sábado, noviembre 23, 2024
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Por qué no existen las llamadas “fallas de mercado”

El mainstream económico que primó en el mundo desde buena parte del siglo XX fue, en mayor o menor medida, intervencionista. Con las ideas keynesianas como supuesto respaldo técnico, los burócratas han puesto más énfasis en discutir las ideas liberales que en desarrollar políticas públicas exitosas. La idea de que existen “fallas de mercado”, que requieren la regulación o el reajuste gubernamental, ha calado hondo en todo el espectro político mayoritario. Desde la socialdemocracia hasta la llamada “centroderecha” lavada, que no ha sido otra cosa que cómplice ideal de la izquierda perfumada y bien vestida, todos los gobiernos suelen aceptar esta falacia y recurren al remedio que es peor que la enfermedad.

Con la excusa de falta de información, de mercados “imperfectos” o hasta de “preferencias temporales inconsistentes”, el gobernante de turno y sus ideólogos intervencionistas suelen recurrir a la mano del Estado para “ajustar” al sistema que consideran “menos malo”. Aunque se reconoce al mercado como el mecanismo más eficiente para abastecer a la gente de bienes y servicios, se alude a supuestas “fallas” para justificar esta intromisión, por demás nociva, que en realidad solo distorsiona el sistema y empeora la situación.

El mercado no es perfecto ni imperfecto, pero no tiene “fallas”; buscar errores en él es una empresa fútil. Como destacó Javier Milei en su intervención en la CPAC 2024 en Estados Unidos, es fundamental situar al individuo en el centro del análisis antes de considerar cualquier sistema económico. Las personas, basándose en su propiedad, incluyendo el tiempo como un recurso limitado, toman decisiones constantemente. Esas preferencias se evidencian y reflejan en el mercado, el cual, vale la pena recalcar, no genera bienes y servicios, sino por el contrario, solo es un modo de coordinación y manifestación de preferencias, que generan a su vez una estructura de precios también marcada por los individuos, a través de la oferta y la demanda.

Entonces, como dijo el presidente de manera bastante acertada, hacer referencia a las “fallas de mercado” es considerar que las personas van a actuar en contra de sí mismas.

Cuando hay libertad de intercambios y derecho de propiedad, el sistema genera bienestar y riqueza para todos. Lo interesante es que, hasta cuando no hay ni mucha libertad ni propiedad reconocida formalmente, lo poco que exista de mercado ya mejora de manera considerable la situación de los individuos que participan de los intercambios en situaciones adversas. Es el mismo fenómeno, a mayor y menor escala, que permite a una persona en un país estable conseguir un crédito para comprar un auto o una casa, mientras que, en un lugar del subdesarrollo, un individuo puede salir de la pobreza extrema con un trabajo informal que le permita solo alimentarse y sobrevivir.

Hemos visto que cuando se vive esta segunda situación, los políticos suelen hacer referencia a todo tipo de patrañas como la “asimetría de poder” entre los empleadores y los empleados o los consumidores y las empresas, para “mejorar” la situación de los más necesitados. Es por ello que se aplican salarios mínimos, grandes indemnizaciones por despido, precios máximos y todo tipo de intervenciones que fomentan la descoordinación de los agentes económicos, reducen las tasas de capitalización y los salarios reales e incrementan el número de pobres y excluidos.

Aunque estos ejemplos de controles de precios y leyes laborales análogas a las de los años del fascismo italiano son las que más conocemos en Argentina, los países del llamado “primer mundo” también han hecho gravísimas estupideces. Aunque no han incurrido en la “ley de góndolas” o “de alquileres”, ni tengan al sindicalismo argentino, Estados Unidos y España decidieron al comienzo de este siglo que era una buena idea “ayudar” al capitalismo, reduciendo la tasa de interés mediante el poder político, para que la gente pueda acceder, por ejemplo, a comprarse una casa propia. Con las señales distorsionadas iniciaron las operaciones viciadas y cuando la burbuja explotó la situación era peor que antes.

Reconocer que el Estado no puede (o no debe) alterar las señales del mercado, no quita que no haya nada por hacer para mejorar la situación de la gente. Por ejemplo, si se quiere bajar la tasa de interés hay que promover (mejor dicho, no atentar contra) el ahorro. Para esto hay que tener una moneda sana, bajos impuestos y bienes y servicios accesibles, de la mano de una economía global y no del proteccionismo prebendario. El empujón que se le puede dar desde las políticas públicas nunca es directo o a la economía, sino indirecto. Como dijimos, se hace fortaleciendo y reconociendo el derecho de propiedad y facilitando (o quitando las trabas) a los intercambios libres y voluntarios dentro y fuera del país.

Fuente: Panampost

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