domingo, diciembre 22, 2024
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Dólar e inflación por la sequía: la excusa de los ladrones del kirchnerismo

La peor vocera de la historia, del peor gobierno de la historia, lanzó un video en redes sociales explicando (en realidad subestimando y “mandando fruta”) por qué los argentinos tenemos inflación. Resumiendo, la insufrible e insoportable Gabriela Cerruti, evidentemente superada por la situación, se refirió a la triste actualidad inflacionaria del país. ¿Qué pasa? Simple: “ah, pero Macri”, “ah, pero el FMI”, “ah, pero la guerra” y el nuevo “ah, pero la sequía”. Todo, mientras el dólar libre ya se negociaba a 440 pesos la unidad en el mundo real.

Habiendo ya reiterado hasta el hartazgo las evidentes explicaciones de todas las falacias anteriores, el Frente de Todos (enemigo máximo de la productividad de los argentinos) nos obliga a dedicarle una columna a la inexistente relación directa a la que hace referencia el gobierno entre las precipitaciones sobre el sector agropecuario y el poder de compra del billete que portamos. Al menos, esta pérdida de tiempo nos da la chance de desenmascarar un mito burdo, pero también de señalar algo que el kirchnerismo jamás podría reconocer.

Si en teoría el Banco Central de la República Argentina es el responsable de “cuidar el valor de la moneda”, ¿qué tiene que ver la cantidad de exportaciones que logra ubicar el explotado sector agropecuario? En teoría, no habría relación directa, aunque el gobierno, sus economistas y muchos periodistas hagan referencia a la sequía como la verdadera culpable de la suba del dólar y el incremento de los precios. Lo que no existe es la vinculación esotérica que hace el kirchnerismo, lo que hay es una realidad inobjetable que, si algo mantiene el poco poder adquisitivo que al peso le queda, eso es el sector privado. O sea, los que dicen que “te salva el Estado”, mienten. La burocracia, con su estatismo, déficit fiscal y emisión descontrolada, no hace otra cosa que maltratar al valor de la moneda. Lo que nos salva de permanentes hiperinflaciones es la productividad del capitalismo. En este caso, del maltratado sector agropecuario.

¿Alguien se imagina que el gobierno de Francia pueda decir que no tiene recursos para las jubilaciones porque salió mal la cosecha del Cabernet Sauvignon? ¿En Ecuador podrían explicar los desajustes que tengan (como tiene cualquier país, con o sin banco central) porque no acompañó la cosecha de bananas? Bueno, estas locuras son lamentablemente aceptadas en Argentina.

Si el gobierno necesita los dólares de nutridas cosechas permanentemente significa que hace tiempo que la burocracia se ha convertido en un ente parasitario. Claro que el fisco de Nueva Zelanda se alegra cuando la exportación de kiwis es un éxito y logran engrosar las arcas públicas. En ese caso, el ingreso extraordinario se destinará al ahorro, a bajar los impuestos o a proveer más y mejores bienes públicos. Lo que nunca puede ocurrir es que eso tenga un impacto en el valor de la moneda o el tipo de cambio.
Al depender casi con exclusividad de un sector, como suele ocurrir con los gobiernos autoritarios que dependen de supuestas “ventajas comparativas”, queda también en evidencia que la carga impositiva (en los países con algo de propiedad privada y empresarios) es absolutamente confiscatoria. En este caso, los dólares que el Estado toma de las exportaciones (los productores reciben pesos a tipo de cambio vil) es la verdadera ancla que oficia de reservas y contrapeso a la demanda de divisas. Por lo tanto, si al campo le va mal, Argentina sufre devaluaciones permanentes, los precios vuelan y el dólar trepa sin techo.

El día que se logre cerrar el banco central, el cartel que indicaba la función de cuidar el valor de la moneda debería ser otorgado en forma de reconocimiento y pedido de disculpas a la Sociedad Rural Argentina y a los productores agropecuarios.

Fuente: Panampost

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