miércoles, diciembre 4, 2024
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Cuba: Una dictadura de «a pantalones»

 “Usted es mi papá”. Una pausa. Y el eco de la frase rebotó en la acústica del salón plenario del Comité Central del partido Comunista de Cuba.
Era el 29 de octubre de 1987. Un grupo de estudiantes del quinto año de la carrera de Periodismo de la Universidad de La Habana, imbuidos por el impacto en la Isla de la Perestroika y la Glasnost, en la entonces Unión Soviética, provocaron con su preguntas frecuentes y las inquietudes propias de sus edades, por instancias de la profesora Lázara Peñones, para que el jefe del Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista en aquel tiempo, Carlos Aldana, les organizara una reunión en la cual, para sorpresa de todos, apareció Fidel Castro.

Los estudiantes de Periodismo pretendieron (o soñaron) con que de aquel encuentro con el Comandante único, se valoraran una batería de propuestas salidas de sus opiniones. Pero; como siempre sucede en Cuba, tras esa reunión se encendieron las alarmas.
Los servicios especiales chequearon a fondo al grupo de jóvenes, recuerda un ex oficial de Inteligencia que en esa época utilizaba el seudónimo de Máximo. “Casi todos procedían de familias revolucionarias. No tenían contacto con la incipiente disidencia. Tampoco nexos con el exilio de Miami. Pero leían “Novedades de Moscú” y otros medios de la antigua Unión Soviética, los cuales promovían la democratización del Socialismo.
“Las altas instancias del gobierno decidieron plantarle cara”, recuerda el (ex) oficial de inteligencia.
Todo preparado
Fidel Castro diseñó la puesta en escena. Se cambió la sede inicial donde tendría lugar el encuentro, del Anfiteatro Enrique José Varona, en la Universidad de La Habana para el intimidante salón del Comité Central en la sede la Plaza de la Revolución.
El ideólogo, Carlos Aldana, presidía la sesión. Desde una pantalla de televisión en un cubículo contiguo, Castro observaba el debate. Luego, en la segunda parte, hizo su entrada al escenario dando una patada violenta a una silla, para mostrar su enojo con todas las preguntas que habían planteado los estudiantes de Periodismo.
Justo en el momento en que uno de esos jóvenes, el estudiante Alexis Triana, iniciaba su exposición con la peculiar frase «Usted es mi papá», fue interrumpido por el mismísimo Fidel Castro. Triana no se amedrentó. “No me interrumpa, déjeme terminar”, le dijo a Castro. Y sin que se le quebrara la voz, desarrolló su intervención sobre el culto a la personalidad. Y para pedir autonomía universitaria, citó al líder estudiantil Julio Antonio Mella (1903-1929).
Posteriormente, Máximo vio el video que le pasaron a oficiales de la Seguridad del Estado y a miembros del Partido Comunista. Cuenta que Fidel le lanzó una mirada amenazadora a Alexis Triana. Se acarició lentamente su barba y dijo: “Patético”. Durante dos horas, Castro habló sin parar e intentó convencer a los estudiantes. O, al menos, los dejó lo suficientemente agotados como para no continuar el debate. Treinta y tres años después, muchos de los participantes en aquel encuentro han abandonado el país.
El rebelde redomado
Otros ejercen profesiones ajenas al Periodismo. Alexis Triana fue enviado a cumplir el llamado “servicio social”, después de graduado; a una emisora de radio en un municipio de la oriental provincia de Holguín, probablemente; como escarmiento por su rebeldía y la impertinencia mostrada ante el Comandante.
En su biografía en EcuRed, una especie de Wikipedia local, no se menciona el suceso. Al parecer, Alexis pasó la página. Tal vez algún día cuente el calvario que sufrió. O sencillamente rectificó y decidió apoyar el estrafalario modelo cubano de gobierno.
Triana fue Director de Cultura de Holguín durante catorce años y coordinador de las “Romerías de Mayo”, un evento cultural celebrado, cada año, en esa provincia, a unos 700 kilómetros al este de La Habana.
Un escritor holguinero lo describe como un burócrata engreído, insoportable y oportunista. “Era un nazi. Aparentaba ser más revolucionario que Fidel Castro. ‘Chivatón’ como no te puedes imaginar. Es un tipo mezquino, tóxico y acomplejado. Un extremista”.
El pasado 27 de enero, en el linchamiento verbal y físico ejercido contra un grupo de jóvenes artistas e intelectuales que reclamaban un diálogo con Alpidio Alonso, Ministro cubano de Cultura, uno de los comisarios más activos fue Alexis Triana, Director de Comunicación en dicho ministerio. Al día siguiente, Triana aparecía en un programa televisivo conducido por el vocero Humberto López, quienes intentaron dar la versión oficialista de lo ocurrido frente a la sede del Ministerio de Cultura, en Calle 2 entre 11 y 13, Vedado. Quizás, a Triana el inusitado acto de repudio, mezclado con golpes, palabrotas y consignas como ‘la calle es de los revolucionarios’ o ‘machete, que son pocos’, trajeron a su memoria la etapa cuando soñaba con la autonomía universitaria y una Cuba diferente, donde cupiéramos todos. Pero desechó los recuerdos y decidió revivir su experiencia de 1987: a la revolución se le comienza a querer desde el miedo, el chantaje y el escarmiento.
Dícese de un ministro
Alpidio Alonso (Sancti Spiritus, 1963) llegó a la burocracia política de otra forma y por una vía muy distinta. Como todos los bardos mediocres, en su biografía le gusta destacar que es poeta y editor. En los corrillos de la UNEAC (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) y del Ministerio de Cultura, empleados y funcionarios a sus espaldas, critican en duros términos su obra. “Es un poeta malo de solemnidad. Rima mal, piensa mal y habla mal. El cartelito de intelectual le queda grande. Uno puede discrepar ideológicamente de Nicolás Guillén, Miguel Barnet y otros intelectuales que han ocupado cargos administrativos o políticos, pero eran poetas o escritores. Decir que Alpidio es poeta es ofender a la poesía. Es la mierda que ha quedado del hombre nuevo. Un comisario político con modales de camionero”, señala una artista de la plástica, quien, en diversas ocasiones, ha conversado con él.
Jorge Enrique Rodríguez, periodista independiente que escribe para Diario de Cuba y el rotativo español ABC, fue Promotor musical en la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y Director de La Madriguera (sede de La Casa del Joven Creador, en La Habana), opina que Alpidio Alonso es un tipo agresivo, machista y abiertamente homófobo. “Comencé a trabajar con Alpidio, a raíz de una peña que yo hacía en La Madriguera, sin aún pertenecer a la AHS, y una funcionaria me dijo que estaban buscando un promotor de rap. Redacté el curriculum y ella se lo entregó a Alpidio, el, por entonces, Presidente de la AHS.
En el curriculum, puse algunos premios literarios que había ganado y entonces, Alpidio, quien necesitaba un promotor literario, me mandó a buscar. Tuvimos una entrevista de trabajo y me contrató. Para serte franco, personalmente nunca tuve problemas con él”, confiesa Jorge y añade:
“Pero Alpidio es el clásico machista que cree que las mujeres son un búcaro. Está convencido de que la mujer es inferior al hombre en todos los sentidos. Y, a partir de ahí, él se proyecta. Era el típico jefe que le gritaba a las mujeres en las reuniones. Recuerdo que Hilda Landrove Torres, quien por mucho tiempo fue Especialista de música en la AHS y después pasó a presidir La Madriguera (yo fui quien la sustituyó), en muchas reuniones Alpidio la hizo llorar de impotencia.
En aquellos tiempos, Alpidio vivía en Fontanar, al sur de la capital. Su homofobia era constante. Cuando tenía que contratar a alguien, tenía una fijación: saber si era homosexual. Siempre él pensó que Luis Morlote, su sustituto en la AHS y actual presidente de la UNEAC, era gay”.
El manotazo
El manotazo del Ministro de Cultura al periodista independiente Mauricio Mendoza para arrebatarle el celular, las ofensas verbales y las golpizas de funcionarios y agentes de la policía política, forman parte de una estrategia de vieja data del Departamento de Seguridad del Estado, perteneciente al Ministerio del Interior.
Una estrategia que intenta enviar al mundo un falso mensaje: ‘En Cuba, el pueblo odia a los opositores, a los cuales califica de mercenarios y lamebotas; subordinados al imperialismo yanqui y por eso, en un arranque de ira, la población los insulta y agrede físicamente. Y son los agentes de la policía y de la Seguridad del Estado los que deben separar al opositor del ímpetu popular para que no terminen linchándolo’.
Pero esa vieja treta ya no cuela. Se comenzó a poner en práctica en 1980, cuando más de 120 mil cubanos emigraron a la Florida por el Puerto del Mariel.
Máximo, el ex oficial de inteligencia, explica que «en la práctica, el acto de repudio era para amedrentar, al contrario. Se le tiraban huevos o piedras a su casa, se le golpeaba y le pintaban carteles en las paredes de su domicilio. Pero la violencia se excedió. Hirieron a personas, e incluso; hubo tres o cuatro fallecidos.
Esos mítines de repudio comenzaron a utilizarlos posteriormente para reprimir a los disidentes. Siempre entrañan peligro, porque en las aglomeraciones se dan casos de vandalismo o violencia extrema y después no se puede precisar quién -o quiénes- fueron los ejecutores”.
Las palabrotas y golpes para descalificar al oponente han constituido un arma estratégica del Castrismo en sus 62 años de existencia. Tratan de involucrar a ciudadanos en la violencia grupal para comprometerlos. Operarios del Puerto de La Habana participaron en el hundimiento del Remolcador 13 de marzo que, el 13 de julio de 1994, costó la vida a 41 personas, entre ellas 10 niños. El supuesto delito era que intentaban marcharse de Cuba. Teófilo Stevenson, tres veces Campeón Olímpico, y ya fallecido, en el Aeropuerto de Miami, golpeó a un emigrado cubano porque gritó ¡Abajo Fidel! Fue puesto en una lista negra y jamás pudo visitar Estados Unidos.
A pesar de que la autocracia verde olivo está en franca decadencia, los actos de repudio siguen siendo utilizados para enfrentar a quienes piensan diferente. Y lo mismo los realizan en una Cumbre de las Américas en Ciudad Panamá que a la entrada del Ministerio de Cultura, en El Vedado habanero.
En Cuba, para poder dialogar con funcionarios del régimen, hay que ser ‘revolucionario’. De lo contrario no hay diálogo. Solo ofensas y golpes.
Si lo dudan, pregúntenle a Alexis Triana o a Alpidio Alonso.
Especial
Fuente: Diario las Américas
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