MARÍA DURÁN,
Pedro Sánchez es un macarra. Si hubiera nacido en Italia pertenecería a la camorra. Si hubiera nacido en Rusia, a la bratvá. Si fuera japonés sería un líder de la yakuza. Como tenemos la mala suerte de que ha nacido en España, pertenece al PSOE. Yo, denunciada como estoy por el partido de Sánchez en un procedimiento por una presunta piñata del presidente que no sé ni cómo calificar —y ellos tampoco—, pero que el siempre sumiso fiscal general Álvaro García Ortiz ha conseguido que acabe en la Audiencia Nacional —que no debe tener suficientes delitos contra las Instituciones del Estado que investigar, por lo visto—, intento mantenerme tranquila. Impasible, incluso. Hablar de otras cosas para que no parezca que odio a nuestro tirano de andar por casa. Que los delitos de odio los carga el diablo.
Poco importa que Sánchez no tenga categoría ni para despertar odio en las personas con una moral regida por, digamos, la normalidad. Sí me produce la desazón del borracho que se acerca demasiado y hace ruidos que te incomodan volviendo sola a casa por la noche. Del mirón de parque que los padres identificamos de manera instintiva y del que protegemos a nuestros hijos tapándole la visión hasta que se cansa y se va. Del que quiere preguntarte una dirección haciendo muchos movimientos con las manos para que mires lejos mientras sacas dinero del cajero. Sus risas solo en el hemiciclo durante la investidura queriendo burlarse de Feijoo son más propias de un secundario de Los renglones torcidos de Dios que del Maquiavelo que él cree ser. Tan sólo es un tipo simplemente despreciable, que yo hago lo posible por ignorar.
Pero es que él disfruta haciendo alarde diario de su indignidad. El otro día volviendo a usar su boomerada que considera tan brillante: la Fachosfera. Como quienes habitamos tranquilos y felices la Fachosfera, que básicamente consiste en un estado de normalidad muy aburrido, tendemos a despiporrarnos de él, en este caso con carnets fachosféricos; el pobre macarra de sauna suegril —de la que nunca debió salir—nos comentó que lo de llamar «zorras» a las mujeres, al hilo de la canción de Eurovisión, es debido a un feminismo que le parece «justo y divertido». Y por ahí ya no paso. Una cosa es ser un macarra de traje berenjena, pantalones pitillo y corbata fina, y otra ya ejercer e insultarnos a todas las españolas como lo haría un proxeneta o un maltratador. Lo mínimo que espero de un hombre decente es que le rompa la nariz a cualquiera al que se le ocurra llamarme «zorra». Aunque presida un Gobierno. Aunque ese Gobierno sea socio de lo más parecido que tuvimos a la mafia además del PSOE.
No tengo nada en contra de que una señora con aspecto de setentona y sobada por un par de boys en tanga con el trasero depilado quiera desafinar proclamándose una zorra, en Eurovisión o donde sea. Preferiría no tener que sufragarlo con mis impuestos, lo único. Teniendo en cuenta que lo más que sé del festival es que Podemos y Sumar no quieren que vaya Israel, pueden imaginar lo que me importa lo que enviemos. Pero al presidente del Gobierno no se le puede consentir una declaración así de ninguna manera. Ni aunque presida un partido integrado oficialmente por macarras —Patxi López, Jesús Eguiguren, Tito Berni…—, el último en acaparar titulares un procurador de Castilla y León, que, adivinen qué llamó a su mujer antes de ser detenido por maltrato: «zorra».
Así que si él lo encuentra tan divertido, que llame «zorra» a su mujer, a sus hijas, a su madre o a sus ministras. Que viva en esa Pedrosfera de prostitución, drogas, decadencia, violaciones del Estado de Derecho y corrupción que son el Ejecutivo y el PSOE. Pero que sepa que las españolas decentes no le toleramos a él ni a ningún otro macarra que nos llame «zorras».