sábado, octubre 5, 2024
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Sin plan B

CAMILO LORET DE MOLA,

¿Por qué has venido con tanta gente?, le preguntaba un Fidel Castro contrariado en mayo de 1990 a Konstantín Katuschev, el jefe de la delegación soviética que como todos los años aterrizaba en La Habana a negociar el intercambio comercial entre ambos países. Entonces fue el ruso el confundido, no era posible que Fidel no entendiera que esta vez llegaban para terminar con todo y además a imponerle el pago de la deuda de quince mil cuatrocientos millones de rublos que habían acumulado en 30 años de desigual cooperación. Pero ¡oh sorpresa!, los soviéticos no solo venían a cobrar por primera vez, también querían que los pagos fueran en dólares.

Algunos de los expertos de la delegación rusa le advirtieron a Katuschev que no flaqueara, que Fidel se hacía el bobo, y le recordaron que el 26 de julio de 1989 durante un acto en Camagüey, el dictador había adelantado que debían prepararse por si la Unión Soviética desaparecía o al menos quedaba muy afectada por una guerra civil. Claro, una cosa era gritar que viene el lobo y otra encontrarlo de frente y mirándote a los ojos.

A nivel de pueblo el fin de la ayuda soviética nos había llegado de forma diferida, sucedió unas semanas después del arribo de Katuschev y de que ambos bandos se desgastaran buscando ventajas en aquel cierre forzado.

Fueron los trabajadores del exclusivo mercado en dólares de la calle 70, en la zona de Miramar, los que dieron la voz de alarma tras quedar casi aplastados por una avalancha rusa que un día llegó para comprarlo todo. Una turba histérica y desordenada que saltaban los mostradores y sin consultar a las dependientes competían entre ellos por agarrar los productos directamente de los exhibidores. “es que ya nos vamos”, explicaban a los boquiabiertos trabajadores, “en pocas horas los certificados dejarán de valer”, chapurreaban en español en medio de la rebatiña.

Los certificados eran una especie de valor de cambio con los que el régimen autorizaba compras parciales en las tiendas en dólares, una distinción para asesores soviéticos, deportistas destacados y algún que otro artista famoso. A los técnicos rusos les tocaban los certificados “C”, los de menor poder adquisitivo que igual les permitían apertrecharse de bandejas de pollo o picadillo de res para revender a los cubanos en el mercado negro. Pero en aquella jornada les daba lo mismo llevar mayonesa que piedras de fosforera, faltó poco para que vaciaran la tienda.

Sin saberlo, los dependientes estaban viviendo la primera jornada de lo que luego sería conocido como el ‘periodo especial’. En el imaginario nacional quedaría como el peor momento de la historia, marcado por apagones de ocho horas, la falta de comida, las fugas en balsas y el desespero general.

Pero estábamos equivocados, subestimamos la capacidad del régimen cubano para auto superarse.

¿Quién podría adelantar en aquellos comienzos de los críticos años 90 que en el 2024 un incapaz, heredero del oficio de dictador, conduciría el país al borde del barranco?

Por si fuera poco, le llegan ruidos de posibles cambios en la Casablanca, elecciones con dudoso resultado en Venezuela y de su mentor, Raúl Castro, lo único que puede esperar es un funeral.

Se vienen tiempos terribles, una marcha forzada hacia el desastre final. Y a diferencia del pasado, Diaz Canel no tiene con quién hacerse el bobo, como alguna vez hiciera Fidel. Lo único que le queda es aferrarse a su caos, seguir la inercia de la ineptitud, barranco abajo, sin frenos y sin electricidad, arrastrando en su debacle a todos los cubanos que dice representar.

Fuente: Diario Las Américas

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