«Siempre consideré despreciable la conducta del especulador, pero especular en pandemia es mucho más que despreciable y no voy a permitir que eso ocurra. El ministro Kulfas tiene instrucciones para caer con todo el peso de la ley allí donde veamos que alguien está acaparando recursos para la construcción y está frenando la salida de la Argentina solo para buscar un mejor precio o un mejor resultado el día de mañana. No lo vamos a permitir. Es un acto de miserabilidad profundo hacer esto en medio de una pandemia”.
Las palabras pertenecen al presidente argentino, Alberto Fernández, quien en la jornada de ayer amenazó con recurrir a la Ley de Abastecimiento. En el marco del Día de la Construcción, sin menciones personales concretas, el mandatario afirmó que hay gente que tiene la “nefasta actitud” de acaparar materiales para venderlos luego, especulando con los precios. La normativa, con la que también amenazó Mauricio Macri antes de abandonar el poder, es una herencia del peronismo setentista. Habilita al Estado a multar, clausurar e intervenir empresas y comercios que “especulen” en perjuicio de la población. La aberración legislativa, que data de 1974, permite a los funcionarios hasta inspeccionar los libros contables de los negocios investigados.
Está claro que Fernández está desorientado, sin rumbo y que su Gobierno es un barco a la deriva. Sus amenazas y sus pretendidos argumentos no hacen otra cosa que dejar en evidencia que Argentina está en manos de nadie.
La especulación, per se, es absolutamente inherente al comportamiento humano. La supervivencia misma es simplemente imposible sin especulación constante. Todos los días, al salir de la cama, especulamos con que nuestras acciones nos llevarán a un mejor escenario que aquel en el que estaríamos si no nos levantáramos. Especulamos cientos de veces al día de forma casi refleja e inevitable.
Ludwig von Mises elaboró toda una teoría de la praxeología como ciencia de la acción humana que arranca del cálculo a priori que naturalmente efectuamos antes de llevar a cabo cada acción: actuamos y hacemos lo que hacemos porque especulamos que estaremos mejor si procedemos de tal forma o en tal dirección. En términos de Mises, no se trata de una regla para las cuestiones catalácticas o comerciales, sino que es un principio que explica absolutamente todas las acciones de la vida desde la elección de una pareja a la práctica de algún deporte, la dedicación a un pasatiempo o la conformación de nuestro grupo de amigos.
Por su parte, en el comercio, los márgenes de ganancia no dependen ni de la especulación ni de la avaricia de los jugadores del mercado. En una economía abierta, la competencia real y eventual hace que los márgenes de ganancia siempre tiendan a la baja. Lo que se podría denominar “ganancia extraordinaria” sólo es posible en un mercado cautivo y bajo pautas que restringen la entrada de nuevos oferentes. Es absolutamente normal y lógico que el vendedor quiera colocar sus productos al mayor precio posible y que el comprador desee pagar lo menos posible. En ese juego de oferta y demanda, si hay competencia abierta, los bienes en el mercado tienden a ser accesibles para las grandes mayorías.
Sin embargo, cuando los Estados generan diversas problemáticas, casi siempre por su sobredimensión, gasto y nivel de intervención, los incentivos a la especulación sí podrían tornarse , como dice Alberto,“nefastos”. Lo que no comenta el presidente argentino, es que esta problemática, en la actualidad, lo tiene a él y a Cristina Kirchner como máximos responsables.
Nadie se imagina a un empresario alemán acumulando chapa, cemento y ladrillo para vender más tarde al doble de precio. No hay canadienses preguntándose por el tipo de cambio del día ni paraguayos escapando de su moneda, el guaraní, al momento de cobrar el sueldo. El juego de los bonos y las tasas de interés tampoco forman parte de la vida diaria de la mayoría de los uruguayos. En Australia los empresarios no están esperando una fecha determinada para despedir a un empleado y no tener que pagar una doble indemnización. Todas las «especulaciones» que horrorizan al kirchnerismo son productos de los desajustes que el propio Estado genera. Sobre todo, con el déficit fiscal, la destrucción de la moneda y la inflación.
Si el mercado está dando señales de que es negocio acaparar ladrillos, Fernández debería preguntarse por qué ocurre todo esto. Si producir no parece un buen negocio y solo intermediar es tentador, el Gobierno podría evaluar qué pasa con los impuestos, regulaciones y el derrumbe de la moneda nacional. Pero parece que en el Gobierno no se dan cuenta de nada. Y además no son los únicos.
El país está gobernado por un hombre que todos los días profiere insensateces y la mayoría de los argentinos parece que tampoco se da cuenta.
Fuente: PanamPost