viernes, noviembre 22, 2024
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Una transición «a la española» en Venezuela

MANUEL AGUILERA,

El día de la elección presidencial en Venezuela se acerca y, en vez de estar escuchando las propuestas de los distintos candidatos, presenciamos un caos que nada tiene que ver con la verdadera democracia.

Es imposible no escandalizarse con las trampas y trabas urdidas por el poder electoral, manejado por el poder ejecutivo, mientras se siente compasión por las piruetas imposibles que la oposición organiza como reacción a una realidad evidente, Maduro no va a permitir unos comicios justo y en igualdad de condiciones porque no quiere perderlos y ser desalojado del poder. Una quimera en la situación actual del país. Primero porque es evidente que el chavismo le ha cogido gustillo a mandar, hacer y deshacer y segundo porque están seguros de que el día que Maduro sea sustituido por alguien en Miraflores tengan que pagar judicialmente todos los excesos cometidos en los últimos 24 años. Dicho con otras palabras y aunque sea totalmente política ficción, si mañana María Corina Machado, Corina Yoris o cualquier otro nombre bendecido por la MUD se sentará en el sillón presidencial, Maduro, Diosdado, Jorge Rodríguez y compañía no tendrían descanso y quizás el planeta Tierra se les quedaría pequeño para esconderse.

Lo que quiero decir es que poniendo cara de póker y aceptando las actuales reglas del juego del régimen chavista no hay salida, ni siquiera de emergencia para terminar con lo que a día de hoy es una dictadura, en la que los poderes ejecutivo, legislativo y judicial permanecen secuestrados por un grupo de poder.

Las conversaciones, ya sean en Barbados o en Pernambuco, tienen que dar un giro de 180 grados. Se tiene que cambiar de juego y de reglas. Y por ello me venía a la cabeza el proceso de la dictadura a la democracia que viví en España siendo un niño, en el que los españoles pasamos de un régimen caudillista unipersonal a una democracia plena sustentada por una Constitución que marcó una clara separación de poderes.

Pero para llegar a ese punto final de refrendar una Constitución y celebrar unas elecciones libres, la primera palabra que recuerdo y que oí repetir machaconamente en aquellos años 70 fue “reconciliación”. Hubo que olvidar el pasado y perdonar, enterrar el hacha de guerra y mirar hacia adelante. Cómo le escuché a uno de esos políticos relevantes de la transición española, “no preguntamos de dónde venían, si no adónde iban”. Y allí se mezclaron franquistas con la manos más o menos manchadas, democristianos, liberales, socialdemócratas, comunistas que se habían refugiado incluso en la antigua URSS… Se aprobó una ley de amnistía en la que se borraron todos los delitos políticos y alguno más. Pero funcionó.

Se que es doloroso para un torturado del Helicoide escuchar hablar de reconciliación pero en este momento debemos dejar a los políticos que negocien bajo la atenta mirada de la comunidad internacional, especialmente de EEUU y la Unión Europea, incluso de los vecinos latinoamericanos donde hasta Lula y Petro están empezando a reconocer lo evidente.

Maduro y sus acólitos tienen que tener claro que tendrán un futuro en paz, una vez que se marchen del poder al igual que es necesaria una refundación del PSUV, que tiene que aprender a vivir en un país que ya nunca más será de partido único. La vuelta de los exiliados que lo deseen será la guinda del pastel de la Venezuela refundada. Y con ello vendrá el progreso económico, el fin de las sanciones y un nuevo horizonte en el que se pueda discrepar sin temor a ser agredido o encarcelado.

Otra Venezuela es posible pero para eso hay que dar una patada en el tablero de la conversación. Reconciliación y perdón, sí, pero a cambio de refundar el país y caminar a una república en la que esta vez sí, el pueblo sea verdaderamente soberano.

Fuente: Diario Las Américas

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