lunes, mayo 6, 2024
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El gran «vuelco» hispano

Los estudios y análisis de largo plazo sobre las Elecciones Legislativas de noviembre de 2022 en EEUU no prolongarán la tendencia de la media a redundar sobre sus resultados y la recomposición de la representación sino que atenderán a sus efectos estructurantes, destacando entre ellos el derrumbe de uno de los grandes mitos de la política norteamericana del siglo XX: La falsa premisa de que la hispanidad gravita per se hacia el partido Demócrata.

El establishment y la industria cultural liberal inducen a atender a lo inmediato. Monopolizaron la conversación las encuestas y la crítica percepción de tres cuartos de los americanos sobre el rumbo que dieron los demócratas al país los pasados dos años, o la intención de voto nítidamente adversa a conceder a los liberales una adenda en la conducción del Legislativo.

Contrariamente, lo que la historia buscará dilucidar sobre estas elecciones serán las causas para el desplazamiento de la comunidad hispana hacia el partido Republicano, denominado “el Gran Vuelco” o “la Marea Roja Hispana”, del que la coyuntura electoral distrae y dice muy poco.

Según la encuesta del Pew Research Center, presentada durante estos comicios, los hispano-americanos somos ya 62,1 millones, es decir un quinto de la población total de los Estados Unidos, y desde 1990 nuestro crecimiento demográfico vegetativo representa la mitad del crecimiento total de la población americana.

En términos de participación, 35 millones de hispanos votarán en estas elecciones – ya en 2020 votaron 32 millones. Cada año alcanzan la mayoría de edad y se incorporan al padrón un millón de nuevos electores hispanos, mucho más que la media de crecimiento de otras minorías como la afroamericana cuya demografía ha colapsado.

Nuestro ritmo de crecimiento y nuestro impacto político son insoslayables.

Pero el gran “vuelco” hispano no fue el realidad tal; no hubo un giro súbito sino el epílogo de una relación con el estado deteriorada por cambios en la agenda política que buscan una revolución cultural no consensuada. Noviembre es la última réplica de un prolongado desplazamiento de magma que el narcisismo liberal, que imaginaba el voto hispano como su patrimonio, no percibió.

La ideología liberal jamás intentó entender e incorporar a la hispanidad en su imaginario. Asumieron que siendo refugiados de la pobreza o de la tiranía de sus países los hispanos simplemente resignaban su historia y su identidad para adoptar el encuadre de las narrativas progresistas, sin reparar en que el hispano estaba consciente en todo momento de que similares narrativas engendraron las tiranías y los estados fallidos de los que huyó.

Jamás el partido Demócrata percibió que actuábamos, por cortesía de huésped, el papel que nos habían consignado en sus relatos, pero que desde 1990 recelábamos de su ideología de izquierda pues conocíamos bien que en el vientre de narrativas similares sobre colectivismo y hedonismo se habían gestado las peores anarquías y dictaduras de Latinoamérica.

Una vez en América nos hacemos fanáticos de los equipos locales de deportes, adquirimos feligresía y nos afiliamos políticamente por una razón: como estrategia de inclusión funcional y no porque esas instituciones nos interpelen identitariamente. Muchos hispanos se hacen Yankees, Bautistas o Demócratas pero por ninguna de esas afiliaciones dejan de ser comunitarios, genocéntricos, prolíficos y pro-vida.

Y aunque sí somos más conservadores que liberales, nos movemos no como militantes de un partido sino como un bloque cultural e histórico.

Procrear, nutrir y proteger a nuestra progenie está en la base de nuestras elecciones de vida y no nos interesa la América que las elites Woke quieren innovar. Nos trajo aquí la otra América, esa que los nuevos valores ultraliberales quieren cancelar.

Porque entendemos que el currículo unidimensionalizador de las escuelas amenaza la diversidad cultural; que los educadores han dejado de enseñar y se han propuesto adoctrinar a nuestros niños en valores que no son los que traemos, cultivamos y de los que nos enorgullecemos; y en última instancia, tampoco son los valores que vinimos a buscar.

Promover inmigración legal y justa es una acción de gobierno con la que siempre estuvimos de acuerdo. Permitir que simplemente todo el mundo cruce la línea que nos da seguridad, lesiona nuestra concepción más profunda sobre América, que es un refugio del caos de afuera.

Por eso el muro jamás nos asustó, porque venimos a América escapando de la miseria y la violencia; buscando refugio y un lugar donde la seguridad jurídica y la seguridad pública nos permitan asentarnos y prosperar, donde la relación entre individuo y estado tenga reglas claras.

En tiempo de prosperidad los hispanos hemos derrochado generosamente nuestro voto. En tiempo de recesión económica y moral, nuestro voto es un capital que vamos a invertir sin dudar en garantizar que el refugio siga siendo seguro.

Un día perdimos nuestros países en garras de las amenazas que hoy se ciernen sobre América. El gran giro hispano es un momento de conscripción política voluntaria para defender el hogar de nuestros hijos como no pudimos defender el nuestro.

Fuente: Diario Las Américas

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