Aunque suene increíble, todavía en Argentina el desconocimiento total de las leyes de la economía más básica hace que muchas personas miren con malos ojos la labor del “arbolito”. No son pocos los que disfrutan por televisión cuando un operativo policial o de gendarmería “revienta una cueva” en el microcentro de la Ciudad de Buenos Aires. ¿El argumento para celebrar la intervención? Que se trata de una actividad “ilegal”. En los términos del Gobierno, que comercian el “dólar ilegal”, como si hubiera un billete emitido por la FED diferente a otro.
La existencia de cambistas que comercian en la informalidad con personas que se prestan voluntariamente no es más que la manifestación de una distorsión económica generada desde el Estado. Como el Gobierno gasta más de lo que recauda emite indiscriminadamente. Como la cantidad de pesos en el mercado supera ampliamente la demanda de dinero, la moneda nacional se deprecia. Por lo tanto, los precios, revelados en unidades monetarias, suben. Y el dólar no es más que un precio. Y uno importante, el que primero deja en evidencia el desprecio y desprestigio que genera el peso argentino.
Si hablamos del dólar, cabe mencionar un par de cuestiones. El dólar no “sube”. Si miramos los países vecinos de Uruguay o Paraguay, el precio es estable. Tampoco hay controles de cambios. Cada vez que me toca visitar a los hermanos de Brasil, y me quedo corto de reales, tengo que hacer peripecias y malabares para que un comerciante local me acepte algunos dólares. Si alguno acepta, tiene que buscar el tipo de cambio en internet porque ni lo saben. Cualquier argentino a lo largo y ancho del territorio nacional está en condiciones de decir, todos los días, el precio del “blue”, del “oficial” y del “contado con liqui”.
La otra cuestión, es que el dólar no es una moneda de gran calidad. No hace falta ver más que el desempeño del bitcoin, como moneda privada y descentralizada, como para entender que el papelito sin respaldo que emite la FED es mediocre. Claro que si lo comparamos con el peso de los políticos argentinos es una maravilla.
Cuando un trabajador puede ahorrar un peso del salario, que se derrite como hielo en el desierto, el arbolito no hace más que permitirle acceder al par de dólares que el Estado le impide comprar en el mercado legal. Claro que existen estafadores que, aprovechándose de la necesidad y el desconocimiento, puede pasar un billete falso. Chantas hay en todos lados. Pero si seguimos el caso con atención, seguro terminamos encontrando complicidad policial y política con el delincuente. Pero, lejos de culpar a los arbolitos en general ante estas excepciones, al primero que hay que señalar es al Estado, por destruir la moneda nacional, en primera instancia y por restringir el mercado de cambios dentro de la legalidad.
Y si a algún compatriota lo ofende el mercado negro, en lugar de celebrar los operativos policiales sobreactuados para las cámaras, lo mejor que puede hacer es atacar las cuestiones de fondo, que generan estas distorsiones. Mientras tanto, y ante las restricciones abusivas del Gobierno, los arbolitos que trabajan decentemente no son más que benefactores sociales. Al primero que le leí un argumento semejante (hacía referencia a los contrabandistas) fue al gran José Ignacio García Hamilton. Me hizo un poco de ruido. Pero bueno, era adolescente y estaba absolutamente adoctrinado por la cultura oficial. Pero gracias a él y a muchos otros maestros, pude mirar un poquito más afuera de la caja y analizar el mundo desde una perspectiva diferente. Estas palabras también le pueden generar cierta incomodidad a más de uno. Solamente les pido que piensen esto por sus propios medios y lleguen a sus propias conclusiones.
Fuente: Panampost