Andrés Villota Gómez,
La revelación de la difícil situación financiera de una de las universidades más antigua y prestigiosa de Colombia, es la primera muestra de una crisis que no es nada diferente a la situación financiera calamitosa que presentan las universidades públicas y privadas que, además, se trata de un grave problema que lleva varios años sin solución.
Fruto de la danza de los millones del despilfarro académico, el sistema universitario ha cargado un pesado lastre financiero que, los diferentes gobiernos, han tratado de tapar con medidas artificiales, contrarias a la lógica de los mercados, por ende, insostenibles en el tiempo.
La falta de ánimo de lucro es la razón principal del desastre universitario. Mostrar a la educación cómo una actividad que raya en la caridad, llevó a perder la racionalidad financiera de la labor pedagógica que, por muy noble y altruista que se presente, no puede ser considerada como una actividad ajena al comportamiento lógico del mercado laboral productivo.
Milton Friedman, al describir las formas en las que se puede gastar el dinero de acuerdo al origen y al destino (fuentes y usos), demostró que lo peor que le podía pasar a la eficiencia de los mercados, era gastar el dinero de otros, en sí mismos o en otros, porque se rompe con la racionalidad en el gasto.
Perturbados económicos como Thomas Piketty, buscaban llevar el desequilibrio en los mercados a niveles estratosféricos y crear fallas en los mercados que hicieran necesaria la intervención permanente del Estado en la sociedad. Pretendía que las grandes fortunas, de los más ricos del planeta, se las dieran a las universidades para que tipos como él (Piketty), viviera igual a magnates con la disculpa del derecho humano a la educación, la inclusión, la equidad y la justicia social.
Los rectores de las instituciones educativas, dilapidan los recursos a discreción. No tienen que rendirle cuentas a nadie, ni ser sometidos a incómodas auditorías porque no tienen socios, dolientes, stakeholders, al no perseguir lucro alguno, lo que degenera en un saqueo abierto porque la universidad es de todos, pero a su vez, no es de nadie y, el rector, hace lo que se le dé la gana en lo que a gasto se refiere, con un criterio totalmente subjetivo.
El concepto del credencialismo de Randall Collins, vendió el ingreso a la universidad como un elixir creador de fortuna. Al margen del programa académico que se estudie, al margen de la calidad educativa y al margen de la pertinencia del conocimiento para realizar labor productiva alguna, recibir un título profesional, en algo, significaba una vida llena de éxito, arribismo social y retribuciones económicas altas.
Proliferan las universidades con la función de entregar credenciales académicas, antes que impartir conocimiento útil y adecuado, convirtiendo a las universidades, en simples validadores reputacionales que recibían, a cambio, ingresos por tener una imprenta dedicada a imprimir diplomas.
Se anuló la calidad porque se suprimieron los requisitos mínimos de idoneidad para ingresar a la universidad. Se vendió la falacia que todos tenían derecho a recibir un diploma, bajando el nivel académico a la capacidad de los que presentaban más bajo coeficiente intelectual.
Se igualó por lo bajo el nivel académico porque, de lo contrario, la institución educativa podría ser acusada de promover la discriminación. La actividad educativa se convirtió en una factoría de diplomas entregados a jóvenes mediocres que, no tuvieron que cumplir ningún requisito previo para acceder a un título profesional.
Los profesores sindicalizados, son intocables, entonces, no tienen que realizar una labor educativa de calidad porque su labor, buena o mala, igual, será recompensada con dineros públicos. No están sujetos a evaluaciones que midan su desempeño. No tienen competencia, ni amenazas, lo que convierte a sus cargos en vitalicios, pervirtiendo la calidad de la labor pedagógica.
A nadie le importa las consecuencias del gasto desbordado e improductivo, porque las universidades son feudos inexpugnables en nombre de la “autonomía universitaria”, un concepto que se degeneró y terminó convirtiendo a las universidades en lugares en los que los académicos pueden apropiarse del dinero del presupuesto porque, dicen, es un derecho. Un acto supremo de conflicto de interés que se traduce en un acto criminal, una estafa social a gran escala.
Gastan para, supuestamente, mejorar la calidad en la educación impartida, pero es evidente la caída en el nivel académico de los nuevos profesionales, en el momento que más recursos se destinan para su formación. Eso, sin contar con el deterioro permanente de la planta física de los campus universitarios. Una gran y sospechosa inconsistencia, sin duda.
Las fuentes de dinero de las universidades públicas, son percibidas por el rector, el personal administrativo y los profesores, como unos enormes cuernos de la abundancia. Gracias a la ignorancia programada, se instrumentaliza a los estudiantes más brutos para lograr aumentos considerables en las partidas presupuestales asignadas.
Son los idiotas útiles del rector y de los profesores, para aumentar sus abultadas dietas en nombre de la educación como derecho humano. Bellacos que envían como carne de cañón a los estudiantes más trogloditas para que sean ellos los que promuevan marchas, estallidos sociales y actos vandálicos, usados para extorsionar al gobierno de turno y presionar el aumento del presupuesto asignado a la educación.
El “estallido social” ocurrido en Colombia en el año 2019, liderado por la idiota útil preferida de los profesores y directivos de la universidad pública, presionó al gobierno del presidente Iván Duque para que aumentara el gasto en educación de manera exponencial. Ante el éxito del plan, a la líder de la revolución, la premiaron con un cargo cosmético con un sueldo millonario en la misma universidad que estaba estudiando y, luego, le dieron una curul millonaria en la Cámara de Representantes de Colombia.
La inyección de dinero extra, fue rápidamente distribuida entre los beneficiarios que, sobra decir, no fueron los alumnos. La universidad pública hoy, está igual que antes del aumento en el presupuesto, pero sus directivos y profesores han aumentado de manera exponencial sus fortunas personales.
Hace poco se supo que los profesores de una universidad pública en Colombia, ganan igual o más que altos ejecutivos de las empresas privadas más grandes y productivas del país. Incluso, les pagan a personas que no son profesores de la universidad, pero que se auto perciben como científicos, que son muy importantes porque, se inventaron, la miseria de un país no es por culpa del saqueo inclemente a las arcas públicas, sino por no financiar a la ciencia y a la tecnología.
La contraparte en esa ecuación de gasto demencial, es la gratuidad en las matrículas, la famosa “educación gratis”. Se pierde la motivación esencial para trabajar y adquirir un conocimiento pertinente con alguna actividad productiva del mercado laboral. No importa tener la capacidad económica para pagar la educación de sus hijos o la propia, porque el otro es el encargado de pagar.
El maridaje perfecto para la impunidad en el mal gasto. A nadie le importa dilapidar, a nadie le importa la calidad, nadie exige, porque es gratis y a caballo regalado no se le mira el diente. Las fallas de mercado, derivadas de la educación gratis y para todos, aporta a la sociedad, una generación de inútiles.
La falta de eficiencia productiva, derivada de la nula necesidad de tener que hacer algo productivo para pagar el acceso a la universidad, logra que los acudientes del estudiante y el mismo estudiante, sean tratados por el Estado como subnormales, incapaces de generar los recursos para poder pagar por obtener una educación de calidad, creando dependencias vitalicias.
Falla de mercado es que un estudiante se demore más de treinta años para graduarse. Falla de mercado es que el Estado resulte siendo el empleador de esa horda de inútiles egresados de las universidades por culpa de la creación de programas académicos con contenido impertinente para las necesidades del mercado laboral. Una falla de mercado, aberrante, es que los contribuyentes argentinos paguen la educación de los jóvenes bolivianos, colombianos, ecuatorianos o peruanos.
La mayor falla del mercado, hoy, es que nadie se quiera matricular en la universidad, porque en las empresas contratan a los que no asistieron a la universidad, por considerarla mano de obra barata que no tiene credenciales académicas que encarecen el costo de contratarlos. El conocimiento dejó de ser un elemento diferenciador porque las universidades estaban dedicadas a dilapidar sus recursos, en todo, menos en dedicarse a enseñar algo útil y productivo. El gasto inmoral, llevó a las universidades a su autodestrucción.