lunes, abril 29, 2024
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Es la economía estúpido

Luis Beltrán Guerra,

Es sabido que la expresión fue el lema de Bill Clinton en la campaña electoral para la Presidencia de los EE. UU. frente a George H. W. Bush y que, al exgobernador de Arkansas, uno de los estados más pequeños del norte le fue mejor que al nacido en Milton, Massachusetts, el 12 de junio de 1924, y quien ejercía la primera magistratura. Se escribe que cultivaron una cercana amistad, hasta el extremo de que el primero visitó al segundo en su casa de Houston poniéndole unas medias con bordado de la cara de “George” en señal, tal vez, de que le había ganado las elecciones. Una abismal diferencia con la impertinente diatriba de hoy en la carrera presidencial en “The Giant of the North”.

Acudamos a “las estructuras fundamentales del lenguaje humano” para interpretar el sentido de la consigna: “Es” significa escoger, “la”, lo precedido por el sustantivo al que preexiste, “economía”, cómo se producen, comercializan y distribuyen los bienes y servicios y finalmente “estúpido”, necio, falto de inteligencia. Por tanto, pudiéramos interpretar que Clinton se volcaría a atender prioritariamente los métodos mas eficaces para satisfacer las necesidades humanas, mediante el empleo de bienes y servicios”. Esgrimirlo en un país hiper desarrollado induciría con aparente legitimidad a preguntarse: ¿Habrá sido un atrevimiento y hasta una ofensa? Concluyendo, más bien, que el exgobernador de Arkansas y sus asesores se convencieron de que los esfuerzos encaminados a la igualdad social no podían posponerse. Y que las políticas públicas estaban compelidas a atenuar el descenso de la razón de ser de la propia política y de los gobiernos que las adelantarían.

Las desigualdades preocupantes basadas en los ingresos, el género, la edad, la discapacidad, la orientación sexual, el origen étnico, la religión y la oportunidad, como se lee, siguen persistiendo en todo el mundo, dentro de los países y entre ellos. Y sin un pujante desarrollo económico la intranquilidad del pueblo terminaría perdiendo, como no puede negarse que ha sucedido, la fe en las promesas electorales. La indiferencia entre ellas ha alimentado el descontento y de que el numero de votantes sea cada día más reducido.

En el libro La economía de la democracia (1976-2016), coordinado por el destacado periodista Miguel Ángel Noceda Llano, los expertos Carlos Solchaga, Pedro Solbes y Luis de Guindos analizan los logros y tropiezos de la situación española (La economía franquista y la transición a la democracia, la modernización económica durante la transición y el plan de estabilización a la transición). Las páginas son reveladores de que los españoles entendieron que el rumbo de la Madre Patria demandaba ineluctablemente una “democracia pactada”, para lo cual no podían excluirse a personalidades del franquismo que gobernó dictatorialmente desde 1939 hasta 1975, o sea, durante casi cuarenta años.

Una nación conquistadora, imperial y con niveles aceptables de desarrollo había sido sacudida por una guerra civil con ocasión de un golpe de Estado por parte de una fracción de las Fuerzas Armadas, lo cual indujo a la consagración de Franco, quien se apoyó para triunfar y convertirse en “caudillo” con la cooperación de la dupla Hitler y Mussolini. A su muerte se pusieron en practica los lineamientos que “el generalísimo” había recomendado y conforme a ellos y a la seriedad de las personalidades seleccionadas se estructuró “una democracia consensuada”. En la edición de la Biblioteca Nacional de España se lee “… el 15 de junio de 1977 el pueblo español sale a la calle para decidir su futuro. Tras cuarenta años de dictadura los españoles votan hoy en libertad”. Sin dudas de que se gritó con alegría: “Y viva España”.

Ha de tenerse presente que no solamente España ha pasado por las vicisitudes para edificar un régimen de libertades, por lo que no es exagerado expresar que no hay rincón en el globo terráqueo donde no se experimente la antítesis de que “la democracia es buena, pero mala a su vez”. Una especie de discordancia para el mundo estricto de la lingüística. Y sin restarle importancia a los ladrillos de la propia política y de otras coadyuvantes en aras del bienestar de los pueblos, es donde resulta pertinente la expresión con alunas adecuaciones ¡Es la economía estúpida!, consecuencia de la original ideada por el destacado consultor y estratega político Chester James Carville Jr., afortunado con Clinton, pero no con otros candidatos demócratas, incluyendo a Hillary Clinton vs. el hoy líder del Partido Republicano, Donald Trump. Una prueba de que no únicamente la democracia es difícil, sino la gente, también. Y tal vez, mucho más.

Una de las evidencias de la importancia determinante del manejo de la economía por parte de la democracia, no dejan de revelarlo los libros de los ministros Carlos Solchaga, El dilema de la edad dorada, 1997, Solbes, Recuerdos, 2013 y De Guindos, España Amenazada, 2013. En ellos se lee que en 2012 los españoles experimentaron una crisis sin precedentes. El origen fue una burbuja inmobiliaria y de crédito que se agravó con decisiones políticas erróneas y un entorno internacional convulso. Las tres crisis, financiera, fiscal y económica se desataron al mismo tiempo. Nunca la economía había quedado tan aprisionada ni sufrido una recesión larga y profunda. En ese clima de desconfianza —nadie prestaba a nadie, nadie se fiaba de nadie— todo empujaba a que España pidiera el rescate a los socios europeos.

Según un consenso cada vez más extendido: 1. El capitalismo moderno vivió una “edad dorada” entre la finalización de la Guerra Mundial y la crisis del petróleo de comienzos de los años setenta, 2. Pero, a partir de entonces, la desaceleración del crecimiento y el aumento del desempleo en los países industrializados parece haber reducido las oportunidades de inversión, incrementando el déficit y la deuda pública, 3. La supervivencia de sus sistemas fiscales tradicionales y el propio “Estado de Bienestar”, bajo amenaza, 4. Circunstancias que afectaron el empleo, la inflación y la autonomía de las autoridades españolas para diseñar y ejecutar su política económica y 5. Un evidente desvanecimiento de “el paradigma keynesiano”, fundamentado en la expansión del gasto público con la consecuencial expansión de la producción, el empleo y la inversión. Pedro Solbes nos relata —con una prosa sorprendentemente ágil en este género, amena y ajena a cualquier tipo de tecnicismo— su quehacer profesional desde su entrada como funcionario en el Ministerio de Comercio en 1968 hasta su abandono de la política activa en 2009, fecha en la que se apartó del gobierno, retirándose de la política. Cosquillea por preguntársele a don Pedro porqué renuncia al “arte y ciencia de gobernar”.

Expuestas estas ideas corramos el riesgo de preguntarnos acerca de la pertinencia en lo tocante a Venezuela del lema “Es la economía estúpido”, un país otrora rico y hoy con serias dificultades, las cuales han generado numerosísimos embrollos. Integrado, consecuencialmente, a lo que pudiera calificarse como “el empobrecimiento latinoamericano”, una especie de cadena alrededor de la cual giramos. La política, la economía y las gentes se miran unas a otras sin encontrar respuesta, pero las tres se sienten culpables. ¿Serán acaso tres tendencias estúpidas o seremos nosotros los lerdos? Un proceso electoral para la escogencia del presidente de la República, ya cercano. Una brasa caliente para una oposición maltrecha por sus propios enredos. Restringida por las potestas cuya permanencia es una huella de nuestra propia historia. En el capítulo 7 “State Organization in Latin America since 1930” se escribe “El establecimiento de un equilibrio institucional es una tarea para el futuro no únicamente en lo económico, sino en amplia variedad de áreas políticas y sociales. Ese proceso de institucionalización debe ser alcanzado mediante consultas colectivas y negociaciones. Jamás podrán adelantarse como producto de declaraciones o mediante planes que unilateralmente se pretendan ejecutar, como se ha hecho a lo largo de la historia. Otras estrategias deberían adelantarse (Leslie Bethell).

A fin de concatenar, de ser ello posible, dado el mundo de dificultades que confrontamos, no sabemos si sería viable preguntarle a Chester James Carville, el asesor de Bill Clinton, qué y quiénes son los estúpidos.

Comentarios, bienvenidos.

Fuente: Panampost

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