viernes, julio 26, 2024
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OPINIÓN- Miguel Ángel Martín: Identidades y banalización de los derechos humanos

En una anécdota del ganador del premio Nobel de Física en 1921 y considerado el padre de la “Bomba Atómica”, se refiere:
Un día, durante su período como profesor, Albert Einstein recibió la visita de un estudiante. «Las preguntas en el examen de este año son las mismas que las del año pasado!» exclamó el joven. «Sí», respondió Einstein, «pero este año todas las respuestas son diferentes».
La reflexión nos invita a revisar los derechos humanos frente a la Gobernanza Global y el Crecimiento en Libertad, toda vez que se presenta como otro de los desafíos que se enmarcan en los diferentes elementos mundiales que se insertan en una “nueva era” con vivencias que en mi opinión están marcadas por la necesidad de transitar nuevamente en el “humanismo” pero con marcado sentido común”, precisamente, porque se pone a prueba el sistema de protección de los derechos humanos y la capacidad de los Estados y los organismos multilaterales, para garantizar la eficacia del cumplimiento de los derechos fundamentales de las personas.
El reto lo encontramos en la necesaria revisión de la gama de derechos humanos que se han descritos en las legislaciones internacionales y nacionales bajo una óptica diferente a la que ha venido presentando el mundo en su interacción con los seres humanos, y los diferentes sistemas de protección establecidos; surgiendo una necesidad de encontrar la visión realística de los problemas inherentes a los derechos humanos en su eficacia, así como los procesos políticos que ponen en riesgo la Democracia y por ende su principio finalista.
Nuestro objetivo en esta disertación es abrir un debate de los derechos que nominalmente son tutelados como de primer orden, y los efectos negativos que produce la incorporación de sesgos de contenido ideológico presentados en las últimas décadas, agravados por la imposición de intereses políticos y económicos que abrazan el poder en los espacios de la vida de los ciudadanos, en detrimento de la protección y satisfacción de los derechos humanos consolidados en el tiempo.
Se trata, en suma, de permitir una adecuación del sistema normativo de esta materia y que tenga la capacidad de responder ante los elementos que enfrenta la humanidad en esta década y en las que están por venir.
Se impone desde el sentido principista del orden jurídico un estudio consciente y organizado con fundamento al principio de progresividad de los derechos humanos como una conquista del ciudadano frente al Estado, y la prohibición de retroceder en la aplicación de los estándares ya categorizados por el derecho, mediante los diferentes métodos de interpretación aceptado por los sistemas de protección de derechos humanos.
Los derechos humanos y su protección efectiva
El artículo 26 de la Convención establece: “Desarrollo Progresivo. Los Estados Partes se comprometen a adoptar providencias, tanto a nivel interno como mediante la cooperación internacional, especialmente económica y técnica, para lograr progresivamente la plena efectividad de los derechos que se derivan de las normas económicas, sociales y sobre educación, ciencia y cultura, contenidas en la Carta de la Organización de los Estados Americanos, reformada por el Protocolo de Buenos Aires, en la medida de los recursos disponibles, por vía legislativa u otros medios apropiados”.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), advierte que, si bien la Carta de la OEA consagra “principios” y “metas” tendientes al desarrollo integral, también se refiere a ciertos “derechos”, tanto de manera explícita como implícita. De esta forma, de una interpretación literal del texto del artículo 26 es posible afirmar que se refiere precisamente al deber de los Estados de lograr la efectividad de los “derechos” que sea posible derivar de la Carta de la OEA.
Precisa la Corte que la norma debe ser interpretada de forma tal que sus términos adquieran sentido y un significado específico, lo que en el caso del artículo 26 implica entender que los Estados acordaron adoptar medidas con el objetivo de dar plena efectividad a los “derechos” reconocidos en la Carta de la OEA.
La banalización de los derechos humanos
Se parte de la idea de que banal es lo trivial, común e insustancial, y cuando se banaliza el mal se transforma esa acción en algo poco importante y aceptado socialmente, lo que implica una anomia que obra en contra de la aspiración de bienestar o buen vivir de los seres humanos.
Hannah Arendt, filósofa y teóloga alemana de origen judío, refiere que el mal tenía su origen en la falta de reflexión, en la ausencia del pensamiento crítico. El problema del mal banal –pero extremo– es que sus motivaciones no son racionales. No hay motivos específicos, sino superficiales en la argumentación del agente maligno.
Cuando se habla de violaciones sistemáticas de derechos humanos que colindan con los delitos de lesa humanidad, el racionalismo y los saberes científico comienzan a buscar las razones de lo ocurrido, surgiendo un consciente de encontrar las razones de los agresores desde la premisa de que se ha hecho mal y como se pudo evitar, lo cual no es incorrecto dentro del trabajo científico, sin embargo, la sociedad y en especial las víctimas tienen derecho a la reparación, y ello solo se logra con el castigo.
Es deplorable, normalizar el horror que se vive en esta era de vacío de la democracia, que en la vivencia de la sociedad actual atraviesa una disminución en los estándares fijados por la comunidad internacional, y que se traduce en acostumbrarse del horror cotidiano aceptado, que reflejan la descomposición institucional y social.
No estamos frente un Estado de derecho, sino a una mera aspiración, y solo basta revisar las cifras de denuncias que existen en los órganos internacionales encargados de resguardar los derechos humanos.
Son tantos los abusos de diferente índole que afecta el derecho primario de las personas, y que han convertido al mundo en una comunidad sedienta de justicia, donde la convivencia pacífica está amenazada, de un inventario de males, que van desde la inseguridad, la violencia, la corrupción, el narcotráfico, la trata de personas, migraciones masivas, desapariciones forzadas, detenciones ilegales y ejecución arbitrarias, fraudes electorales, confiscación de bienes, terrorismo, en fin, todo en un manto de impunidad de gobiernos que disfrazan el autoritarismo en democracias de mentiras, extendiéndose “como plagas en todos los ámbitos de la vida”.
Las instituciones, los gobiernos y hasta la Comunidad Internacional han sido rebasadas, y urge una revisión profunda de acometer las acciones para desvirtuar el mal, se sugiere imponer un sistema de democracia con sentido común y de esta manera recuperar el tejido social.
En palabras del profesor Asdrúbal Aguiar, se está imponiendo el régimen de la mentira, vaciando la democracia desde la democracia y manipulando las formas del Estado de derecho para vaciar de contenidos a éste y a aquélla. Es “algo más turbio que la mera ilegalidad, es decir, es la simulación de la legalidad, el engaño, legalmente organizado, a la legalidad”, según lo diría Piero Calamandrei, comparándola con la del fascismo de mediados del siglo XX.
Apreciados amigos, esto es una guerra del bien contra el mal, que es la historia de la humanidad, y que en estos momentos estamos perdiendo, por lo que, estamos obligados a crear mecanismos eficaces de protección de los derechos humanos, apartando el sesgo ideológico, y por medio de una justicia que no se encuentre sometida a los gobernantes, para así poder entregar a las futuras generaciones una sociedad donde la ley sea una política de Estado. Lo contrario es fracasar.
Debe existir justicia para que se alcance la paz, y permanecer indiferentes ante el dolor y la injusticia es convertirnos en cómplices.
Seminario Gobernanza global y crecimiento en libertad.
Fuente: Diario las Américas

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