lunes, mayo 20, 2024
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Luz de Navidad

ITXU DÍAZ,

Y montaremos el Belén en unos días, para calentar la casa, ahora que el frio vuelve a esconderse a traición por las penumbras y rincones. Y apagaremos la televisión, acariciaremos el lomo de un libro antiguo, y repasaremos en silencio viejas fotografías familiares. Y se hará otra vez el milagro, el conjuro de la belleza, contrapeso a todo lo que está mal a nuestro alrededor.

Escucharemos otra vez a los mayores las penurias melancólicas de la posguerra, los sencillos pasatiempos infantiles de aquella España empobrecida pero honrada, cuando aún la casta política no se había doctorado en el trinque y la mentira. Y haremos, supongo, torrijas, para legar a los pequeños el dulce aroma bendecido de canela y la virtud última del pan de ayer alzándose a una nueva vida.

Y pasearemos las calles, ajenos a la ansiedad del periódico, pegando la nariz a los escaparates de las jugueterías, para ver si se da el milagro y aparece reflejado el niño que una vez fuimos. Nos brillarán los ojos con las mil formas de las perlas de luz sobre nuestras cabezas, los colores tintineantes, visitaremos los Nacimientos de las iglesias, y nunca despreciaremos la invitación a entonar un villancico.

Caminaremos de la mano con nuestros amores, abrazaremos a los viejos amigos reunidos en torno a una copa de champán, y en los vapores del alcohol clavaremos con chinchetas de sueños las promesas que no valen nada. Leeremos un cuento nevado de Navidad, recolocaremos la guirnalda caída, y trataremos de evitar, con la vida, si hace falta, que nos lleven a patinar sobre hielo, que a cierta edad los huesos cicatrizan mal.

Escribiremos la Carta a los Reyes Magos, evitaremos la publicidad infantil en televisión para no alzarnos en armas todavía, empujaremos por la escalera al gordo barbudo del pijama rojo y velaremos otras pequeñas reivindicaciones de la patria, la tradición y la cultura. Llamaremos otro año más a los que están lejos, rezaremos por los que pugnan por el cielo, nos despediremos del trabajo como si no fuéramos a volver, y pasaremos el décimo de Navidad por el culo de un mandril en busca de la suerte en la que no creemos, pero nos divierte.

Las mesas volverán a ser abundantes y ruidosas, sobrará comida para alimentar a un ejército, y aún así nos lanzaremos a turrones, polvorones, y otros dulces de la época como si fueran a prohibirlos; algo que por otra parte hará la báscula el 7 de enero.

Enterraremos nuestra desesperanza en el triduo de Navidad, besaremos con divertida devoción los pies del Niño y nos caerá una lágrima indiscreta al comenzar a resonar en la iglesia aquel villancico en latín que aprendimos en el colegio; pantalón corto, recién peinado, y granizo.

Y, sí, al otro lado de la vida, allá donde nuestro mundo, nuestra nación, permanece secuestrada por desalmados, todo seguirá igual de mal mientras tanto. Pero al menos habrán fracasado en su actual empeño por quitarnos la esperanza, la belleza, y la felicidad. Será Navidad, y el cielo nos recordará que un Niño en un pesebre perdido en las afueras de Belén trajo al fin luz a la noche oscura más larga de la tierra.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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