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OPINIÓN- Andrés Reynaldo: Cuento ruso, moraleja cubana

En 1996, se publicó en Rusia uno de los grandes libros sobre el comunismo. Juicio en Moscú, de Vladimir Bukovski, merece un sitio junto al Archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitzyn. Ambos lecturas obligadas para comprender esta perversa y letal ideología.
Bukovski, fallecido el pasado octubre, fue uno de los más importantes disidentes soviéticos. Neurofisiólogo de profesión, permaneció 12 años recluido en campos de concentración y hospitales siquiátricos hasta que en 1976 fue intercambiado en Suiza por Luis Corvalán, a la sazón primer secretario del Partido Comunista de Chile, detenido tras el derrocamiento del socialista Salvador Allende.
A fines de la década de 1970, recuerdo haber leído (probablemente en la revista Cambio 16), una síntesis de su Manual de psiquiatría para disidentes, escrito en prisión con el psiquiatra ucraniano Semyon Gluzman. Los libros de Bukovski han sido traducidos con éxito a varios idiomas. Pero la edición en lengua inglesa de Juicio en Moscú tiene una historia excepcional.
Solzhenitzyn y otros disidentes revelaron el universo de las víctimas. En este monumental libro, Bukovski revela el universo de los victimarios. Con un acceso hasta entonces inédito a los archivos soviéticos, también muestra la colonial subordinación de los satélites comunistas (Cuba en papel destacado) y la complicidad de partidos de toda inclinación, medios, instituciones, gobiernos y personalidades de Occidente. Desde Francis Ford Coppola a Francois Mitterand. Desde CNN a The New York Times.
A fines de los 90, firmado el contrato con una importante editorial de EEUU, Bukovski fue convocado con urgencia. Los editores pedían la supresión de pasajes y menciones a determinadas figuras y organizaciones. Por ejemplo, los acuerdos con medios de este país para producir contenidos sobre la Unión Soviética bajo revisión del Kremlin. Además, debía reescribir el libro desde la perspectiva de un liberal norteamericano. En resumen, se trataba de producir una versión no solo diferente, sino que también refutara en esencia la versión original.
A pesar de que le iban a pagar una millonada, Bukovski rompió relaciones. No iba a tirar por la ventana una vida sacrificada, precisamente, en la lucha contra la censura de izquierda. Al cabo de un gran esfuerzo, la legendaria casa británica John Murray decidió publicar el libro. Momento en que aparece una legión de abogados. Si la publicación seguía adelante, ellos demandarían una y otra vez. John Murray era una empresa familiar y no resistiría el embate. El contrato fue cancelado.
El pasado año, un grupo de entusiastas de la obra de Bukovski consiguió crear el proyecto Ninth of November Press (recordarán que es la fecha de la caída del Muro de Berlín) para sacar, al fin, la versión inglesa. Esto no alivia las dificultades de distribución, su escasa mención en la prensa y la academia, el ninguneo del establishment liberal, cada día más obtuso, cada día más radical. La omisión es un escándalo de la inteligencia norteamericana. Como afirma Anne Applebaum, este libro viene a ser el Juicio de Nuremberg que nunca se hizo a los comunistas al colapso de la Unión Soviética.
Para un cubano, más claro aún, para un gusano, es una lectura de recompensa. Las minutas secretas de los jerarcas soviéticos no dejan dudas de que la subversión izquierdista en América Latina y el Tercer Mundo estaban estrictamente controladas por Moscú. Fuera para un traspaso de armas norteamericanas de Vietnam a El Salvador como para decidir quiénes, dónde, cuántos y cuándo recibirían cuál entrenamiento.
Destruida queda la peregrina noción de que Fidel Castro y otros títeres comunistas gozaban de la menor autonomía. De hecho, en ocasiones los documentos transparentan el desprecio paternalista de los amos por sus distantes, ineficaces y exóticos vasallos. Importante para nuestro presente es el análisis de cómo los servicios de seguridad y la nomenclatura privatizan en su beneficio vitales sectores de la economía, a la vez que administran el mercado negro. Aquello que no ganan por la ley, lo ganan por el delito.
Bukovski cuenta que varios líderes occidentales convencieron a Boris Yeltsin para que no abriera los archivos de la KGB ni permitiera que fueran juzgados los crímenes del comunismo. Esa vino a ser una de las mayores catástrofes morales de nuestra civilización. Sus efectos se observan por doquier. Con nuevos nombres y métodos, los comunistas se reagrupan y restablecen un poder capaz de darse el lujo de una oposición.
Por ahí, a pesar de Trump, va Raúl.
Fuente: Diario de Cuba 

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