La política siempre es volátil, sí, pero también, lo que sucedió con el panorama electoral en Francia sorprendió a todo el mundo. Emmanuel Macron, que estaba totalmente entregado, finalmente pudo reconfigurar el esquema. Como premio consuelo (ya que su poder mermó considerablemente y ahora negocia casi de igual a igual con la izquierda) pudo frenar el avance de Marine Le Pen, aunque a un alto precio.
Ahora, una de las principales potencias europeas tiene a un delirante, que ya se puso el traje de candidato, como Jean-Luc Mélenchon, que espera el llamado de Macron “para formar gobierno”. Para el que no lo conozca por estos lados, vale decir que es un admirador del chavismo venezolano. Algo bastante parecido a los jóvenes españoles Pablo Iglesias o Ínigo Errejón, pero en un formato de 72 años.
Si el gobierno de actual de “centro derecha” (categoría que no dice absolutamente nada) fue un fracaso total, lo que viene para el mediano plazo es verdaderamente calamitoso: la coalición de un partido soso, desacreditado y con una importante merma de poder de negociación, en alianza con la izquierda y la extrema izquierda. Lamentablemente, no hay que ser futurólogo para saber que Francia va al colapso total. Las fracasadas coaliciones españolas del PSOE, con Podemos primero y con Sumar después, se quedan cortas si queremos trazar un paralelismo europeo con el desastre que se avecina para los franceses.
Cada vez que los países se suicidan electoralmente votando por “espejitos de colores” que ofrecen los socialistas, por los motivos que sean, los que no comulgamos con el colectivismo izquierdista nos indignamos y nos preguntamos, seguramente desde la soberbia, cómo pueden ser tan estúpidos estos ciudadanos de los países desarrollados para dispararse en el pie de esta manera.
Sin embargo, hay que tener en cuenta ciertas consideraciones si uno pretende hacer un aporte más serio y sobre todo constructivo. En todos los países del mundo, los interesados en la política (de cualquier ideología) son, somos, mejor dicho, una minoría absoluta. Cuando llega el momento la gente vota, generalmente sale todo mal, y luego las personas les echan la culpa a los políticos. Claro que a veces ellos traicionan los postulados que prometieron, pero la mayoría de las ocasiones no hacen otra cosa que aplicar lo que prometieron en campaña. La izquierda siempre propone lo mismo. Solamente hay que hacer la relación entre esas políticas y el resultado inevitable de las mismas: pobreza, atraso y corrupción inevitable, por una cuestión inherente a los incentivos del sistema estatista.
Las elecciones francesas merecen un análisis extra, vinculado a la figura de Marine Le Pen. Sobre todo, alrededor de una pregunta: ¿Se trata de una figura en ascenso que viene creciendo o fue la responsable por este resultado electoral y su eventual consecuencia política? Claro que ambos puntos tienen argumentos a favor. Su caudal electoral aumentó (si contamos los votos en comparación a otros procesos comiciales previos), pero su figura puede haber propiciado el falso cordón de contención democrático, que los populistas plantearon exitosamente en este último tramo de la campaña.
Algo que suele suceder en las democracias parlamentarias europeas es que todo el espectro político suele confabularse en contra de lo que consideran “extrema derecha”. Claro que el centrismo no pone los mismos reparos con la “extrema izquierda”, como ya lo analizamos en otras oportunidades con respecto a Alemania.
Allí se usan todos los clásicos argumentos para relacionar a estos partidos con lo peor, con los riesgos de la democracia e incluso, con el nazismo. Esta estrategia no siempre tiene los mismos resultados, pero siempre se intenta. En Argentina, los asesores brasileños que llegaron a último momento, para tratar de perjudicar a Javier Milei, no tuvieron reparos en hacer spots donde convertían el símbolo de La Libertad Avanza con los logos del nazismo. Hasta mezclaban la voz del libertario con la de Hitler. Afortunadamente, esta campaña no hizo más que despertar risas e indignación.
Sin embargo, una retórica parecida, generó un incremento en el número de votantes, llevando al espacio de Le Pen del primero al tercer puesto en pocos días. Aunque a Macron no le dio el cuero para mantener el poder, al menos “se llevó puesta” a su rival más crítica. A cambio, abrió la caja de pandora y rifó el futuro de Francia, que quedará a merced de la izquierda socialista.
Claro que a la figura de Le Pen le “entran más balas” que a sus similares europeos, como Santiago Abascal o Viktor Orbán. Los que peinamos algunas canas no podemos dejar de relacionar su apellido con un importante simpatizante del nazismo hitleriano. Su padre, Jean-Marie, al que Marine le arrebató el liderazgo del partido.
No hay que aclarar que nadie es responsable ni de sus padres ni de sus opiniones políticas. Inclusive, hay que reconocer que Le Pen hija hizo todo lo posible para separarse de su progenitor. Sin embargo, el hecho que haya hecho carrera política hasta en su mismo partido conforma un fenómeno complejo, que abre la puerta a todos los cuestionamientos.
Para los más jóvenes que no lo conozcan, Jean-Marie siempre fue partidario de una visión “alternativa”, por así decirlo, de la Segunda Guerra Mundial. Sin medias tintas, no cuestionó la ocupación alemana en su país, justificó a sus compatriotas que la facilitaron y hasta relativizó en varias oportunidades el Holocausto. Cuando llegó a decir que las cámaras de gas fueron un dato menor en la historia, finalmente lo expulsaron del partido. El mismo donde militaba su hija desde los ochenta, que ahora lidera la agrupación.
Marine tiene derecho a que no se la vincule con Jean-Marie, como de tener una carrera política propia. Ahora, también es cierto que quienes aspiran a la máxima responsabilidad política de sus países deberían contar con una buena dosis de patriotismo. Algo que podría llegar a significar renunciamientos personales en pos del bien de la nación. Aunque representa el nacionalismo francés, Marine sigue obstinada en ser ella la que lidere el espacio. Una y otra vez, hace más de diez años, es siempre la cara de la papeleta de su partido. De aquí surge la pregunta que hacemos: ¿Hoy hay que considerarla como una referente en ascenso o como la responsable de lo que acaba de suceder en Francia?
Por lo pronto, a pesar del desastre que está por vivir Francia, Marine ya se puso el traje de candidata a futuro. Apenas se confirmaron las tendencias, aseguró que esto, para ella, es “una victoria en diferido”. Es decir, la garantía que la próxima vuelta sí será la suya.
¿Es pertinente hacer esta primera declaración ante semejante futuro sombrío?
Al menos, su actitud nos deja en claro que es lo que piensa ella: que no hay nada contraproducente en su figura y que en las próximas elecciones volverá a intentarlo una vez más. Está en su derecho, pero también los que estamos preocupados por el futuro de su país y por la libertad en Europa podemos preguntarnos si ella no es en parte responsable de lo sucedido.
Yo creo que sí.