Emilio Martínez Cardona,
Después del agotamiento de la fase más totalitaria con el maoísmo, la dictadura china ha ensayado la carta de la hibridación, adoptando algunos mecanismos del “capitalismo de camarilla” combinados con la férrea preservación del partido único y el trabajo sin derecho a huelga. Medio siglo después de emprender ese camino, China es la segunda potencia del planeta y se esfuerza en readecuar el paradigma de las relaciones internacionales a sus propios intereses, mediante una iniciativa de “civilización universal”.
El paso del estatismo absoluto de Mao a las reformas con Deng Xiaoping ha sido visto muchas veces como un cambio drástico, pero se olvida que entre ambos existió la bisagra doctrinal de las “cuatro modernizaciones”, propuestas por el premier Chou En-lai en la temprana fecha de 1963 y recogidas por Deng a mediados de los ’70. De manera que lo que en una mirada algo superficial puede parecer un cambio abrupto, en realidad encierra una continuidad.
En su más reciente ofensiva hacia la ficción de un “mundo multipolar”, que sería el preludio a su propia hegemonía global, el autócrata Xi Jinping lanzó la iniciativa de una “civilización universal”, nueva doctrina orientadora de su régimen y que busca licuar o relativizar la idea de Occidente, dentro de un reordenamiento donde los despotismos políticos serían simplemente las opciones diversas de “otras culturas”.
En este marco, Xi está utilizando a un obcecado Vladímir Putin como alfil para debilitar o distraer a lo que considera el eslabón débil de las democracias occidentales: Europa. La jugada está resultando autodestructiva para los intereses geoestratégicos rusos, provocando una ampliación de la OTAN, pero sigue teniendo lógica para Pekín.
Mientras tanto, China continúa su expansión por América Latina. Semanas atrás, el excanciller de Brasil, Ernesto Araújo, me dijo que el proyecto de Lula da Silva es entregar gran parte de la agricultura de su país a empresas chinas, manteniendo ese sector como una burbuja funcional, mientras devasta el resto de la economía con los métodos del populismo.
Paraguay y Guatemala, principales apoyos de Taiwán en la región, pasarán muy pronto por procesos electorales, donde China apuesta al ascenso de nuevos gobernantes que le quiten respaldo a su “díscola provincia”.
En Bolivia, las empresas chinas ya controlan el 77% de la obra pública y se extienden rápidamente por el sector minero. Las tierras raras serían el próximo gran objetivo.
En las áreas de la economía boliviana por las que se expanden, las empresas amparadas por los jerarcas del Partido Comunista Chino (PCCh) llevan lo que los investigadores de la Fundación Milenio han denominado “capital corrosivo”: malas prácticas que contribuyen a debilitar aún más a una pobre institucionalidad.
Queda por verse hasta qué punto el flamante acercamiento entre el gobierno de Arce y los Estados Unidos (Departamento de Estado, Banco Mundial), obligado por la escasez de divisas, ralentiza ese proceso, o si se insiste con los “sueños húmedos” de integrar a Bolivia en la zona yuan. O en la colección de posdemocracias de la “civilización universal”.