fuerza más del libre mercado. Su mercancía, en este caso su trabajo, está sujeta para bien y para mal a las leyes de la oferta y la demanda. Del mismo modo que nadie debería intervenir cuando el precio de las patatas sube por encima de las posibilidades de algunos consumidores, nadie debería intervenir tampoco cuando un trabajador reclama mejorar sus condiciones laborales. Recelemos, pues del que aparentemente defiende el sistema de libre mercado capitalista, pero solo pretende favorecerse de los tentáculos del Estado para imponer su proyecto de vida en detrimento del de los demás.
Christian Michel en su obra “Vivre ensemble” (2004), nos recuerda de qué manera el sistema de libre empresa capitalista reconcilia el tener (la avaricia) y el ser (ser capitalista o proletario) con el hacer (todos nosotros hacemos, todos modulamos la naturaleza y nos servimos del capital o los recursos naturales para desarrollar nuestros proyectos de vida). No importa entonces qué tienes o quién eres, en el capitalismo ser y tener se reconcilian en el hacer, porque hacer es insuflar ser en el tener.