ITXU DÍAZ,
La testosterona propicia el crecimiento de todas aquellas cosas que hasta no hace mucho, y de manera universal, solíamos considerar típicamente masculinas, lo que, aunque no lo creas, no incluye la pasión por golpear cosas con un palo, colgar los calzoncillos de la lámpara del salón, o conducir borracho. Los niveles de esta hormona están descendiendo alarmantemente. Y, si bien sabemos que ser hombre o mujer no depende sólo de un cóctel de hormonas, resulta claro que una sociedad en crisis de virilidad química parte de un desequilibrio real para que las cosas funcionen como solían. Y deja de pensar en que ahora todo el mundo aparcará a un metro de la acera, mamón.
Tenemos un 20% menos de testosterona que los hombres de hace veinte años y me sumo a los expertos que creen que esa caída se ve reflejada, no sólo en la salud individual, sino también en la lenta extinción de las características típicamente masculinas en la sociedad. Es posible que las feministas de última generación aplaudan en este punto, pero lo cierto es que quienes más padecen este desequilibrio son las mujeres.
No creo que la desaparición de lo masculino en el mapamundi contemporáneo sea sólo un problema hormonal; de hecho, estoy convencido de que obligar a los niños a jugar con muñecas en el colegio en contra de su voluntad, y otras técnicas gilipedagógicas contemporáneas, podrían tener algo que ver en que las virtudes —pocas, pero alguna hay— masculinas estén en retroceso. A las chicas les cuesta más encontrar un hombre en el que poder apoyarse para construir lo que sea, y los hombres, flojos, deprimidos, quebradizos, más egoístas que nunca, vivimos en un desierto identitario que tiene consecuencias negativas para toda la sociedad. Sea como sea, pongamos por hoy que el problema tiene también una parte química que resolver.
Hace un par de años, Tucker Carlson presentó el documental El final de los hombres en el que mostraba su preocupación por la pérdida de virilidad, y proponía soluciones para aumentar el nivel de testosterona en la sociedad. En particular, recomendaba broncearse las pelotas al sol como técnica alternativa. Desde los inicios de mi carrera, parte de mi labor periodística consiste en jugarme los huevos, de modo que tampoco me pareció demasiado arriesgado experimentar la técnica Carlson antes de sentarme a escribir esto. Lo hice durante una semana y no tengo la menor idea de cómo está mi testosterona, pero ahora debo caminar por la calle con la misma distancia entre las piernas que John Wayne cuando monta su caballo. No me siento más hombre, sólo más gilipollas. De modo que sí, en ese aspecto, soy más hombre. Sólo alguien con ADN masculino puede hacer algo así.
Al margen de la eficacia de estas técnicas alternativas, el descenso químico de virilidad en las sociedades posmodernas no es una opinión, sino un hecho repetidas veces constatado por la ciencia. Somos menos hombres que antaño. No existe un Día Mundial de la Testosterona, pero como acaba de celebrarse el Día Mundial del Pene —sí, yo también prefiero ignorar cómo se conmemora eso en las oficinas de la ONU—, hay un montón de revistas masculinas en Estados Unidos debatiendo sobre el descenso de testosterona, más acusado que nunca en las últimas dos décadas; es más elegante eso que dedicar una doble página anual a rendir tributo al sacacorchos, que siempre resulta un tanto grosero, amén de un poco embarazoso para leer con avidez en el metro cuando llevas alguien al lado.
En resumen, la testosterona se encarga de aumentarte la libido, producir espermatozoides, ponerte aspecto masculino, y desarrollarte el pene, por decirlo huyendo de la terminología de barrio y liberar también de sus ocupaciones líricas al célebre e incontenible poeta Montoya. Luego creo que tiene otras funciones que, serán importantes, pero a ningún hombre de verdad le preocupan lo más mínimo: algo de los huesos y los músculos y cosas así.
Los expertos en lo de los huevos debaten sobre si es preferible recuperar los viejos niveles de testosterona de forma artificial o de forma natural. Leo que, entre los principales consejos para el aumento natural de esta hormona, se encuentra tener más sexo, comer más huevos, tener más sexo, dormir más, tener más sexo, reducir el estrés, y tener más sexo. De modo que estoy seguro de que la gran mayoría de los chicos decidirán sacrificarse virilmente, renunciar a las pastillas, y entregarse en cuerpo y alma al método natural. Tal vez no esté todo perdido en medio de esta crisis de virilidad. Todavía quedan héroes.