Victor H. Becerra,
Las campañas presidenciales en México entran a su etapa final, previo a la elección de este domingo 2 de junio. En unos días comenzarán los cierres de campaña, tras el tercer y último debate presidencial, y la magnífica y vistosa concentración ciudadana en apoyo a la candidatura presidencial de la oposición, llamada la «Ola Rosa«.
El presidente Andrés Manuel López Obrador busca extender y consolidar el proyecto de su autonombrada “Cuarta Transformación” o 4T, con su candidata, Claudia Sheinbaum, que se asume como la continuidad del actual presidente y su gobierno y como la copia y la discípula más aventajada de López Obrador, abanderada de su partido, MORENA. Claro: hay un equívoco en esto: López Obrador y Sheinbaum y sus intelectuales a sueldo llaman Transformación a lo que ha sido en realidad, simple destrucción y rapiña.
Del otro lado está la opositora Xóchitl Gálvez, al frente de una alianza de partidos (los históricos PRI, PAN y PRD) y agrupaciones ciudadanas, que ofrece una agenda de “vida, libertad y verdad” con una vaporosa propuesta de gobierno de coalición. Hay un tercer candidato, muy minoritario, Jorge Álvarez Maynez, que es promovido por el régimen para dividir el voto y que tal vez, buscará que le alce la mano a Sheinbaum para legitimarla, en un apurado escenario de votación muy cerrada y disputada.
Al respecto, no debe haber ninguna duda: Claudia Sheinbaum es tan arbitraria, intolerante, autoritaria y al parecer tan corrupta como López Obrador. Es tan peligrosa para el país y las reglas democráticas como lo ha sido López Obrador. Y seguirá siendo cómplice de regímenes como el de Cuba o Venezuela. No debe dársele el beneficio de la duda: los seis años de destrucción y bandidaje de López Obrador ya han sido más que suficientes para el país.
Su victoria implicaría la continuidad de la agenda de López Obrador y de su gobierno, es decir una amenaza latente contra los equilibrios constitucionales, la separación de poderes, el Estado de Derecho, así como la continuación e impunidad de la corrupción y connivencia con los carteles criminales que ha sido la característica distintiva de todo el actual sexenio.
Xóchitl Gálvez en contraste, no ha pertenecido nunca a ningún partido político, aunque ha sido funcionaria en gobiernos del conservador Partido Acción Nacional. Aunque ella se dice más bien de izquierda, con un pasado de veleidades «troskistas». En lo personal, yo la traté hace algunos años: la invitaba a muchísimos eventos de divulgación libertaria que realizaba entonces, porque me parecía una política atrayente y cercana en algunos planteamientos, y hablé un par de ocasiones con ella, para buscar un mayor acercamiento y nunca encontré ni su simpatía ni su apertura. Vaya: ni siquiera encontré un amable gracias, algo raro en un político profesional en México, generalmente muy atentos. Para ella, nuestros temas eran muy ajenos en el fondo. Así que no es ninguna paladina de la libertad o del liberalismo, sino una política mexicana promedio, simpatizante de una economía estatizada, que cree como López Obrador, que la política y el Estado deben estar por encima de la economía de mercado, la cual debe estar al servicio de los políticos y de su clientelismo.
Pero es una política sin extremismos, que ha expresado su rechazo sin atenuantes a los regímenes dictatoriales de la región y que está obligada al diálogo por la heterogeneidad de su coalición de apoyo, y que por tanto, garantiza la interlocución y el respeto a las reglas democráticas y de la legalidad, cosa que no sucede con Sheinbaum: ésta tiene la lógica de consolidar los cambios autoritarios, centralistas y estatizadores que ha promovido López Obrador, que cree que su partido y los demás deberían servirla incondicionalmente, que excluiría a quienes la critiquen o se le opongan (ella y el régimen han calificado como «Traidores a la patria» a sus críticos), y que está dispuesta a terminar con la destrucción de los equilibrios democráticos y constitucionales que inició López obrador. Y esto no es una mera percepción: sus intervenciones en los tres debates presidenciales y en entrevistas posteriores, han sido transparente en sus intenciones y en lo que espera en su relación con los otros Poderes, los partidos y los medios de comunicación, y en que solo respetará los resultados electorales si éstos la favorecen.
Por ahora cabe preocuparse por las condiciones en las que los mexicanos votaremos en unos días. Al respecto, Claudia Sheinbaum lleva varios días hablando de que se cocina un ‘fraude electoral’ en su contra, lo que es un sinsentido: quien tiene el poder, el dinero, la fuerza y los recursos para intentar un fraude es el oficialismo, no la oposición. Pero su arenga, dicha para galvanizar a sus seguidores, utilizar el largo historial de fraudes por parte del PRI o dar algún sustento posterior a algún reclamo por sus posibles malos resultados, hace pensar en que su supuesta «amplia ventaja» en las encuestas, se ha ido evaporando y ya empiezan a sonar las alarmas en su cuartel de guerra.
Al respecto, la oposición y Xóchitl Gálvez están peleando diariamente contra López Obrador, Sheinbaum, todo el aparato de coacción oficial, un árbitro electoral poco confiable, encuestas alquiladas, el crimen organizado, los programas sociales y contra el Ejército. Y todo parece indicar que van ganando! No debemos dejar de observar cierta epopeya en ese esfuerzo.
En muchos lugares del país, los mexicanos votaremos bajo balas, extorsión y violencia de los grupos criminales que consecuentó este gobierno. Al menos 70 personas vinculadas a partidos y al proceso electoral han sido asesinadas hasta ahora en casos relacionados con violencia electoral. Y en algunos estados del país, el crimen organizado interviene abiertamente en el proceso, generalmente en favor del oficialismo: en 2021 lo hizo con casos bien documentados en Sinaloa, Nayarit y Estado de México, y podría estarse repitiendo la historia, agrandada.
Y también bajo la amenaza de un posible fraude electoral, no a manos de la oposición, como ha acusado Sheinbaum, sino del imponente aparato de movilización de los beneficiarios de planes sociales, que controla el gobierno federal y los gobiernos estatales: MORENA tiene el control de 22 de los 32 gobiernos estatales del país, frente a un arbitro electoral, el Instituto Nacional Electoral (INE), que ha sido ablandado, arriconado y parcialmente controlado por López Obrador, para que no cumpla con escrupulosidad y celo sus funciones.
En todo caso se va conformando un inquietante escenario de conflicto postelectoral, en donde MORENA, Sheinbaum y López Obrador no reconozcan su posible derrota, y que en caso de ser una votación muy cerrada, ésta daría elementos a la oposición para exigir la nulidad de la elección, marcada de principio a fin por la ilegalidad, el uso faccioso de recursos públicos por parte de la candidata oficial y por la falta de neutralidad del presidente López Obrador y su violación sistemática y diaria de las leyes electorales.
Sea cual sea el resultado final entre Gálvez o Sheinbaum, lo que parece cierto es que ninguno de los bloques enfrentados contará con una mayoría decisiva en el Congreso, obligando a la negociación ley por ley, peso por peso. En el fondo, la elección de este domingo 2 de junio es para atarle las manos a los aspirantes a autócratas bolivarianos, y no darle de nuevo a ningún partido el poder de hacer y deshacer sin rendir cuentas. Lo que abre la inquietud de cuál será la postura del bloque lopezobradorista, caracterizado desde que López Obrador ascendió a los primeros planos de la política mexicana en 1994, por la intransigencia más absoluta y la extorsión, y claro, cuál será el papel que desempeñará el propio López Obrador en ese futuro, al cual pocos esperan ver retirado y resignado en su finca de Palenque.
Hoy México está frente al abismo y el abismo le devuelve la mirada, Nietzsche dixit. Y en unos días, se juega su futuro: uno de más Estado, corrupción y arbitrariedad, siguiendo paso a paso el camino de servidumbre que iniciaron hace 30 años Venezuela o Nicaragua, o uno con los límites justos pero firmes para salvaguardar la democracia, las libertades individuales y el Estado constitucional.