domingo, abril 28, 2024
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El problema urgente sigue siendo el PP

HUGHES,

Vamos ya cumpliendo años y casi se agradece la sensación de sorpresa ante algunas cosas. Sentir aún el estupor. El fresco estupor. Esa sensación de «pellízcame, que no me lo creo». La que nos ha regalado esta semana el aparato socialista y gubernamental de propaganda, en performance apoteósica. Es una maquinaria y las maquinas no suelen sorprender, pero alcanzaron un nuevo nivel de virtuosismo. Con lo del novio con Maserati de Ayuso, ejecutado como si fueran el Dinamo de Ferraz, han conseguido pasar por el caso Koldo-Begoña y la Ley de Amnistía como si no fuera con ellos. Se habla de opinión sincronizada (versus Fachosfera), pero esto ha sido coordinación y además intensidad. Presionaban los propagandistas como el Milan de Sacchi; tiraban el fuera de juego como escuadrones de pájaros alineados por un instinto superior. Como si alguien en sus psiques hiciera sonar un silbato. Había que hacer ruido, tocaba hacer ruido, que no se oyera lo que estaba pasando en dos habitaciones (las torturas a la Constitución, la tortura a la credulidad covidiana) y construyeron un muro de guitarras como unos Sonic Youth de la propaganda.

Hay que quitarse el sombrero.

El gobierno tiene el aparato estatal, que no es pequeño y va desde el cine hasta el tuitero que le canta al paquete presidencial, y además cuenta con varios subsistemas afines: Prisa, Mediaset y Atresmedia, por mucho que Puente discuta con Mejide. No soportan que no sea todo enteramente suyo, que la sumisión no sea perruna, que entre lametones se escape alguna vez un mordisquito (¡Certero Vicente Vallés!). Estos grupos son tres grandes continentes mediáticos con prensa, radio y televisión comunicados por pasarelas de consenso y se dinamizan y lubrican con un nuevo descenso al barro retórico del sanchismo, que transita ya por sentinas inéditas de la política. Ojo al rat pack: Sánchez, Puente, Bolaños, Patxi López, Cerdán, Marlaska… Son el reparto de un spaghetti western; ningún espejo les espera en casa para decirles algo reconfortante.

España es un conjunto de mafias dentro de un Estado dentro de la UE dentro de un imperio global-occidental; como muñecas rusas (con perdón). Son varias fases titánicas y no podemos ni remotamente con la primera. Nuestra sumisión no tiene parangón en la historia de la humanidad.

Los esclavos podían soñar con un Espartaco. A nosotros nos queda el chinchín de los tobillos desgrilletados de Borja Sémper.

La política debe cambiar. EL PSOE es Topuria repartiendo leches. Pegan más fuerte y con mayor frecuencia. Vulneran las leyes, corroen las instituciones, se ciscan en los antecedentes y retuercen las palabras hasta hacerlas babuchas de sentido. El cinismo es absoluto, han blanqueado tanto a Bildu que ya parecen Mocedades y los votantes participan con regocijo porque llevan 50 años aprendiendo a odiar a España, a la derecha, al Madrid, a lo que sea. Quieren ganar la Guerra Civil, siempre hay una guerra civil que ganar. Cada generación siente más dentro la derrota. Antes de lo woke, España ya tenía depósitos de odio para siglos (el odio ancestral que uno imagina en un país de esclavos). Si estas personas aceptaron el pacto con ETA, ¿qué límite ético, estético, político van a plantear?

El parlamento español nunca controló al poder. Eso ya lo sabíamos. Al menos el soniquete era agradable. Ahora tampoco sirve para hablar. También ha perdido su función deliberativa y hasta escenográfica. Pero la mera continuación del entremés habla de normalidad. PP y PSOE, si se fijan, cuando se replican lo hacen entre sonrisillas, como malos actores; el único contrapunto es Abascal, que habla enfadado y dice cosas llenas de contundencia que caen, como todo lo demás, en un precipicio de gomaespuma.

El Parlamento no sirve. Nada que se le diga o pueda decir Sánchez tiene valor alguno ya. Son una infinita conversación de Faemino y Cansado interrumpida por un ujier con el vasito de agua. Solo dan una apariencia de juridicidad y solemnidad al golpe. Hay que estar, votar, fiscalizar en lo que se pueda pero ya no hay dialogo posible con el PSOE, Bildu y los delincuentes amnistiados. Se hace urgente mandar un mensaje de alarma y dramatismo a la población y al exterior y Vox puede hacerlo (se lucha contra el jijijaja sistémico, la sensación desmovilizadora de que no pasa nada y de que nada importa). Debería hacerlo. Abandonar esa estafa, representar un vacío o una ruptura, porque hasta los leones están en el ajo. Pero si lo hicieran, el PP y sus coros (el PP tiene el subsistema episcopal, medio subsistema de Atresmedia y el subsistema ayusista liberal madrileño) aprovecharían la oportunidad para jugar a ser los garantes institucionales y a sostener la fantasía del Estado de Derecho. Ese es precisamente su función (han pasado de «somos la gestión» a «somos lo institucional»). Su terrible función. Cuanto mayor es el atropello, más se esfuerzan en convencer a la gente de que hay algo bueno que el PSOE destruye, y de que cae, no por su intrínseca corrupción o debilidad, sino por la absoluta maldad del sanchismo.

Su pecado es mayor porque engañan al español. El PSOE no engaña a nadie ya.

El primer problema, por tanto, es el PP. Si hay un incendio, para entrar a rescatar o salir de la casa en llamas hay que romper antes el cristal, la puerta, lo que impida el acto de salvación. No son el fuego, pero son el obstáculo. Nos gusta esa puerta, algunas vez quisimos esa puerta, la compramos, la barnizamos, la reparamos. Fue útil. Transmite una antigua idea de seguridad. Sirvió quizás, aunque nos diéramos con ella algún coscorrón. Hay una vinculación sentimental y se le reconoce un valor. ¡Es muy injusto tomarla a hachazos con la puerta! Pero las llamas crecen y es la única salida.

(Nota postrera del plumilla: cuando se dice PP se dice PP y lo que le cuelga: la Voto Útil Lonely Hearts Club Band).

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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