miércoles, mayo 8, 2024
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Venezuela, ¿el gobierno mínimo y sus dificultades?

Luis Beltrán Guerra,

El venezolano Marco Tulio Bruni Celli escribió “Gobernar es cosa seria”, hace ya algunos años, durante la presidencia democrática del doctor Luis Herrera Campins. Un interesante artículo al cual Rómulo Betancourt ordenó que se diera la difusión que merecía. Ya era exjefe de Estado, pero guardián del régimen de libertades que se iniciara en Caracas en enero de 1958, de cuya hechura fue el principal actor.

El padre de nuestra democracia ya había ensayado la alternativa de un Estado interventor, tesis central del político peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del partido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), con un rol determinante en América Latina. Don Rómulo trató de enrumbar a Venezuela hacia el desarrollo político, económico y social a través de una Junta Revolucionaria de Gobierno y elecciones libres que elevaron a la jefatura del Estado al novelista Rómulo Gallegos, cuyo gobierno fue derrocado por un golpe de Estado que condujo a 10 años de dictadura.

Ya el oro negro afloraba de las cálidas tierras venezolanas, para unos cuantos el ingrediente que nos condujo a la vida fácil y a sus dañinas consecuencias. El enriquecimiento individual y corporativo derivado de un Estado dadivoso, aunado a las severas restricciones de la libertad y sus manifestaciones condujeron, gracias a Dios, a diez años de democracia, a la cual se le cayó a balazos, camino a un régimen equivocado que todavía perdura.

Ese es el escenario para la utopía de “un gobierno mínimo” en Venezuela y otros países latinoamericanos. En palabras más técnicas del denominado “minarquismo”, el de los libertarios, desde donde se mira al poder público con una severa restricción a la libertad. El del filósofo Robert Nozick autor de la denominada “Teoría de la justicia distributiva”. La apreciación no ha de entenderse como propiciadores del “estado macrocefálico” del “Leviatán” de Tomas Hobbes, “Yo El Supremo” del paraguayo Augusto Roa Bastos, ni tampoco el personaje incito en la expresión mexicana “Es que soy el rey”.

Tampoco el que nace de una Constitución irreal, la cual por ser un compendio de promesas, corre con la mala suerte de su adecuación a la realidad a través de las reformas o de la sustitución por texto nuevo, pero de igual textura.

Es sabido que uno de los históricos discursos de Winston Churchill, primer ministro británico, quedó marcado por la expresión “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” insuflando a los ingleses la precisa necesidad de enfrentar la amenaza de Adolf Hitler, el de “la carismática oratoria”, la cual conjugó con la crisis económica, social y política derivados de la Gran Depresión del 29. Evidencia de que “las catástrofes humanas” no dejan de tener un ligamen con la hecatombe política, económica y social”, derivadas en la mayoría de las hipótesis de pifias y manipulaciones engañosas. Un gobierno vigilante no puede ser el que los libertarios plantean como “mínimo”.

Por supuesto, hay catástrofes grandes, medianas y pequeñas y cada una produce consecuencias no deseadas. La ecuación suele ser que en la medida en que sean más intensas, peores son sus resultados, como ocurrió, precisamente, con el fascismo que liderara “el Furher y su pandilla”. Exceptuando los naturales derivados, como leemos, de cambios violentos o repentinos en la dinámica del medio ambiente, entre otros, terremotos, inundaciones y volcanes, ante los cuales los pueblos esperan la injerencia efectiva de la mano del hombre que gobierna.

En América Latina, continente en permanente conflictividad, es recomendable traer a colación el cuestionamiento a las providencias que han debido tomarse en uno de los gobiernos de Michele Bachelet y el “tsunami político” en Chile, cuyas actuaciones son censurables para algunos y eficientes para otros, estos últimos quienes defienden a la Jefe del Gobierno, aduciendo no tener responsabilidad por los muertos que generó el episodio y aquellos quienes le acusan por su presunta irresponsabilidad.

La consabida oposición se propuso afectar la popularidad de Bachelet, que en la encuesta de opinión pública más importante del país obtuvo un 51 % de preferencias como futura mandataria, quien como se argumenta hizo lo que pudo con los medios que tuvo en un país con debilidades institucionales. La recomendación: “Mejorar las instituciones del Estado, pues Chile no tiene un sistema de prevención, de alerta temprana y de mitigación de daños, a pesar de morar dentro de los más sísmicos del mundo y con más de 50 volcanes activos. Por tanto, es determinante en la idoneidad del poder público para enfrentar algo que no es un evento extraordinario, sino que son hechos propios de la geomorfología chilena”. Otro reclamo ante el denominado “minarquismo” para conducir a los pueblos.

Una diferencia determinante entre los tsunamis derivados de las características propias de la corteza terrestre y de aquellos imputables a las conductas humanas, ilustra con respecto, en lo que a la comprensión de los ellos respecta, que al humano le resulta más potable comprender la ratio de los primeros, más que con respecto a los volitivos, esto es, aquellos resultado de la conducta humana.

Se escucha de algunos filósofos que las desviaciones conductuales alimentan un hecho social en rigor normal, nutrido por circunstancias que le son propias tanto al sujeto como a la comunidad donde mora. La tarea de la autoridad es la de educar con respecto a lo aceptable y normal. Esto es, lo que no es opuesto a la Ley. Han de mencionarse, en el contexto, a los tsunamis políticos, para reflejar la intensidad de las crisis del estado y los ciudadanos. Por lo que en un análisis objetivo es forzoso preguntarse si las innegables crisis de los sistemas políticos en América Latina reúnen las condiciones para calificárseles como tsunamis.

La apreciación conlleva al análisis de las manifestaciones reales de los aprietos, su comparación entre los pasados y los de ahora y a nivel mundial en “el por ahora” una problemática mundial tipificada por la guerra entre Israel y Hamás, China y su sorpresivo decrecimiento económico y con Taiwán a punto de invasión, las dos Coreas, la Nicaragua de Ortega, el Salvador de Bukele, el Perú que fue de Fujimori, de Castillo el del sombrero, el Ecuador de Laso y el de Correa, de Lucio Gutiérrez, de Jamil Mahuad, quien dolarizara la economía y no lo dejaron terminar el mandato y del primogénito del Rey de las bananas, El Chile de Pinochet y hoy de Boric, la Argentina de Juan Domingo Perón y sus seguidores, actualmente en manos del libertario Milei, la España de Adolfo Suárez, Felipe González, el librepensador José María Aznar y la de hoy de Sánchez, con y sin socialismo. E “cosi via, come dicono gli italiani”.

Mención particular requiere una Venezuela demandando un “acuerdo político” objetivo y sincero en procura de atenuar las negativas consecuencias de un conflicto severo entre el gobierno y segmentos de una oposición penosamente desarticulada, un sincero mea culpa de parte del gobernantes y opositores, incluyendo a las Fuerzas Armadas en aras de una nación nuevamente prospera.
La pregunta obligatoria pasaría por identificar al culpable, pero la respuesta, como en toda disyuntiva, no deja de ser difícil. Serán las fórmulas o quiénes las manejan. Venezuela y sus saltos no deja de ser un buen caso para el análisis.

Una acotación del profesor Santi Romano, tal vez, ayude: “La crisis del Estado es evidente. Las doctrinas que niegan la personalidad de este, considerándolo una mera ficción, en concurrencia con la intensificación de los intereses individuales y corporativos, no dejan de ser preocupantes”. La alternativa pasa por incrementar la participación política de diversos grupos y clases sociales. No es el gobierno mínimo.

Fuente: Panampost

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